La versión de “El cuervo” del 94 llegó a convertirse en un “clásico de culto” no sólo por el fallecimiento de Brandon Lee sino por el gran trabajo de Alex Proyas, dotando a la historia de una imaginería que marcó a toda una generación. Una cinta donde la oscuridad y la lluvia eran parte del argumento, inundando de tristeza sus imágenes junto a un maquillaje y vestuario que marcaron a toda una generación. Además la banda sonora de Graeme Revell (su obra maestra) combinaba a la perfección con las canciones elegidas y algunas secuencias donde el desdichado Eric Draven tocaba unas notas en la azotea con su guitarra eléctrica, lo que le otorgaba un punto de casi “ópera rock”.
Por desgracia, casi nada de eso se ve en esta modernización del cómic. Un film donde su actualización consiste en ofrecernos un desenlace extremadamente violento, más cercano al manga que a la melancolía gótica de su antecesora. Un Rupert Sanders que no parece que tenga claro hacia dónde quiere dirigir su trama pues en algún momento sí que apunta homenajes a la versión de Proyas (quizás lo mejor de la película) como el momento que pasea por las calles, ya maquillado, a ritmo de The Veils.
En el debe, un guion que tarda en arrancar pues, como ejemplo, hasta pasada la hora no se pinta para ejecutar su venganza. Un problema de ritmo que se acrecienta por la falta de química entre los protagonistas pues a pesar del buen hacer de Bill Skarsgaard nada puede hacer con las limitaciones interpretativas de FKA Twigs. Entre los secundarios sí existe un villano de entidad como Danny Huston pero su desarrollo se pierde en escenas alargadas como la de la del teatro de ópera donde entra masacrando cual “ángel exterminador” a todo aquel que se le ponga por delante, lo que rompe la unidad temática pues su venganza ya no es sólo con los que mataron a él y su pareja sino a cualquiera que intente parar su castigo.
Además la ambientación podría ser cualquiera pues no tiene relevancia igual que el cuervo que no aporta nada al endeble guion de Zack Baylin y William Schneider que, como novedad, intenta presentarnos el comienzo del romance en una clínica de desintoxicación, de la que escapan para drogarse, leer a Rimbaud y ser felices antes de la tragedia provocada por un neo Fausto, ser monstruoso que capitanea un ejército.
Un “El cuervo” que se convierte en un largometraje innecesario que imaginamos que se olvidará en poco tiempo, algo que la versión de Proyas convirtió en icono y que de la oscuridad hizo “marca de la casa” con su siguiente, fabulosa e incomprendida “Dark City”.
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