¿Qué sucedería si mezclamos el horror de casas encantadas que fuerzan a sus moradores a cometer horribles crímenes con la tragedia griega de cumplir los sueños que se desean? Nos quedaría un extraño híbrido entre el “Terror en Amityville” de Stuart Rosenberg y “Stalker” de Andrei Tarkovski. Eso es “The room”, un irregular filme donde una pareja llega a una enorme casa, donde los anteriores inquilinos murieron asesinados para encontrar una estancia secreta que materializa cualquier cosa física que se desee y como en el refrán hay que tener cuidado porque se puede cumplir. Aquí como en el cuento de Aladino y la lámpara maravillosa, los protagonistas anhelan dinero y riquezas al principio pero también el hijo que no han podido tener. Y ahí, comienza el drama, pues la casa ofrece cualquier objeto sólido que se piense pero sin poder sacarlo al exterior. A partir de esa cruel broma, vista en el cine en todas las de genios malignos o poderosas entidades del mal, arranca otra historia, resuelta de forma regular, investigando los motivos del anterior crimen, que la enlaza con el “Sinister” de Scott Derrickson y otra de mundos o universos paralelos, tan del gusto de la ciencia ficción moderna.
Un guion que a pesar de no ser para nada original y tener múltiples lagunas, en muchos momentos funciona merced a múltiples giros argumentales, más o menos previsibles y un final bien desarrollado, “a caballo” entre “El resplandor” de Stanley Kubrick y “El más allá” de Lucio Fulci. Nada nuevo pero entretenido de ver y que gustará al seguidor del cine de género aunque no sea una cinta de terror al uso, pues no pretende dar miedo sino armar un suspense con cierta crueldad e impactantes secuencias, sin dejar de ser una serie B, siguiendo la onda del nuevo cine francés de horror donde se conseguían grandes cosas con una propiedad como localización principal, como en la excelente “Alta tensión” de Alexandre Aja o las brutales “Martyrs” de Pascal Laugier o “Al interior” de Alexandre Bustillo. El responsable de “La habitación” también es galo, un Christian Volckman quien debuta en la dirección, con actores reales, pues antes había realizado una película de animación. Un nuevo talento que rinde tributo a sus preferencias cinéfilas sin esconderlas y ofreciendo un resultado digno, algo ligero que no aburre en la poco más de hora y media de metraje, lo que no es poco, y que una vez vista hace que disculpemos con más facilidad muchos de los tópicos que vemos reflejados en pantalla. Quizás la peor secuencia, y menos disculpable, sea cuando pueden empezar a pedir los dólares que quieran y los productos más lujosos y refinados, donde se rueda un videoclip impresentable con la pareja convertida en unos émulos de los Motley Crüe de gira, por la cantidad de estupideces que realizan en su propia vivienda, fruto del alcohol (y entendemos que de las drogas).
La dirección de actores es competente y Volckman saca partido de una pareja limitada en la interpretación, pues ni Kevin Janssens ni Olga Kurilenko son Marlon Brando y Katharine Hepburn precisamente. Al primero le pudimos ver de criminal en otra muestra del cruel tratamiento a las personas dado en el país vecino con «Revenge» y la ucraniana no ha conseguido cumplir las expectativas que se atisbaban desde su confirmación como “chica Bond” en “Quantum of solace”, lo que le llevó años después a trabajar con Terrence Malick o compartir cartel con Tom Cruise. Ahora su nombre ha perdido peso, trabajando más en Europa aunque con gente de la valía de Terry Gilliam, Giuseppe Tornatore u, otro venido a menos, como es el español Fernando Leon De Aranoa. Junto a ellos su ficticio hijo, que como adolescente perverso encarna un histriónico Francis Chapman, aunque a su favor hay que decir que el personaje lo requiere. Todos ellos, junto a la pulcra dirección de Christian Volckman consiguen que “The room” llegue a un aprobado que vista la presentación, con un mediocre primer acto parecía complicado.
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