“Macbeth” es la tragedia de Shakespeare más corta y más sangrienta. Y definimos como tragedia aquel tipo de obra donde los personajes no tienen capacidad de elección sino que están marcados por el destino, a diferencia del drama donde los acontecimientos sí vienen marcados por las elecciones personales. Por lo tanto, acertado el título de esta nueva versión de “la tragedia de Macbeth”.
Y eso que en el pasado se han realizado unas cuantas de tronío como la de Orson Welles, el “Trono de sangre” de Kurosawa (quizás nuestra preferida), la de Polanski a principios de los setenta y una aceptable última revisión de Justin Kurzel donde destacaba un extraordinario Michael Fassbender.
Esta de Joel Coen engrosa ese selecto club de adaptaciones más que dignas de la obra shakesperiana. Apoyado en ese marchamo de calidad por el que suele apostar la productora A24, la cinta es coproducida por Apple, la de Joel Coen es una extraña versión (en eso compite con la de Polanski) filmada en un vaporoso blanco y negro, lleno de sombras y de luces que se pierden entre la bruma (portentoso el trabajo en la fotografía de Bruno Delbonnel) y con una escenografía que juega entre la pieza teatral y un curioso minimalismo al que se le otorga grandeza por el uso privilegiado de la cámara entre los decorados y unos efectos especiales integrados en el argumento y que se supeditan a los poderosos diálogos ideados por William Shakespeare y que Joel Coen respeta en un guion brillante donde apenas se encuentran variaciones con el original pero que ofrece una visión diferente a las demás debido a su enigmática puesta en escena. Ejemplo lo tenemos en la presentación de las brujas, donde una sola comienza a hablar consigo misma como si fuesen las tres (en una secuencia que recuerda a la del Gollum de “Las dos torres” en su soliloquio sobre la conveniencia de matar o no a Frodo) para transformarse en una doble sombra en el agua y emerger más tarde como las hermanas fatídicas. No es el único, pues los asesinatos tienen un cierto componente metafórico, mostrando como la espada se clava y otros más sugeridos (perfecto el momento donde arrojan al fuego a uno de los hijos de MacDuff).
En cuanto a los actores destaca la pareja protagonista con unos correctos Denzel Washington y Frances Mc Dormand y unos secundarios donde destaca la bruja de Kathryn Hunter y el Duncan de Brendan Gleeson. El resto del reparto tiene menos “pegada”, sobre todo el matrimonio MacDuff de Corey Hawkins y Moses Ingram, totalmente increíbles como “lords” escoceses pero que sí mantienen la exigencia de la corriente “woke” sobre diversidad racial (aquí no existe la apropiación cultural). Y que no se nos entienda mal, pues esa idea de cambiar de raza en una obra clásica shakesperiana ya lo ideó Kenneth Branagh, precisamente con Denzel Washington, en la extraordinaria “Mucho ruido y pocas nueces”. Pero en lo que ese largometraje o en la propia interpretación de Macbeth del propio Washington no resulta forzado y sí un punto de vista nuevo, al saturar de personajes se pierde el punto original y más parece una imposición que una decisión artística.
A pesar de esos pequeños defectos y de no mantener el ritmo constante en la hora y tres cuartos de metraje (lo cual es negativo pensando en la potencia del texto) estamos ante un “Macbeth” interesante que debería tener más éxito en los premios y nominaciones que empiezan a repartirse en este principio de 2022.
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