Hoy ha muerto mi madre, o quizá ayer, quién sabe.
Su vecina, Culpa, que más o menos cuidaba de ella, me ha llamado
por teléfono. «No sufrió nada, ni se dio cuenta», me ha dicho Culpa,
siempre tan respetuosa con el dolor ajeno.
Mamá muerta, qué extraño.
El mundo está lleno de madres y se tenía que morir precisamente la mía.
Fue una mujer muy hermosa, cuando entonces. Mi voz buscaba el viento para
tocar su oído. De otro. Será de otro.
Ella me enseñó a cocinar los ravioli y los caracoles a la sal. Mamá. Leía a
Tucídides y a Plutarco en los originales. Oh, cuando vivimos en Nápoles
se pasaba el día cantando «… dime cuando, cuando, cuando.»
Culpa me ha contado que los últimos meses se puso amarilla, muy amarilla.
Y que repetía: «quiero morir decentemente en mi cama. De acero, si puede ser,
con las sábanas de holanda.»
Madre, mamá, mamuchi, mamita, mama, mamaíta, mamuza, mamota,
mami. Si no voy a verte más, para qué quiero los ojos. Y las manos, y el pelo, y
las tetas, dime, para qué quiero mi cuerpo si tú no vas a estar nunca más
conmigo.
«Lo sai che i papaveri son alti, alti, alti e tu sei piccolina, e tu sei piccolina.»
A veces, algunas veces, Travis y Manuela escenifican una canción, una
película, una noticia, lo que sea.
«Dime pequeñeces, ay, dime que te creces cuando estás conmigo», le dice
Manuela a Travis como quien no quiere la cosa.
El padre de Travis fue un gran amigo de Martin Scorsese, quien se empeñó
en llamar Travis a Robert de Niro en Taxi Driver, aunque al actor no le gustaba
nada ese nombre. A Travis, en cambio, el que no le gustaba era Robert de Niro
para ese papel.
«Cuéntame tus penas y tus alegrías pero háblame en la cama… ¡Háblame!»,
le replica Travis a Manuela, que ya va entrando en calor, que ya busca la
dureza, las aristas de sus pedregales íntimos, el dolor seco de sus piedras
interiores: «ya no tenemos nada, sólo unos hombros de madera, y un aroma
particular», le dice a Travis, que así se siente despojado, fragmentado,
disociado, disgregado, escindido, y necesita apretarse con fuerza contra algo
sólido y reunitivo; necesita hacerse compacto y unitario abrazando a Manuela.
Y Manuela: «vámonos… dónde nadie nos juzgue, dónde nadie nos diga que
hacemos mal; vámonos… alejados del mundo, dónde no haya justicia, ni leyes,
ni nada, ná más nuestro amor… «, con lo que Travis entra de nuevo en pérdida
y se le pone una mirada oscura de caballo humano.
Los labios de Manuela dicen que sí y sus ciruelitas también.
Algunas veces, Travis y Manuela dramatizan, teatralizan un guión, una
ocurrencia o un recuerdo que les permitan transportarse en el espacio y el
tiempo, o transformarse en otros o en ellos mismos.
N. de Alfonso
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