Hay que reconocer la capacidad de Disney por rentabilizar sus éxitos del pasado, en esta nueva etapa donde se traslada a personajes reales sus clásicos de animación como ha sido el caso de «El libro de la selva», «La bella y la bestia» o «Dumbo». Ahora le toca el turno a «Aladdin», la en nuestra opinión mejor película dentro de las filmadas a finales de los ochenta y principios de los noventa que salvaron de la quiebra a la compañía del Ratón Mickey («La sirenita», «La bella y la bestia», «Aladdin» y «El rey león»). Una obra que tras su versión animada, pasó por el musical como ha sucedido con «La bella y la bestia» y «El rey león», y curiosamente es el menos bueno de los tres, aunque es divertido como pudimos comprobar el pasado año en Londres (imaginamos que en un tiempo llegará a España). Esta adaptación no supera a las de «El libro de la selva» y «La bella y la bestia» pero sí se convierte en un espectáculo entretenido para pasar una tarde en el cine.
Por el lado bueno, este «Aladdin» dura media hora más que el original pero no aburre sucediendo todo a un ritmo «endiablado», aportando alguna canción más y grandes números de baile al estilo «Bollywood», mucho colorido en la fotografía de Alan Stewart y buenos efectos especiales y decorados, lo que le otorga una pátina de cine clásico, lo cual agradecemos. Y, sobre todo, Will Smith que se convierte en el «amo y señor» de la función, un personaje, el del genio, agradecido y donde puede desplegar toda su vis cómica y dar rienda suelta al histrionismo bien entendido, como sucedía con el Robin Williams animado. Él llena la pantalla, tanto que cuando no sale la cinta no termina de avanzar, quizás por algo de falta de química entre Mena Massoud y Naomi Scott, demasiado hieráticos y que no trasmiten todas las emociones que debería despertar la pareja, su romance no termina de enganchar aunque Massoud funcione bien en las secuencias de acción y aventuras. El que sí que le toca el rol difícil de defender es al pobre Chico Kenzari, ya que su Jafar resulta demasiado joven y por lo tanto no creíble. El cincuentón de la de dibujos animados es sustituido por un joven arrogante, un «millenial» con rabietas por no llegar a donde el que cree que merece. De hecho, en una escena se compara con «Aladdin» al proceder de clase baja aunque él tenga más ambición.
Todo esto a golpe de dirección de Guy Ritchie, una promesa de finales del pasado siglo e inicios de éste con «Lock & Stock» y «Snatch: cerdos y diamantes», que tras su boda con Madonna y su esperpéntico «Barridos por la marea», ha conseguido buenos proyectos como «Rockanrolla», éxitos de taquilla como las de «Sherlock Holmes» y decepciones como «Rey Arturo: La leyenda de Excalibur». Por desgracia, «Aladdin» no se va a situar entre sus mejores trabajos aunque reconozcamos su ritmo en la puesta en escena y algunas buenas secuencias de acción, no termina de ofrecer algo novedoso en las escenas cantadas, limitándose a que el encargo no naufrague, haya errores evidentes y el guion no contenga ninguna laguna ni fallo en su argumento. Un «libreto» que contiene algunos cambios que no mejoran el original, ya que la historia es narrada al inicio como un cuento de un padre a sus hijos y da más protagonismo a la princesa Jasmine, al cual ofrece una nueva canción de empoderamiento femenino (muy inferior a las escritas por Alan Menken y Tim Rice hace más de veinticinco años) y rodada en primer plano, al estilo de Tom Hooper en «Los miserables». Una decisión equivocada pues rompe la magia visual al no usar generales ni panorámicas. No es el único momento, pues el más hilarante es la aceptación de la señorita como heredera al sultanato, por lo que tenemos el primer acercamiento a la igualdad en el islam, religión que convenientemente no se nombra en ningún momento y que se acerca al hinduismo, o eso nos quieren hacer creer, con colorido y números musicales a lo «Bollywood». Ya se sabe de la importancia de crear conciencia en los medios de masas aunque eso resienta el producto final. No es la mejor versión ni se acerca a su original de 1992, lo que demuestra que la cinta de John Musker y Ron Clements era de un nivel estratosférico y con unas canciones y banda sonora espectacular.
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