De “Pinocho” se han hecho incontables largometrajes, con mejor o peor suerte, casi siempre centrados en el cine infantil, aunque con aproximaciones al cine de terror tan delirantes como la noventera “La venganza de Pinocho”, siendo el producto más conocido la versión de Disney de los cuarenta.
Quien espere ver algo parecido en esta película de Matteo Garrone quedará decepcionado, pues el director transalpino ha construido un filme lo más literal posible al relato de Carlo Collodi. Y como en los cuentos para niños de estos autores, como de Perrault o los Hermanos Grimm, la forma de educar a los “infantes” dista mucho de las acarameladas formas de Walt Disney, eliminando al “gatito” Figaro y el tono de buenos sentimientos por una historia más dramática, harapienta y aterradora. Por lo menos para el público al que va destinado, pues pudimos comprobar como una parte de los menores que llenaban la sala del cine, lo pasaron mal en unos cuantos pasajes. Aun así, premio para los responsables, pues la cinta pasa de las dos horas de metraje y no vi caras de aburrimiento en los pequeños al salir de ver “Pinocho”.
Garrone, junto a Massimo Cecherini, quien también actúa, han escrito un guion lo más similar al original, ambientándolo en la Italia rural del XIX, con la pobreza latiendo entre los habitantes, con un tono que recuerda al mejor Pasolini, mezclado con la fábula y el realismo mágico, antropomorfizando a las criaturas pero reflejándolas con cierta fealdad y no escatimando en detalles truculentos, como sucedía en los cuentos morales, donde el niño-marioneta por faltar a la escuela es secuestrado por el “Comefuegos” y a punto está de morir arrojado a una hoguera, es estafado por los pícaros “Zorro” y “Gato”, quienes acaban perdiendo una pierna y la vista, enferma gravemente, es convertido en burro y vendido a un circo que al lesionarse en su equina figura es arrojado al mar para ahogarlo para acabar esperando ser digerido en las tripas de un tiburón. Todo ello, contado de forma gráfica, e incluso los personajes mágicos buenos como el Hada, el Grillo y el Caracol están en las antípodas de lo que se puede esperar en maquillaje y vestimenta de los héroes de la función aunque en este capítulo, “Pinocho” es soberbia, junto con una correcta fotografía de Nicolai Brüel, los efectos especiales, de gran calidad pero integrados a la historia y una banda sonora omnipresente del excelso Dario Marianelli.
Y comandando la nave, un Matteo Garrone, cada vez más interesante, desde que consiguió la fama con la adaptación del “Gomorra” de Saviano. Dirige con brío, homenajeando a esa Italia “povera” del siglo XIX que tantas veces hemos visto en la mejor época de “Cinecitta”, cuando el país mediterráneo era una potencia cinematográfica, cosa que intenta reverdecer en estos últimos años, con gente como Paolo Sorrentino, como no hace demasiado triunfaron Tornatore, Moretti o Roberto Begnini, quien encarna, de forma bastante contenida, a Geppeto. Esa dicotomía entre el panorama actual y el clásico que se encarnó en la última edición de los David Di Donnatello, donde “Pinocho” caía ante uno de los estandartes políticos desde los setenta como Marco Bellocchio con “El traidor”.
Una buena muestra del talento, y el riesgo, de Garrone que parece que puede funcionar en taquilla, con una obra que intenta ofrecer algo nuevo al caduco cine familiar, demostrando lo insensibles que eran los escritores de cuentos clásicos, cuya forma de hacer entender a los traviesos chiquillos de cómo hace bien las cosas era mediante el miedo y la truculencia, postulado alejado a los actuales pedagogos que luchan por acomodar a los púberes en un mundo donde priman sus sentimientos a la responsabilidad.
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