Con el sello de calidad que suele ofrecer la BBC nos llega a Amazon Prime Video esta miniserie británica de solo tres capítulos, y menos de tres horas, que narra un escabroso caso que solo puede darse en la política inglesa, cuando el líder del Partido Liberal fue juzgado por intento de asesinato a su amante, por tapar el vergonzoso secreto, ya que la relación comenzó cuando la homosexualidad estaba todavía penada en las islas. Un suceso que podría narrarse de múltiples formas, a cada cual más bizarra y amarillista pero que gracias al guion de Russell T. Davies han decidido acometerlo por la vía de la comedia negra, con hilarantes diálogos y obviando dramatismo a situaciones durísimas: conspiraciones para matar, suicidios o juicios de capital importancia. Aunque como defecto cabe reseñar que ese complejo tono no llega a colmar las expectativas, pues no llega a los niveles de maldad de la sátira, aun funcionando mejor como comedia que como drama. Ello debido a la cada vez más alambicada historia, llena de giros que de no ser por estar basada en hechos reales parecería imposible.
El que sí ofrece un buen nivel en puesta en escena es el veterano Stephen Frears, quien en sus comienzos con “Mi hermosa lavandería” y “Ábrete de orejas”, ya trató la diferencia de clases y la homosexualidad aunque el tono de ironía, sarcasmo y laxa moral recuerda más a sus estupendas “Los timadores” y, sobre todo, “Las amistades peligrosas”. Un autor lejos de sus mejores tiempos de la década de los noventa que culminan en “Alta fidelidad”, aunque en el presente siglo haya conseguido el éxito con “La reina” y cosas interesantes como “Philomena” aunque lo normal hayan sido cintas de presupuestos modestos o resultados irregulares, como la última película hecha para las salas de cine «La reina Victoria y Abdul», así que como otros muchos parece que en la pequeña pantalla ha encontrado su hueco, como con esta de 2018 o dirigiendo capítulos sueltos de “State of unión” o «La voz más alta («The loudest voice»)».
Su puesta en escena es eficaz, consiguiendo una ambientación soberbia y lo mejor de su reparto donde destaca un Hugh Grant, quien ya pasó en su momento el calvario de un escándalo sexual, y Ben Whishaw, lejos de su rol en “El regreso de Mary Poppins” o su “Q” en los Bond de Daniel Craig. Magnífico como acosado- acosador. Uno de esos tipos ambiguos. Lástima que el maquillaje no esté a la altura y algunos personajes no estén demasiado bien envejecidos.
Diálogos puramente “british”, con frases imposibles en contextos incómodos. Ejemplos: “-¿Qué sintió al ser sodomizado? Como si me serraran por la mitad. ¿Y qué hizo? Lo único que podía hacer…morder la almohada.-“ o “-Creo que es el momento que se ponga a cuatro patas. ¿Está seguro? Sería lo más conveniente-“. Sin duda junto al reparto y la ambientación es lo mejor de este escándalo muy inglés. La lástima es que nos quedamos con ganas de más maldad aunque se agradece que no se tome partido por nadie, pues todos son víctimas y verdugos. Los parlamentarios nos resultan simpáticos, a pesar de ser miserables sin escrúpulos, solo pensando en las apariencias y en sus carreras (como, en realidad, todos en la alta política) y en el joven reconocemos la injusticia cometida pero vemos como su estilo de vida es el de un vividor, un parásito del ajeno que solo sabe lamentarse y culpar a otros de su falta de moral. Tras destaparse el escándalo vemos a los grupos de presión, más interesados en defender a Norman por su condición de “gay” que por sufrir un intento de asesinato. Tampoco salen bien parados los medios de comunicación más pendientes del amarillismo, la sordidez y de hundir la carrera de Jeremy Thorpe que de la verdad. Una tema que nos hace reflexionar, pues es sabido como puede variar la historia según como se cuente, bien desde el punto de vista humano o desde la frialdad de los números. Ya lo aseguraba Stalin cuando afirmaba que “Un muerto es una tragedia. Un millón estadística”. La realidad según el cristal en el que se mire.
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