Continuando con Las Flores del Mal, la obra de Charles Baudelaire, vamos con el poema El crepúsculo del alba. Un poema que retrata con amor el dantesco panorama de la noche parisina. De manera que como en un caleidoscopio, se agolpan las imágenes distintas de diferentes situaciones humanas.
Le Crépuscule du matin
pour Charles Baudelaire
La diane chantait dans les cours des casernes,
Et le vent du matin soufflait sur les lanternes.
C’était l’heure où l’essaim des rêves malfaisants
Tord sur leurs oreillers les bruns adolescents ;
Où, comme un œil sanglant qui palpite et qui bouge,
La lampe sur le jour fait une tache rouge ;
Où l’âme, sous le poids du corps revêche et lourd,
Imite les combats de la lampe et du jour.
Comme un visage en pleurs que les brises essuient,
L’air est plein du frisson des choses qui s’enfuient,
Et l’homme est las d’écrire et la femme d’aimer.
Les maisons çà et là commençaient à fumer.
Les femmes de plaisir, la paupière livide,
Bouche ouverte, dormaient de leur sommeil stupide ;
Les pauvresses, traînant leurs seins maigres et froids,
Soufflaient sur leurs tisons et soufflaient sur leurs doigts.
C’était l’heure où parmi le froid et la lésine
S’aggravent les douleurs des femmes en gésine ;
Comme un sanglot coupé par un sang écumeux
Le chant du coq au loin déchirait l’air brumeux ;
Une mer de brouillards baignait les édifices,
Et les agonisants dans le fond des hospices
Poussaient leur dernier râle en hoquets inégaux.
Les débauchés rentraient, brisés par leurs travaux.
L’aurore grelottante en robe rose et verte
S’avançait lentement sur la Seine déserte,
Et le sombre Paris, en se frottant les yeux,
Empoignait ses outils, vieillard laborieux.
El crepúsculo del alba
por Charles Baudelaire
La diana sonaba por los patios de esos cuarteles,
y el viento de la mañana apagaba la luz de las farolas.
Era esa hora en la que un enjambre de sueños perversos
retorcían en sus almohadas a los morenos adolescentes;
donde, como un ojo ensangrentado que palpita y se mueve,
la lámpara durante el día formaba una mancha roja;
en donde el alma, bajo el peso de un cuerpo rudo y pesado,
imitaba las peleas entre esa lámpara y el día.
Como un rostro con lágrimas que las brisas secan,
el aire está repleto de esa sensación de aquello que huye,
el hombre está cansado de escribir y la mujer de amar.
Los hogares, aquí y allá, empezaban a echar humo.
Las mujeres de la vida, de mirada mortecina
y la boca abierta dormían su estúpido sueño;
esas desdichadas arrastraban sus delgadas y frías tetas,
avivaban las brasas a soplidos y se calentaban los dedos.
Era esa hora en que entre el frío y la avaricia
empeoraba el dolor de las parturientas;
como un quejido interrumpido por un sangrado espumoso
el lejano canto de un gallo a lo lejos rasgaba el aire nublado;
y los moribundos al fondo de los hospicios
lanzaban su último estertor entre jadeos de injusticia.
Los viciosos regresaban rotos por sus faenas.
La aurora tiritaba vestida de rosa y verde,
avanzaba lentamente por el solitario Sena,
y el sombrío París, frotándose los ojos,
empuñaba sus enseres como anciano laborioso.
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