Entender la mente de un adolescente es un laberíntico ejercicio condenado al fracaso. Adolescencia, la nueva serie de Netflix no pretende desentrañar los recovecos de la psique juvenil, sino mostrarnos cuan alejados estamos los adultos de nuestros hijos adolescentes. Más allá de la innegable pericia técnica que supone que cada episodio esté rodado en un único plano secuencia (y algún parón de ritmo debido a esta peculiar estructura), Adolescencia ha supuesto una bofetada de realidad para muchos espectadores.
Adolescencia no da respuestas y eso es lo más inquietante. Nadie entiende porqué Jamie ha cometido el crimen del que se le acusa. Ni siquiera él. Basada en un hecho real, ese apego a la realidad es lo que más nos duele de la serie. No hay persecuciones adrenalínicas, villanos molones ni giros argumentales. En la ficción se suelen presentar hechos atroces cometidos por psicópatas o villanos de una pieza, seres malvados que disfrutan de sus actos y, como espectadores, deseamos que paguen por ello. La bestia paga sus crímenes con su vida. Ojo por ojo. Lo justo. El público se queda con la idea de que ahí fuera hay seres horribles, sí, pero también fuerzas del bien que contrarrestan sus maldades o, al menos, vengan a sus víctimas. La luz vence a las tinieblas. Y así el mundo es un lugar más feliz (o eso queremos creer).
Sin embargo, en Adolescencia todo resulta dolorosamente cercano. El acusado del crimen es un chaval de 13 años. Pero no es un psicópata precoz, es un chaval “normal”, criado en una familia “normal”. Ahí reside la paradoja que incomoda al espectador. Nuestra mente no entiende cómo pueden suceder crímenes así. La serie apunta algunos factores, aunque no da respuestas. No las hay. O, al menos, no hay una única respuesta. Lo fácil es lo de Hannibal Lecter, es un psicópata y ya está, pero Jamie es un adolescente “normal”. Esa imposibilidad de entrar en la mente del adolescente es lo que nos perturba. Ese tercer episodio con la conversación entre Jamie y la psicóloga me pareció el mejor con diferencia. Sus padres no entienden qué han hecho mal. Un adolescente no se educa sólo por su familia, hay otros muchos factores como los amigos, el cine, el colegio o las redes sociales que se escapan no sólo al control sino también a la comprensión de sus progenitores.
No es un fenómeno nuevo que los chavales busquen antihéroes como referentes para moldear su identidad, pero, en la era de los algoritmos (controlados por gente tan recomendable como Elon Musk) y los foros de autoayuda tóxica, los modelos a seguir son una jauría de influencers de ultraderecha que predican la masculinidad como una cruzada reaccionaria contra el progreso. No olvidemos la ola de extrema derecha que asola a los alumnos de nuestros institutos. La serie no caricaturiza a estos jóvenes absorbidos por estos discursos de odio, sino que los muestra como lo que son: chavales inseguros en busca de CERTEZAS en un mundo que les exige definirse antes de entenderse a sí mismos. Las certezas no precisan del tiempo ni del esfuerzo que sí requiere el CONOCIMIENTO. Las certezas se las proporcionan esos nocivos gurús de la machoesfera (la serie cita al impresentable de Andrew Tate) y cripto estafadores varios. Por su parte, el instinto gregario les hace sumarse a la corriente mayoritaria (que siempre es la más fácil).
Adolescencia acierta al reflejar el desconcierto de los padres y propone un debate necesario en la sociedad. Quizás deberían trocearla en vídeos de 15 segundos para que llegue a la generación de TikTok.
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