Es muy difícil gestionar un éxito. A menudo la vida nos enseña cómo hacer frente a un fracaso recalcándonos que de éstos siempre podremos extraer una lección, pero de la victoria y sus consecuencias, poco se habla. O menos de lo que se debería. En el rock y en la música en general, la memoria histórica y la propia conciencia social, poco a poco se están perdiendo; y los valores instaurados nos invitan a consumir ciertas cosas en un periodo corto de tiempo para inmediatamente relegarlo al olvido. No son pocos los ejemplos de formaciones que abrazaron el éxito y la fama con una canción o álbum y posteriormente quedan como meras anécdotas dentro de un vasto mundo como el de la música, cada vez más polarizado y donde cada interpretación siempre está sujeta a réplica.
Todos sabemos qué sucedió entre finales de los ochenta y principios de los noventa con el rock y el metal, ¿verdad? Se inviertieron las tendencias, los grupos quedaron a merced del tiempo, que es el peor de los enemigos, -más que el de los mercados o la propia industria- y, de repente, la inseguridad se instala en el seno de cualquier formación que haya conseguido ser punta de lanza de un movimiento. Seattle y el grunge se erigieron en el epicentro de una nueva manera de entender la música, mucho más reaccionaria, y opresiva, encabezando un relevo generacional que muy pocos vaticinarían en su momento -que sería, posteriormente sustituido por el industrial y el nü metal a mediados de la década. También fue el ascenso y consolidación de innumerables estilos que en aquel decenio aún pertenecían a un más que honroso underground, como sucedió con el metal extremo, el crossover y sus variantes. Con los miembros de Mötley Crüe sucedió lo mismo que con Poison, Warrant, Cinderella, Ratt o Winger. Su trayectoria en los ochenta fue impecable; acumulaban méritos por doquier y Los Ángeles, así como la extensa geografía norteamericana estaban a sus pies. Europa estaba experimentando por qué ese grupo que comenzó de forma casi anónima, donde dos de sus integrantes arrastraban una vida llena de desdichas -los problemas de Nikki Sixx con su madre; la espondilitis anquilosante de un Mick Mars que desgraciadamente tendrá que abandonar prematuramente su andadura como músico debido a la complicación de sus dolencias de espalda y cadera-, logró sobrevivir a esa jungla que eran las calles de la capital del estado de California y labrarse un nombre legendario. Incluso en pleno año 1991 -momento de la eclosión del grunge con Badmotorfinger de Soundgarden, Ten de Pearl Jam o Nevermind de Nirvana, movimientos de rock alternativo-, su recopilatorio Decade of Decadence consiguió ser un considerable éxito, vendiendo más de tres millones de discos. Parecía que no tendrían que meter la directa: la vigencia de su música estaba intacta, y el siempre peligroso cambio estilístico que acecha a cualquier grupo cuando está empezando ya a tener una trayectoria considerable, no tendría su efecto en ellos. No sabían hasta qué puntos estaban equivocados.
Dr.Feelgood fue un éxito rotundo: el cenit de un estilo que se convirtió en un fenómeno de masas y que en 1989, fecha de su publicación, junto con trabajos como Pump de Aerosmith, Sonic Temple de The Cult, Slip of the Tongue de Whitesnake, New Jersey de Bon Jovi o el debut de Skid Row, cerraban una década gloriosa en la que desgraciadamente, el fenómeno del ‘fast music’ empezó a germinar. Con este término aludo a todos esos grupos que disfrutaron de un éxito fugaz a lo largo de su carrera para luego convertirse en meras anécdotas por falta de proyección musical o incuria de las discográficas. Este suceso, con la aparición de la MTV se fue intensificando de tal forma que ésta servía más como barómetro a la hora de de hacer un estudio sobre los intereses musicales de la población que una cadena de música propiamente dicha. Volviendo a la banda, con ese álbum lograron derribar fronteras, pasando de un hard rock con claras influencias del heavy americano en sus primeros discos para ir evolucionando hacia uno más comercial que de la mano de Bob Rock alcanzaría su cúspide, moldeando a una formación que acababa de rehabilitarse de sus problemas con las drogas y que abrazaban la vida después de sus coqueteos con la muerte, como le paso a un Nikki Sixx que llegó a estar clínicamente muerto por sobredosis. Sin embargo, tras la edición del recpilatorio de 1991, el cuarteto se fue haciendo más inestable: Vince Neil estaba empezando a desmoronarse psicológicamente. Los graves problemas de salud de su hija empezaron a pasarle factura, y la suya fue una lucha que le superó en su momento. Eso y su interés en que el sonido Crüe quedase intacto, frente a la oposición de sus compañeros, quienes querían hacer un álbum que respondiese al signo de los tiempos, propició que el primero abandonase. Y es ahí cuando emerge la figura de John Corabi, un músico reputado en la escena pero cuya trascendencia en los medios de comunicación era ínfima al lado de la de su predecesor. Las personalidades de ambos eran totalmente antagónicas: el primero simbolizaba el poder fálico del hard rock, era inconstante y caprichoso, mientras que el segundo era una persona estable, felizmente casada y poco dado al divismo. Lo que no sabría el bueno de John es que cuando se está en una banda de aquellas características, no bastaba sólo con ser un buen cantante, compositor e instrumentista, sino que había derrochar actitud y saber protagonizar escándalos en el momento adecuado. Nunca cuajó, precisamente, por esa personalidad tan diametralmente opuesta a la de sus compañeros. El peso de la historia y la memoria histórica harían, poco a poco, su devastador trabajo.
