Las obras maestras del Marqués de Sade giraban en torno a jóvenes de enorme moral, que iban perdiéndola poco a poco por avatares diversos, en un mundo donde el vicio y el crimen eran los que salían triunfantes. De hecho, al terminar de ver “El diablo a todas horas” pensé en “Los infortunios de la virtud”, donde la pequeña Juliette tiene que ver como es acusada de asesinato y expulsada por robar, sin que ella sea culpable ni responsable, siendo los actores principales de las malas obras los que salen bien parados y acabando secuestrada en un monasterio regido por unos monjes libertinos que abusan de las desdichadas que, por desgracia, acaban en el pío lugar. En la cinta del portugués Antonio Campos, también se castiga a los inocentes, y como en el aristócrata francés también se nota cierta inquina hacia la religión, en este caso al cristianismo.
La obra es dura, es innegable y pocos valores positivos se pueden ver en una película donde los traumas hacen crucificar animales, matar esposas por un supuesto encargo divino o violar adolescentes en nombre de un dios, más propio del antiguo testamento que de los tiempos que corren. No se puede obviar que no sale bien parada esa clase trabajadora del centro de Estados Unidos; “basura blanca” ignorante, armada, sometida a los falsos valores de la iglesia y con facilidad para el asesinato y la corrupción. Hasta se permite el lujo de ofrecernos un asesino en serie, con un gancho femenino tan iluso y simple para ser convencida para tan despreciable vida. Como broma, no podría ser este año nominada al Oscar, pues no aparece ni diversidad racial ni sexual aunque no sabemos como podría habérselo tomado estos “lobbies” si el catálogo de lindezas que vemos en pantalla las hubiese protagonizado transexuales, parejas homosexuales o personas de raza negra. Con probabilidad, hubiese sido un escándalo que Netflix no se puede permitir, pues al ser un gigante del entretenimiento debe apostar a productos que no creen controversia entre los medios.
Con todo “El diablo a todas horas” es una cinta más que aceptable, dos y horas y cuarto de metraje que pasan en un suspiro, bien contada y adaptada por Antonio y Paulo Campos, que trasladan a imágenes la novela de Donald Roy Pollock, quien se reserva el papel de narrador omnisciente. Y si Campos funciona como guionista, su labor como director es fantástica, llevando con pulso narrativo la alambicada trama, con una trama lineal, a la que se le van uniendo tramas secundarias que se agrupan al final. Un trabajo que no es fácil, resuelto de una forma admirable, apoyado en un convincente manejo de la cámara, planificación de escenas, gran ambientación , fotografía y la perturbadora banda sonora de Danny Bensi y Saunder Jurriaans, a la altura de sus mejores trabajos con Denis Villenauve o Joel Edgerton.
Y el elenco actoral es fabuloso, capitaneado por Tom Holland, los aterradores personajes de Jason Clarke y, el cada vez más solvente, Robert Pattinson o Bill Skarsgard o Mia Wasikowska. No es un producto para todos los públicos pero quien entre en esta América rural de pesadilla disfrutará con las muchas virtudes que tiene “El diablo a todas horas”. Eficaz, talentosa y bien dirigida en el lado positivo pero tramposa y fruto de estos tiempos donde lo sencillo es criticar lo que no generará una ola de indignación, haciéndolo pasar por transgresor. Imagínense que hubiese sucedido si estas abominables personas hubiesen sido “woke” de ciudad o, como sugerimos más arriba, de alguna minoría. Parece claro que no se hubiese estrenado, ya no en Netflix sino en ningún lado. Censura parecida a la que sufrió el Marqués de Sade, aunque este si se la jugaba contra la corriente dominante, pues atacar a la iglesia o a la moral francesa del XVIII daba con tus huesos en la cárcel. A pesar de todo, un largometraje recomendable.
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