Guy Ritchie es un director peculiar, poseedor de un talento enorme pero con una trayectoria irregular. Sus mejores logros han llegado en el cine de acción con notables espectáculos como «Snatch, cerdos y diamantes» o «Rockandrolla» junto a desastres fílmicos como «Barridos por la marea» o «El rey Arturo», alternando otros títulos exitosos como las dos partes de su «Sherlock Holmes» o la adaptación no animada del «Aladdin» de Disney.
Por ventura, vuelve al género que mejores réditos le ha otorgado en el pasado pues «Despierta la furia» puede incluirse entre lo mejor de su filmografía. Basado en una cinta francesa, Ritchie ofrece una particular visión del cine de atracos, traiciones y venganza. Tenemos un vigilante de vehículos de seguridad que entra en una compañía de furgones blindados por un hecho de su pasado, del que se nos irá ofreciendo varias píldoras, en un juego de «nada es lo que parece» narrado desde distintos puntos de vista, tanto temporales como de cámara. Un buen trabajo de guion donde se perdona la irrealidad de la gran mayoría de situaciones por su originalidad al ser contada, manteniendo la tensión en las dos horas de metraje que pasan en un suspiro.
Y si eficaz es el «libreto», más la dirección de Ritchie, con una puesta en escena alambicada, con numerosos planos aéreos, algún plano secuencia y un manejo de las distancias y la cámara que dejarán satisfecho al amante del cine de acción. Hay pirotecnia, brutalidad, muertes y multitud de disparos pero sustentados en una trama atrayente y una intriga a la que contribuye el gran montaje de James Herbert, la fotografía urbana de Alan Stewart y la estupenda banda sonora de Chris Benstead, con predominio de la cuerda y la percusión, en la línea de esa genialidad compuesta por el fallecido Johan Johansson para la antológica «Sicario». Con probabilidad, «Despierta la furia» no llega a las cotas conseguidas por el largometraje de Denis Villenauve pero el tono medio es más que aceptable, notable en muchos momentos e, incluso, sobresaliente en alguno. Una buena muestra de como aunar comercialidad con autoría y buen hacer, ejemplificado en la primera escena, con el robo del dinero de un vehículo narrado desde un extraño ángulo trasero donde sólo vemos, de espaldas, al copiloto y el cristal delantero, escuchando al conductor pero sin poder verle, continuado por unos créditos a lo James Bond.
Un inicio que nos recuerda a producciones de los ochenta y noventa, sumado al protagonismo de Jason Statham, uno de esos tipos duros que tantos seguidores generaron en esas décadas y que ahora se ha perdido en los productos de masas, al ser considerado por las élites hollywoodienses como «masculinidad tóxica». Viéndolo así, podemos considerar el filme como incorrecto desde la perspectiva política. Quizás por ello, la producción sea del propio Ritchie, aunque lo primero que veamos sea el logotipo y el rugido del león de la MGM, pues ya sabemos que existe un nuevo capitalismo moralista donde parece que tan importante es ganar dinero como transmitir un mensaje moralizador a las masas. Cosa que podemos ver en múltiples productos actuales donde en pos de la evangelización «woke» se distancia a su público objetivo, ofreciéndoles lo que no quieren ver y estrellándose en la taquilla.
Ese espíritu del pasado se manifiesta en los secundarios, donde todos son rudos y serios, desde el Holt Mc Callany que destacaba en la maravillosa serie «Mindhunter», pasando por Josh Hartnett, Jeffrey Donovan o Andy Garcia, dejando el único papel femenino con algo de entidad a la altísima Niamh Algar. Todos consiguen el objetivo que pasemos por encima sus defectos, sus atropelladas muertes finales y su falta de alivios cómicos para adentrarnos en una película con tintes de tragedia, entretenida de principio a fin y que nos devuelve al mejor Guy Ritchie. Sólo por eso, merece nuestro respeto.
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