Sorprendente regreso el de esta serie francesa pues su primera temporada data del 2020. En ella se nos narraba el intento de búsqueda por parte de un ciudadano francés de su hermana a la que se creía muerta, dentro de la guerra abierta contra el ISIS en el Medio Oriente. Dentro de una intriga más o menos bien resuelta se nos contaba con acierto la lucha de los kurdos contra el Estado Islámico, con protagonismo para las fuerzas femeninas del YPJ. Por allí, aparecía también la inteligencia israelí y el odio de los suníes de DAESH contra los chiís de Hizbulah.
En esta segunda entrega se mantiene la acertada ambientación, con Raqa y alrededores como epicentro de la acción pero la historia es menos veraz, derivando al espionaje y la contrainteligencia como vehículo de acción, e incluso propaganda, al estilo de la tercera y cuarta de «Fauda» donde la acción sustituía y ganaba peso frente a las motivaciones políticas de las dos primeras. Y nos es casual que hablemos de la serie fenómeno israelí pues la gran mayoría de la dirección en este acto de “No man´s land” llega firmada por Rotem Shamir, realizador de unos cuantos episodios del serial creado por Avi Issacheroff y Lior Raz.
Pero, por desgracia, todo esa presentación de terroristas árabes, kurdos y soldados internacionales del califato queda eclipsado por una historia peor escrita y tratada, aunque posea algo más de ritmo comercial, donde los muyahidines musulmanes quedan bastante peor retratados, gente sin entidad dominada por los combatientes extranjeros que hacen y deshacen a voluntad, como jefes casi plenipotenciarios a los que hay que rendir pleitesía y sumisión, lo cual crean situaciones que bordean el ridículo por inverosímiles. Sobre todo, la del líder económico, un estadounidense de Texas cuya máxima aspiración es traer a sus dominios a su novia occidental, con la que mantenía un idilio. A pesar de que casi con seguridad el gobierno puede estar espiando nadie parece interferir. Tampoco tiene demasiado sentido la nueva misión como agente doble del británico protagonista de la primera parte, interpretado por Jake Floyd y de su compatriota, compañero en ISIS, que ha perdido el conflicto dramático con su hijo, convirtiéndose en un radical que quiere secuestrar a una soldado norteamericana. A ello se suma, la líder kurda practicando misiones suicidas en su lucha contra Estado Islámico y su régimen de esclavas sexuales.
Como se puede ver, la segunda parte es más previsible y menos política y veraz. Tiene ritmo pero prefiere moverse en los terrenos de lo sencillo y comercial aun a riesgo de convertirse en poco verosímil y, por lo tanto, inferior a su predecesora.
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