En estos tiempos de pandemia casi todas las “majors” han decidido posponer sus estrenos más destacados, esperando tiempos mejores donde la normalidad se asiente, los espectadores regresen a las salas y estas estén abiertas en su totalidad. Por ello, parece un suicidio romántico el que Warner Bros haya decidido que uno de sus proyectos estrella, como es “Tenet”, nos llegue ahora en pantalla grande. Una jugada arriesgada que confiemos que salga bien y se consigan las ganancias esperadas, pues no olvidemos que el cine es un negocio cuya meta es rentabilizar la alta inversión y no jugar a cambiar el mundo, vía ingeniería social, como parece que pretende en la actualidad Hollywood, cosa que puede acabar reduciendo el número de espectadores que pasen por taquilla, ya que el discurso político lo debe ofrecer el director (como artista) y no ejecutivos que siguen la ola de la corriente mayoritaria.
Y en eso, Christopher Nolan es un maestro, pues consigue aunar el espectáculo de masas con una interpretación vital “a contracorriente” y lejos de lo políticamente correcto. Con “Tenet” vuelve a unir una alambicada historia, con una puesta en escena anonadante y una explicación moral (por lo tanto política) que impresiona. Comentábamos en la reseña dedicada a «Dunkerque» la importancia que suele dar Nolan al individuo frente al colectivo, cosa que también vemos en “Tenet”, donde los protagonistas no pertenecen a entidad gubernamental conocida e, incluso, uno de ellos no tiene nombre, como en las cintas de Leone con Clint Eatswood. Son unos tipos que deben salvar a la población de una guerra mundial futura a la que vamos abocados. Esos humanos del futuro son los que intentan cambiar el presente para evitar el apocalipsis, enviando armas que vulneran la entropía, como magnitud termodinámica y con unos portales que pueden llevar al reciente pasado, aunque algunas cosas no puedan cambiarse, como explica el personaje interpretado por Robert Pattinson: “lo pasado, pasado está”. Un guion imposible de explicar aquí y que ha creado gran controversia entre cierto sector crítico que, con probabilidad, solo se ha quedado en la superficie. Explicaciones hay muchas, pero me quedo con la que hemos leído en Twitter a Cristian Campos, donde irónicamente el héroe condenaría al ocaso a la humanidad futura por salvar a una mujer y su hijo, a los que apenas conoce, mientras el villano se convertiría en involuntario redentor al suicidarse por una enfermedad incurable viajando al momento en el que fue feliz. Coincidimos con Campos en que es imprescindible ver la película varias veces pues son dos horas y media de metraje donde en un primer visionado se escapan múltiples detalles, como sucede con Tarkovski, Bergman o David Lynch, y como en buena parte del cine del estadounidense la puesta en escena supera al “libreto”.
En “Tenet”, Nolan ofrece un curso avanzado de dirección, sentido del ritmo y talento como realizador. Ya desde la primera escena en la Ópera de Kiev nos deja claro que vamos a asistir a un espectáculo mastodóntico, con secuencias inenarrables y unas escenas de acción impactantes, más si tenemos en cuenta que están rodadas de día, algo complicadísimo y que no habíamos visto tan bien filmado desde otra joya como es el «Sicario» de Villenauve, que después nos legó «La llegada», obra con la que “Tenet” guarda alguna relación en la manera de entender el tiempo como dimensión y el uso de los palíndromos. Aunque Nolan, envuelve la ciencia ficción en un vehículo de aventuras, a lo James Bond, con visitas a numerosos países donde en todos sucede algo importante, pirotécnico y fastuoso. Para ello se apoya en unos efectos especiales fabulosos, una edición donde intercala el montaje lineal y el paralelo, el pasado, el presente y el futuro que firma un técnico al alza como Jennifer Lame, el habitual buen hacer con la fotografía de Hoyte Van Hoytema y una tensa banda sonora de Ludwig Göransson, llena de efectos electrónicos y percusión. En el capítulo actoral, positivo Robert Pattinson, cada vez mejor actor y negativo John David Washington, del que creemos que no varia su semblante en todo el largometraje. Entre los secundarios repite Kenneth Branagh que crea un villano, quizás demasiado, excesivo y grandilocuente y la altísima Elizabeth Debicky en un papel de mujer “florero” agredida por un millonario sin escrúpulos como sucedía en la serie «El infiltrado», basado en la novela de Le Carré. Es lo que hace que esta muestra de lo necesario que es Nolan en el cine actual no llegue al sobresaliente. Aun así, será de lo mejor del año.
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