El título ya es de por sí transparente. Meditaciones Africanas es una ventana abierta a una cultura desconocida para muchos. Una ventana que nos muestra, nada más leer sus primeros párrafos, que estamos alejándonos despacio, de lo que son las verdaderas relaciones humanas.
He recordado al leer, esos años de la infancia en la que los vínculos familiares se viven con mucha intensidad. Lo que hace ver, con el paso del tiempo, que las órbitas de nuestras vidas se separan cada vez más, distanciándonos progresivamente como fuegos artificiales.
Felwine Sarr nació en Senegal en 1972. Es escritor, músico y académico. Artista marcial y profesor en la Universidad de Duke (Carolina del Norte).
También menciono la traducción de esta obra, por parte de Inmaculada Ortiz Montegordo. En la cual se refleja su sensibilidad con las ideas plasmadas en ella, puesto que uno se olvida de que ha sido traducida, y su sabiduría entra en nosotros como largos tragos de un líquido tibio.
Lo primero que me llama la atención de este libro, es la precisión de los procesos de aprendizaje de lo humano. Es como poner un microscopio en cada detalle. Y, unidos esos detalles, comprendemos la enseñanza que subyace de su concatenación.
Como cuando se habla del sufrimiento. Felwine cita a Prajnanpad: “No aprendemos leyendo libros, aprendemos recibiendo golpes”, lo que poéticamente vendría a definirse: “Cuando el aire tiene sabor a Tiempo, las fronteras no están lejos”. Esos golpes suceden al chocar con la valla del Tiempo. Un indicador de que estamos cerca de traspasar un nuevo límite.
La belleza no es fácil. Es difícil. Y sólo se da a sus mejores amantes. Felwine Sarr, en estas meditaciones, utiliza su intelecto para contemplar la realidad desde todos los puntos de vista posibles. Engarza cada pensamiento con otras respuestas de diferentes culturas comparando así la vida. Sin embargo, cuando esa sabiduría pasa a ser vivida, es cuando surge la conclusión final, que no es intelectual, sino del corazón. Esa verdad, se evidencia.
También se menciona de manera acertada el odio. Que no se suprime exteriormente, evitando así que se propague, sino desde dentro de uno mismo, yendo más allá de la afrenta, comprendiendo su porqué. Dejando que se disuelva. Según Bruce Lee, en el Tao del Jet Kune Do, comprendemos que: “Dentro de un alma libre de pensamientos y emoción, ni el tigre encuentra sitio para meter sus fieras garras. Vacío perfecto. Sin embargo, ahí, algo se mueve siguiendo su propio curso. El ojo la ve, pero ninguna mano puede atraparla. Como esa luna en el arroyo”.
El intelecto repite, pero el corazón descubre. Por esto Felwine nos anima a vivir nuestra verdad interior. Nos invita al despertar. Con un precioso aforismo: “Una vez percibido el perfume, (nosotros, los exiliados) nos hemos puesto en marcha”.
Este libro comienza con un Big Bang. Una explosión que hizo nacer el Tiempo. Algo que nos dice que todos somos extranjeros en este universo. Quizá las plantas, los ríos, el colibrí, sean sus auténticos moradores.
Sigo leyendo y veo cómo el autor busca La Verdad en todos lugares, en todas las culturas, pero está mirando hacia fuera. Así comprende su reflejo. Y el camino es hacia dentro, evidenciando; con el corazón.
Como dice el autor, “Lo visible está ligado a lo invisible por una cadena misteriosa y acausal”. Lo visible se intelectualiza, lo invisible se descubre sintiendo. Como decía Tolstoi: “Todo lo que sé, lo sé por amor”.
Este libro es una conversación con alguien sincero, auténtico. Un lugar al que volver. Una de esas conversaciones de antaño. Se nota que Felwine está vigilante dentro de sí mismo. Nada, o casi nada, se le escapa por el desagüe de la razón. Una actitud que promueve el crecimiento constante. Y el final de esa senda es el Todo, el absoluto.
Y aún me atrevería a ir más allá. El final es su olvido.
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