Hay ocasiones donde la polémica inunda una producción para bien o mal. El caso de “Sound of freedom” es más que curioso pues han cambiado mucho las tornas en estos años. Hasta no hace demasiado tiempo el escándalo que rodeaba a una cinta se debía a un contenido que destruía valores clásicos como la religión cristiana o valores morales mayoritarios. Películas- manifiesto de denuncia social que ensalzaba creencias progresistas, convirtiendo en villanos al eje capital- poder y tradición.
Bien, “Sound of freedom” es cierto que en algún pasaje habla de Dios, el protagonista tiene una familia heterosexual feliz con seis hijos y al llegar los créditos escuchamos la voz de su productor intentando crear un movimiento contra esta lacra pero el resto de lo que cuenta no deja de ser un largometraje de acción donde se denuncia el tráfico sexual de niños y como algunos potentados occidentales aprovechan su riqueza para practicar la pedofilia con los secuestrados infantes. Una lacra de la que estaremos en contra la gran mayoría de ciudadanos (salvo los que se lucran de ello o los pederastas). Sorprende, por lo tanto, semejante polémica que ha intentado silenciar su promoción aunque en Estados Unidos ha conseguido un rédito económico impensable para un filme independiente.
“Sound of freedom” nos recuerda a tipos de la peor calaña como Jeffrey Epstein que contaba con una isla para sus encuentros con menores con poderosos miembros de la política o, incluso, de la realeza británica, según narra “Jeffrey Epstein: asquerosamente rico”, algo que en un interesante pasaje inspira a algunas secuencias donde el grupo policial intenta desmantelar la red de prostitución creando un hotel para prácticas sexuales con menores. O que en el reparto aparezca una damnificada de las nefandas sevicias de Harvey Weinstein como Mira Sorvino, una de las primeras voces del “me too” han podido generar ese malestar en un sector de la sociedad, junto a unos creadores de tintes conservadores como el productor y actor Eduardo Verástegui, el director Alejandro Monteverde, Mel Gibson en la producción o Jim Caviezel como principal estrella.
Pero si nos guiamos ante tintes puramente cinematográficos estamos ante un vehículo de acción, con algún exceso de reiteración en el mensaje, pero con un ritmo adecuado pues la película pasa con creces de las dos horas no aburriendo en casi ningún momento. Un “libreto” que nos va presentando a un policía que intenta resolver un caso de pederastia internacional hasta sus últimas consecuencias, consiguiendo que el rescate de un pobre niño sirva para encontrar a su hermana raptada y unir a su familia. Nada nuevo pero bien contado.
Además Caviezel funciona como protagonista pues es verosímil como héroe. Un actor que ya había dejado muestras de su talento en “La pasión de Cristo” de Mel Gibson o en “La delgada línea roja” de Terrence Malick, dos cineasta de corte clásico como sucede con la puesta en escena de Alejandro Monteverde que une una narración lineal, adornada con algún interesante recurso en forma de elipsis o “flash back” y con soluciones imaginativas como calcar el mismo plano inicial o final pero cambiando el sentido de la cámara de fuera hacia dentro y de dentro hacia afuera. Algo parecido a lo que imaginó Clint Eastwood en “Million dollar baby” o similar, aunque sea el mismo plano, como el de «La llegada» de Denis Villenauve. Una realización lejos de las modas actuales donde el plano medio suele ser de duración ínfima, evitando la fotografía tenebrosa y oscura por el buen hacer de Gorka Gómez Andreu, técnico de confianza de Paul Urkijo, parte nacional junto a la banda sonora de Javier Navarrete, sinfónica y que acentúa esta epopeya y viaje del héroe para intentar acabar con el mal absoluto.
Un producto entretenido, con sus defectos y virtudes que demuestra el cambio de paradigma en quien puede escandalizar o crear polémica.
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