En verano se cumplirán veinticinco años de la brillante exposición de Gerhard Richter en el Reina Sofía de Madrid. Un autor que junto a Jeff Koons son los artistas vivos con cuadros más caros en el mercado. Un hombre que a pesar de que lo que hemos visto en museos como el el propio Reina Sofía o el Kuntshalle de Hamburgo es su época dentro del expresionismo abstracto, lo más sorprendente es ese realismo casi mágico de sus «fotografías pintadas» que enmudecían al espectador en la comentada retrospectiva de 1994.
Una etapa que también debe interesar a Florian Henckel Von Donnersmarck, pues su «La sombra del pasado» no deja de ser un atrayente acercamiento a la vida del pintor alemán aunque con el nombre de Kurt Barnett. La cinta narra la vida de esa persona desde su niñez hasta el reconocimiento de su obra, mezclando su trayectoria y problemas con su arte y con un hecho traumático de su pasado; la muerte de su tía, asesinada por los nazis. El giro argumental aparece al enamorarse de una estudiante en su universidad quien es hija del médico que dio la orden de
matar a su familiar. Henckel Von Donnersmarck construye un guion emocionante, lleno de lirismo y donde los «flash back» aumentan esa sensación de épica. Una de esas historias «más grandes que la vida» que en algunos momentos peca de excesiva aunque el tono general es brillante, como sucede en la puesta en escena donde se demuestra el inmenso talento que posee este realizador germano, que no en vano compuso una de las mejores producciones del cine teutón contemporáneo como «La vida de los otros» para continuar con ese fracaso de taquilla en Hollywood como fue «El turista», que le ha dejado sn rodar durante ocho años. Aun así, sin acercarse a su «opera prima», sí consigue un largometraje ambicioso y espectacular, más de tres horas donde se funden emoción y arte, con la epopeya vital de Richter bajo el prisma de la antológica fotografía de caleb Deschanel y la no menos soberbia banda sonora de Max Richter, que apuntalan el edificio cimentado por Henckel Von Donnersmarck, cuyo único debe en la dirección es repetir algunas situaciones y estructuras pero acaba siendo disculpable en esta preciosa película, que comienza en la Gemaldegallerie de Drede, bajo el régimen nazi, cuando un guía del museo desprecia el arte de los expresionistas, acabando en Kandinski y Mondrian como epítome de lo degenerado. De ahí, vemos el proceso mental de su amada tía (una impresionante Saskia Rosendahl) que acabará en un sanatorio mental y ejecutada junto a otras personas «no cuerdas» en una cámara de gas. Tras el bombardeo de la Segunda Guerra Mundial, los soviéticos toman el control y el autor (Tom Schilling) debe plegarse a los dictados del «realismo socialista» y al suicidio de su padre, conociendo al amor de su vida (Paula Beer), hija del indultado director del hospital, un impresionante Sebastian Koch, que no aprueba el matrimonio ni la posibilidad de nietos, utilizando argucias y procedimientos lejos del juramento hipocrático. Aun así, los jóvenes consiguen huir a la Alemania occidental, poco antes de la construcción del muro, donde volverá a encontrarse más problemas de censura, al entrar en una academia donde lo único que se permite es lo transgresor y «rompedor», lejos de la clásica pintura de óleo y lienzo.
Como se puede observar es la eterna lucha entre el arte y la política y como todos los regímenes intentan llevar su visión del mundo como única válida, laminando todo lo que se oponga al gobierno. Y esto ocurre siempre, de ahí la importancia que ha tenido el arte como medio para transformar sociedades y que hoy ocupa la pequeña pantalla, el cine y las series aunque siempre aparece algún bodrio subvencionado tanto en fotografía, bellas artes o cine. Cosas que, por norma general, no suelen interesar a casi nadie pero que suelen tener pingües subvenciones solo por «epater le bourgeois» y molestar al rival. Por suerte «La sombra del pasado» (preferimos el título original de «Obra sin autor») no entra dentro de esta categoría.
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