“Hameln” es el segundo disco del dúo francés Death of a dryad. Un álbum conceptual basado en el cuento del flautista de Hamelín, con una portada en blanco y negro con una ingente cantidad de ratas siguiendo la música que les conducirá, sin remedio, al acantilado (en este caso invisible). Un Lp que transita entre el metal atmosférico y el gótico, con fuerte presencia de instrumentos antiguos, lo que dota de un sonido original y contundente junto a las melodías más poderosas, con temas largos, con numerosos cambios de ritmo y voces masculinas femeninas, susurrantes, graves o en coro. Siete canciones armónicamente bellas y que convencerán a los amantes de estos oscuros ritmos.
Como no podía ser de otra manera, ya que las letras nos irán narrando extractos del poema “The pied piper”, en la voz de Robert Hardy, “Hameln” comienza con el viento y el sonido de la cuerda de tiempos pretéritos de “Enter the piper”. Casi nueve minutos de atmósfera gótica que se desarrolla con cadencia pesada, toques interesantes de percusión y pasajes de instrumentos de viento-madera que casa a la perfección con la grave voz masculina, apoyada por la secundaria femenina, en un semi estribillo repetido hasta la saciedad pero que funciona. Una extraordinaria entrada, además apuntalada con un “diminuendo” final, de cerca de dos minutos, con menor orquestación y otro semi estribillo.
Más “folk” y festivo se nos presenta el tema homónimo, con un avance instrumental de más de un minuto que pasa a la voz grave, en unos fraseos convincentes que no desentonan en el conjunto de una canción que mantiene el alto nivel, destacando el sincopado pasaje central. Un “crescendo” precioso, bien ejecutado que pasa del viento y la percusión de protagonistas a una parte con múltiple orquestación para volver al intimismo, antes de acometer las últimas estrofas cantadas de “Hameln”.
Y de los más de siete minutos y medio del anterior corte, pasamos a los más de ocho de “Apus Omned Hostes”, con una tenebrosa entrada a dos voces masculinas, a las que sigue un coro unido al sintetizador. Eso sí, el cambio es espectacular pues pasamos de una melodía, casi de tintes nórdicos a lo Wardruna a un gótico oscuro, algo distorsionado en sintetizadores y guitarras y una pequeña parte más relajada con flauta que asciende como una letanía siniestra en voces y música.
“Moth to a flame” parece un breve preludio de poco más de dos minutos, donde la flauta vuelve a ser la razón de ser que antecede a la cuerda pulsada, de lo que puede ser un clave, en “Left to die” en un primer minuto que se asemeja a un minué o alguna breve pieza de baile antiguo para descolocarnos con un abrupto cambio al sonido de las guitarras del black metal antecediendo a unas estrofas en tono relajado. Un juego divertido este de transitar entre las danzas de antaño con el metal extremo, dentro de una innovadora concepción en el gótico, cercano a algunas de las mejores y alocadas ideas de Christofer Jonsson con sus Therion.
Ya cerca del final y tras la sorpresa de los ocho minutos de “Left to die”, vuelven a dar “otra vuelta de tuerca” con “Requiem”, una versión de los Project Pitchfork que saben llevar a su terreno, menos electrónica que la original de la banda alemana, dándole una novedosa nueva vida. No llega a los extremos a los que llegó Johnny Cash con el “Hurt” de Nine Inche Nails pero está bien pensada y ejecutada.
Para despedir “Hameln” nos presentan los menos de siete minutos de “Freedom lies”, con un nuevo comienzo relajado, con una cadencia tranquila a ritmo de los graves fraseos, interrumpida por los distorsionados “riffs” de guitarra, próximos al metal extremo sirviendo de perfecto colofón a una obra meditada y que deja buenas sensaciones.
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