Con su reciente Globo de Oro como mejor cinta de habla no inglesa, nos llega esta modesta película que en buena medida se aprovecha del éxito de «Parásitos» del pasado año, ya que a pesar de ser de producción estadounidense “Minari” está rodada en buena parte en coreano, tratando las desventuras de una familia de dicho país que intenta labrarse un futuro en una comarca agrícola en Arkansas.
En la producción aparece A-24 que tanto como distribuidora como estudio arriesga en sus obras, sobre todo en el cine de género descubriendo talentos como el de Robert Eggers o Ari Aster. Aquí optan por una historia sencilla, la vida cotidiana de una familia que intenta progresar. Nada más. Estos argumentos sobre gente normal que hacen cosas normales, lo que nos hace pensar en uno de los sueños, que nunca pudo realizar, del insigne guionista del neorrealismo italiano Cesare Zavattinni, empeñado en contar las hazañas diarias de un oficinista, cosa que maestros como Ermanno Olmi consiguió en los sesenta, en buena medida, en largometrajes como “El empleo”. Un guion, que si no hubiese sido por el éxito internacional del filme de Bong Joon-Ho, con probabilidad, nunca se hubiese estrenado, como ha sucedido con la anterior filmografía de su director Lee Isaac Chung. Aquí no sólo aparece A24 sino que en la producción ejecutiva vemos a Brad Pitt y como protagonista a Steven Yeun, célebre por su papel en la serie “The walking dead” y al que no veía en 35 mms. Desde que pudimos ver el “Mayhem” de Joe Lynch en la tercera edición del Insomnia, festival de cine fantástico y terror en El Puerto de Santa María (Cádiz).
“Minari” es un producto interesante de ver, con algunos momentos de buena factura, donde a pesar de que no se cuente nada excelso, no aburre y posee un ritmo narrativo adecuado, con una puesta en escena de Lee Isaac Chung que lleva sin problemas su embarcación a buen puerto. Actores convincentes y un retrato, más o menos amable, de las gentes que pueblan esas zonas rurales. Aunque como sucede desde hace tiempo en Hollywood, esa América profunda está retratada desde un tono peyorativo, habitantes religiosos e incultos aunque no tan radicales y asesinos como los de «El diablo a todas horas» y más cercanos a los del “Hillbilly” de Ron Howard, llevado al paroxismo en el personaje de Will Patton, portando una cruz a cuestas todos los domingos. Un fundamentalista sin la magia del inolvidable Johannes en la obra maestra de Dreyer “Ordet, la palabra”. No es la única referencia cinéfila que podemos encontrar pues hasta tenemos un incendio purificador como el del final de la no menos antológica “Sacrificio” de Tarkovski.
Nos alegramos que cintas así, traspasen las barreras de minúsculos festivales y se estrenen comercialmente aunque no pensemos que merezca tan alto galardón, más cuando entre las candidatas existía una genialidad como el “Otra ronda” de Vintenberg, de la que escribiremos cuando se acerque su estreno. Imaginamos que la campaña desplegada por sus responsables junto a la posibilidad de que una película estadounidense gane el premio a mejor largometraje en lengua no inglesa ha pesado mucho entre los académicos, Cosa que hay que sumar a esa “vorágine” identitaria que ha conseguido que los galardones se otorguen a intérpretes o realizadores según sexo o raza, más que mérito artístico pues es inexplicable el resultado de muchos de los Globos de Oro. Tema que daría para una charla eterna pero esa es otra cuestión en la que en este momento no vamos a entrar, ya que ni mucho menos “Minari” es una mala película.
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