Una obra que intenté ver representada en Madrid las pasadas navidades pero que resultó imposible por encontrarse las localidades agotadas, cosa que ocurrió en El Puerto de Santa María el día de la función pero al haber sido previsor compré las entradas el día que salieron a la venta. Y es que «Rojo» era una propuesta cuanto menos interesante «a prori», pues llega avalada por sus seis premios Tony (incluido el de mejor obra) en 2009 y la firma de John Logan, que si bien como dramaturgo este es su mayor éxito, como guionista tiene tres nominaciones al Oscar (dos con Scorsese en «El aviador» y «La invención de Hugo» y «Gladiator») y trabajos en televisión como la interesante «Penny Dreadful».
Además la temática es apasionante pues nos narra el dilema ético de Mark Rothko al pintar una serie de murales «excepcionalmente bien pagados» para un elitista restaurante neoyorkino. Junto a su joven ayudante veremos su cénit y decadencia, a lo que hay que sumar una personalidad irascible y tormentosa sólo comparable a su genialidad.
Una de esas historias de dos personajes conocidos (en este caso uno) que llevó al culmen Jean Claude Brisville con el «Encuentro entre Descartes y el joven Pascal», de la que tiene bastantes puntos en común en su dramaturgia, pues recordamos que en la inolvidable adaptación de Josep María Flotats, el viejo y cansado Descartes se mostraba como un racional y sensato personaje en comparación con el inexperto Pascal, todo furia y poco control. Aquí tenemos a un Rothko culto y lleno de genialidad pero de una misantropía y falta de empatía con la humanidad en contraposición con su ayudante, un chico que admira al pintor y soporta con estoicismo los frecuentes cambios de humor del maestro. Pero como sucede con la idea de «la muerte de Dios» de Nietszche (al cual se menciona en más de un pasaje) en el tramo final el hijo acaba con el padre, perdiendo el temor reverencial y optando por nuevas corrientes artísticas en clara analogía con lo que sucedió con los expresionistas abstractos que acabaron con los cubistas para sucumbir ante el «pop art». De hecho, siempre ha sorprendido ver en algunos museos en las mismas instalaciones cuadros de Pollock, de Rothko o de De Kooning junto a Warhol, Lichtenstein o Basquiat, como recuerdo de una exposición en el Guggenheim de Bilbao el año de su inauguración. De hecho, en los noventa descubrí ese movimiento artístico y como algunos de los jóvenes universitarios con inquietudes acabé impresionado ante un estilo que parecía transgresor, como otras vanguardias tipo Kandinsky, Mondrian o los expresionistas alemanes, algo considerado perverso tanto por comunistas y nacional- socialistas, como bien cuenta la última película de Florian Henckell Von Donnersmarck «La sombra del pasado» (https://rockthebestmusic.com/2019/04/la-sombra-del-pasado-florian-henckel-von-donnersmarck.html). Fueron múltiples exposiciones, museos por toda Europa, una relación amorosa fallida y muchas noches de tertulia las que unieron mi vida con la de Rothko, por lo tanto un personaje con el que estoy familiarizado, por lo menos con su pintura. La obra une bien ese prejuicio, ese lugar común, donde el artista debe ser un ser dominado por sus pasiones y con un arisco carácter. Era el caso de Rothko como ocurrió con Pollock. Tipos que su fama como creadores era directamente proporcional a su odio a sus semejantes, casi con tintes de locura. En «Rojo» se habla de filosofía o de vanguardias en pintura pero también de la imposibilidad de ser feliz si se quiere pasar a la historia; vivir para trabajar, no trabajar para vivir.
Y Juan Echanove como director acierta en su puesta en escena. Sencilla, en un único escenario donde los cuadros de Rothko son el punto de fuga donde el espectador clava sus ojos y donde los dos protagonistas se mueven a voluntad, con lo que el escenario parece más grande y bien interpretada por el propio Echanove y Ricardo Gómez, que disertan durante hora y media sin descanso y cinco actos que, sin embargo, no aburren en ningún momento. Por lo menos para mí, pues preguntamos a otras personas del público y dijeron que les había resultado «pesada» aunque indagando no sabían que iban a ver, quien es Rothko, Nietzsche o el expresionismo abstracto. El único motivo era ver en vivo a Juan Echanove, lo cual es interesante pues se consigue un todo vendido con una obra no destinada a todo el mundo, como sucedía con «La delgada línea roja» que llenó salas en todo el mundo gracias a su reparto sin reparar nadie, salvo los cinéfilos, en que era un largometraje de Terrence Malick y su particular universo narrativo. No es el caso pero se aproxima. No es la primera vez que sucede… ni será la última.
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