De todos modos, que nadie se atreva a minusvalorar su trabajo en Mötley Crüe -1994- porque sería faltar al respeto al talento y a la cordura. Su magisterio, impecable, se notaba no sólo en la voz, donde le daba un sonoro repaso a su antecesor, sino también en la guitarra. Al tener ya un amplio bagaje como guitarrista rítmico en otros grupos, descargó de trabajo a Mick Mars, centrándose éste en la faceta de solista tranquilamente. La voz era atronadora, agresiva: un cruce superficial entre David Coverdale, Robert Plant y con un manejo perfecto de registros más oscuros o bajos como hacía el maestro Ronnie James Dio. Su poderosa garganta, unida al sonido de las dos guitarras, las habilidades compositivas de Nikki, la solvencia de Mars y el apabullante estilo que desarrolla Tommy Lee en todo el álbum -cómo se nota aquí que se estaba empapando y admiraba el sonido de bandas como Pantera o Ministry, con una pegada mucho más seca y reposada, pero de un dinamismo sensacional tras su kit de batería-, daban la sensación de presentarnos a una banda renovada que quería seguir llevando el cetro que merecidamente se ganaron en su momento. La labor de Rock como productor tampoco necesita mucho análisis; para una gran mayoría siempre será uno de los responsables del fracaso de Metallica tras el Black Album; pero para los que consideramos que ahí estaba el hombre que ayudó a que el citado Sonic Temple de The Cult se convirtiese en álbum de referencia, así como a los Crüe de finales de los ochenta y los ‘horsemen’ de principios de los noventa en iconos globales de la música, consiguió hacer, una vez más, un trabajo sensacional. Las composiciones se vieron beneficiadas, sonando agresivas y cortantes como «Power To The Music», «Hooligan´s Holiday», «Poison Apples» o «Til Death Do Us Part», mientras que los medios tiempos, como por ejemplo «Loveshine» llevaban su sello inconfundible, haciendo recaer el acento, como hizo en su momento con el cuarteto que dirigían James Hetfield y Lars Ulrich, en el trabajo de las armonías vocales. Y de eso se benefició un Corabi pletórico, cuyo rendimiento fue sensacional e intachable en todo momento. Ahora bien, ¿por qué fracasó el álbum? Fácil: pese a su sonido tan moderno, para muchos el estilo no era rentable por aquel entonces salvo honrosas excepciones; sus compañeros, aun considerando el talento de su nuevo compañero, como mencioné en el párrafo anterior, pensaban que su estilo de vida era demasiado monacal -como explican en The Dirt– y, sobre todo, porque su gabinete de comunicación dio orden directa al bajista y batería del reingreso inmediato de Neil a la banda porque éste vendía más como icono que el anterior y necesitaban de sus escándalos para ser noticia constantemente. ¿Qué nos queda? Uno de esos grandes trabajos a los cuales el tiempo sienta genial: un auténtico tratado de hard rock moderno cortante e incisivo que de haber sido editado en los ochenta o a finales de los noventa y principios del siglo XXI, habría sido un suceso tanto musical y comercial de grandiosas proporciones. Háganme caso y apuesten por el homónimo de Mötley Crüe y comprueben cómo estos tíos sabían sonar variados y juveniles sin perder su sello y actitud.
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Muy buen reportaje amigo!
Yo creo que Dr. Feelgood salio en el momento oportuno, donde el Hard Rock todavía estaba en la cúspide. Con su disco homónimo del 94 no repitieron porque ya era otro tiempo. Si hubiera estado Vince Neil en el grupo hubieran cosechado el mismo fracaso que se cosecho en su momento. Para mi el disco me pareció un disco bueno, y claramente muy menospreciado…
Un abrazo!!
Ufff, interesantísimo Alex. Ese disco de los Crüe creo que representa muy claramente el cambio que se vivió en los 90 con la introducción del grunge y como significó un quiebre demoledor en las bandas que bien mencionas que habían triunfado a la vera del Sunset Strip.
Para mi lo de Corabi fue realmente muy bueno y es una prueba de como se puede ser muy talentoso pero sencillamente no estar en el lugar justo en el momento adecuado, el disco como bien decís es uno de esos discos que escuchados a la distancia empiezan a cobrar otro valor y muestra también una faceta desconocida de los Crüe.
Yo también leí The Dirt y saqué conclusiones similares a las tuyas, pero creo que por el quiebre que significó el Grunge, podría haber cantado David Coverdale que el disco no iba a ser un éxito de ventas.
Un saludo