Ya en el 2020 Matteo Garrone sorprendía con una versión de «Pinocho» lejos de la almibarada versión de Disney y más cercana al cuento clásico de Carlo Collodi aunque eso signifique crear un largometraje para dar medo a los niños del siglo XIX y de esa manera enseñarles valores y moral. Ahora es Guillermo Del Toro quien retuerce la historia del “niño de madera” creando una película tan alejada de la ética políticamente correcta de las versiones de Walt Disney (tanto la de 1940 como la de Robert Zemeckis de esta temporada) como del cuento de Collodi (y ,por lo tanto, del filme de Matteo Garrone).
Del Toro ha decidido ambientar su argumento sustituyendo la Italia rural del XIX, por la fascista antes de la Segunda Guerra Mundial. Una idea, la de ambientarla en climas bélicos que le funcionó antaño con obras como “El espinazo del diablo” o “El laberinto del fauno”. Incluso aparece el propio Mussollini en una secuencia muy divertida. Además nos presentan la obra con un acertado prólogo en el que nos muestran a un Gepetto alcoholizado y destruido psíquicamente por la muerte de su único hijo, tras un bombardeo en la Gran Guerra. De hecho, lo más interesante de la propuesta es esa idea de la muerte casi (parafraseando a Karl Marx) como tributo material a la vida. Un acercamiento más que digno a la pérdida de los seres queridos y afrontarla de la mejor manera posible. Algo que se puede hacer desde el “tremendismo” tipo “La tumba de las luciérnagas” de Takahata o intentando normalizarlo como el “Coco” de Pixar, por citar ejemplos en el cine de animación.
Para ello, Del Toro se ha unido con Mark Guftafson, solvente realizador en la complicada técnica del “stop motion” que suele dar grandes cintas. No sorprende que su debut en este formato sea con esta compleja forma de filmar pues recuerda a ese otro genio del fantástico como es Tim Burton eligió la “stop motion” para su obra maestra “Pesadilla antes de navidad” (aunque quien firmaba el relato era Henry Selick), al que luego siguió con dispar suerte “La novia cadáver” y “Frankenweenie”. Del Toro ha debido tomar como referente estas obras pues notamos ese “feísmo” deliberado en las figuras, cosa que también sucede con otras joyas de Henry Selick como “Los mundos de Coraline” y más títulos de la factoría Laika.
Los personajes no son creaciones, precisamente, bonitas comenzando por Pinocho, siguiendo por Gepetto o Sebastián J. Grillo (no sabemos por qué le han sustituido el nombre de Pepe) para acabar con los villanos Conde Volpe o Spazzatura o los espíritus de la madera. Aun con ese mundo onírico de peculiar belleza sí que se consigue el toque de cuento de terror para niños y que aunque los más pequeños puedan pasar un mal rato, un poco más mayores seguro que disfrutarán lo que les ofrece Guillermo Del Toro. Y es innegable que la producción es de envergadura, con unas maquetas de un gran verismo, trasladándonos a un pequeño pueblo del norte de Italia de forma admirable, con un enorme lujo de detalles en casas y paisajes, jugando con el humor negro, con la comedia y el drama con tintes de terror que llegan a cotas de un talento extremo en la visión del más allá (con unos conejos negros llevando el féretro en una montaña de ataúdes) o en la solitaria colina donde se encuentran las tumbas de los protagonistas (guiño claro a Tim Burton), sazonado con astracanadas mayúsculas como el Estrecho de Messina lleno de bombas que hacen estallar gaviotas o el monstruo marino o la hilarante secuencia con Pinocho cambiando la letra de una canción patriótica para molestar al dictador Mussollini que nos recuerda a esa donde sucedía lo mismo con Andrés Pajares y Carmen Maura en el “¡Ay, Carmela!” de Carlos Saura.
Guillermo Del Toro nos vuelve a mostrar el riesgo que asume con cada obra (recordemos que su anterior largometraje fue la nueva versión de «El callejón de las almas perdidas» ), más si contamos que este “Pinocho” ha sido filmado para Netflix.
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