Seguimos con Las Flores del Mal, de Charles Baudelaire. En este caso con el poema número 100, en el que se mezcla lo místico con el mundo material de manera magistral, comprendiendo que los muertos sienten agonía aun en su propia dimensión al mirar a sus seres queridos. El autor plasma en su poema la ausencia de lo que se suele llamar, quizá erróneamente, descanso eterno, pues los muertos se conmueven al vernos sufrir.
Les Fleurs du Mal – C
pour Charles Baudelarie
La servante au grand cœur dont vous étiez jalouse,
Et qui dort son sommeil sous une humble pelouse,
Nous devrions pourtant lui porter quelques fleurs.
Les morts, les pauvres morts, ont de grandes douleurs,
Et quand Octobre souffle, émondeur des vieux arbres,
Son vent mélancolique à l’entour de leurs marbres,
Certe, ils doivent trouver les vivants bien ingrats,
À dormir, comme ils font, chaudement dans leurs draps,
Tandis que, dévorés de noires songeries,
Sans compagnon de lit, sans bonnes causeries,
Vieux squelettes gelés travaillés par le ver,
Ils sentent s’égoutter les neiges de l’hiver
Et le siècle couler, sans qu’amis ni famille
Remplacent les lambeaux qui pendent à leur grille.
Lorsque la bûche siffle et chante, si le soir,
Calme, dans le fauteuil je la voyais s’asseoir,
Si, par une nuit bleue et froide de décembre,
Je la trouvais tapie en un coin de ma chambre,
Grave, et venant du fond de son lit éternel
Couver l’enfant grandi de son œil maternel,
Que pourrais-je répondre à cette âme pieuse,
Voyant tomber des pleurs de sa paupière creuse?
Las Flores del Mal
por Charles Baudelaire
A esa sirvienta de gran corazón de la que estabas celosa,
que duerme su sueño bajo un modesto jardín,
deberíamos, no obstante, llevarle algunas flores.
Los muertos, los pobres muertos, padecen grandes dolores
y cuando octubre insufla, podador de esos viejos árboles,
su aire melancólico rodeando sus mármoles,
sin duda, deben considerar a los vivos bastante desagradecidos
ya que duermen, como hacen ellos, abrigados entre sus sábanas,
mientras, devorados por oscuras fantasías,
sin compañero de lecho, sin conversaciones agradables,
esos viejos esqueletos helados esculpidos por los gusanos,
sienten derramarse las nieves del invierno
y el siglo pasar, sin que amigos ni familiares
reemplacen los harapos que cuelgan de su verja.
Cuando el tronco silba y canta, si de noche,
tranquilo, en el sillón la contemplara sentado,
si en una azul y fría noche de diciembre,
la encontrase acechante en un rincón de mi habitación,
seria, surgiendo del fondo de su lecho eterno
velando por ese niño que ha crecido por su mirada maternal,
¿Cómo podría consolar a esta alma piadosa,
viendo brotar esas lágrimas de sus párpados cavernosos?
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