Descubrimos el moderno cine coreano gracias a Kim Ki- Duk y su hipnótica cinta «La isla» cuando la vimos de estreno en 2001. Una maravilla fílmica que hizo que prometiésemos ver todo lo que se estrenase de él. Y así en el 2003 llegó la celebrada «Primavera, verano, otoño, invierno…y primavera», otra fantástica película que consiguió que profundizásemos más en esta filmografía tan exótica como atrayente que ese año ofrecía la inenarrable «Oldboy» de Park Chan- Wook y la espectacular «Diario de un asesino en serie», donde se narraba la infructuosa búsqueda de un psicópata en una zona rural y el enfrentamiento entre la policía rural basada en la violencia sistemática para conseguir culpables y un detective de la capital con métodos más científicos. Una joya que presentó en occidente a su director Bong Jong- Ho, que confirmaría con su posterior «The host», un éxito sin precedentes y una rareza en el cine de monstruos, ya que en mucho tiempo un animal de colosales dimensiones se comporta como debería ser, sin cualidades humanas y al no antropomorfizar a la criatura está aparece de día o de noche, con o sin gente para sembrar el caos y alimentarse. Además, junto a la parte de acción se une un retrato de la familia que ha sido una constante en su carrera, hasta su anterior filme «Okja» rodado con polémica al ser para la plataforma Netflix. Con «Parásitos» vuelve al cenit de la profesión, pues ha vuelto a realizar un estupendo producto, con el añadido de ganar la Palma de Oro en Cannes en un año donde se encontraba en la sección oficial lo último de los Dardenne, de Almodóvar, de Jim Jarmush, de Marco Bellochio, de Ken Loach, Terrence Malick o Tarantino.
Y la rocambolesca historia tiene mucho de su cine, con un estudio pormenorizado de la familia ( en este caso dos) narrando un guion sobre cuatro miembros de un hogar que malviven en un sótano en un suburbio de Seúl y que gracias a un amigo del hijo mayor, éste conseguirá un trabajo como profesor de inglés de la hija de unos acaudalados señores. Ya allí logrará otro puesto para su hermana como terapeuta con el hijo menor y mediante el engaño y la picaresca se deshacen del chófer y el ama de llaves para situar a su padre y a su madre, sin explicar que todos son parientes. La mentira hará que todo vaya bien durante un tiempo, hasta que un inesperado suceso comenzará un juego del «gato y el ratón» con ciertos personajes que no esperábamos. No desvelaremos más, pues es interesante que el lector que no haya visto el largometraje vaya lo menos condicionado posible. Argumento interesante, bien desarrollado y donde los parásitos a los que alude el título tienen cierta semejanza a los dueños o a la tercera familia que aparece. Todas son unidades familiares con secretos y mentiras, parafraseando a la estupenda producción de Mike Leigh, viviendo realidades diferentes. Y todo el drama, se tiñe con puntos de comedia negra y una atmósfera de cine de terror (donde, por cierto, Corea está realizando buenos acercamientos como en «Train to Busan», por decir alguno) ejemplificada en la entrada al sótano, un hueco oscuro entre el iluminado aparador, dentro de una esmerada fotografía. Puesta en escena que junta y mezcla varios géneros creando una sensación de irrealidad que a veces es incómoda y otras divertida pero siempre bien realizada, con elegantes y preciosistas movimientos de cámara que no sólo adornan sino que se convierten en un punto de vista o un personaje más en una historia que recuerda a ese alegato marxista de Joseph Losey que es «El sirviente» y, en más de un momento, a la película más célebre de Kim Ki- Duk como es «Hierro 3», con la que encontramos similitudes.
Otro punto a destacar son las interpretaciones, labor nada sencilla en un trabajo como éste, casi coral y con varios giros argumentales, donde como dice uno de los protagonistas: «Lo mejor es no tener plan ninguno», cosa que no ha hecho Bong Jong- Ho, pues estamos convencidos que un resultado tan alto no es fruto de la improvisación sino de un trabajo detallista en toda la construcción del libreto como en su milimetrada realización y dirección de actores que demuestran la grandeza de un cineasta que su solo nombre indica un sello de calidad que hace que cualquier estreno suyo sea una fiesta cinematográfica. Y pensar que todo esto empezó para el que suscribe hace casi veinte años con «La isla» de Kim Ki- Duk. Ya se sabe lo que decía el tango: «Veinte años no es nada».
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