“En guerra con mi abuelo” es una comedia navideña rara. Primero porque la navidad está mostrada de forma tangencial, ya que todo sucede en el inicio de curso escolar en septiembre y segundo porque su delirante argumento nos deja estupefactos. Un niño pierde su habitación, ya que su abuelo viene a vivir con la familia y en un “ataque de celos” decide declararle la guerra a su anciano familiar a base de bromas pesadas y sabotajes a sus enseres, por lo que el hombre mayor contraataca, iniciando unas hostilidades que irán en aumento. El problema es que nieto y abuelo parecen quererse y entonces todos esos actos desnaturalizados acaban resultando inverosímiles. A favor, hay que reconocer que la comedia tiene ritmo y la hora y media se ve en un suspiro y el tono entre “slapstick” y dibujo animado acaba por resultar entretenido y agradable, pudiendo encontrar ciertos paralelismos con “Solo en casa”, otro éxito para ver con la familia en diciembre.
Y no es extraño el encontrar coincidencias con la cinta de John Hughes (aunque la dirigiese Chris Columbus), pues el responsable de “En guerra con mi abuelo” es Tim Hill, otro especialista en las películas para toda la familia, aunque todavía lejos de lo conseguido por Hughes en los ochenta, con sus largometrajes dirigidos a niños y adolescentes. Para el guion de la que nos ocupa se han necesitado hasta cuatro escritores, suponemos que intentando dar un tanto de homogeneidad a una idea que no puede ser creíble desde el inicio, por lo que optan por agregar unas cuantas sub tramas que no terminan de resolverse y encajar en el libreto. Así podemos intuir que a pesar de lo mucho que extraña a su fallecida esposa, el jubilado protagonista puede empezar una relación con otra mujer, sus amigos no llevan bien el forzoso retiro e intentan sentirse jóvenes o el marginado grupo del nieto sufre acoso por parte de los más mayores y ciertos familiares. Todo se esboza pero no se explica y es finalizado sin que sepamos demasiado. Un ejemplo claro de cómo un guion mal desarrollado puede llevar al traste a una puesta en escena decente, pues reconocemos la capacidad de Tim Hill para intentar crear acción y situaciones divertidas.
Lo que sí nos crea cierta nostalgia es ver cómo trata Hollywood a sus antiguas estrellas, pues entre el rutilante reparto tenemos a Robert De Niro, que sigue inmerso en trabajos menores, aunque «El irlandés» pareciese un paréntesis triunfal, acompañado por un Christopher Walken, al que los años no han acompañado. Grandísimos actores de un pasado que parece que no va a volver. No son los únicos rostros conocidos de antaño, pues por ahí aparece Cheech Marin, secundario inolvidable en la secuencia de presentación de “La Teta Enroscada” en “Abierto hasta el amanecer” y algunas “locuras” más de Robert Rodriguez, Jane Seymour o Uma Thurman, cuyo último trabajo relevante fue con Lars Von Trier y su «La casa de Jack».
“En guerra con mi abuelo” constata el declive de todas estas grandísimas celebridades del pasado, rostros que para las nuevas generaciones son desconocidos y que nos obligan a ver cómo afecta el paso del tiempo, como envejecen los ídolos del pasado, lo mismo que nosotros, cada vez más cerca del retiro que de la escuela. Dicen que hay que aceptar la edad con resignación y disfrutando la nueva etapa pero estamos convencidos que Christopher Walken preferirá seguir siendo el “actor fetiche” de Abel Ferrara, Jane Seymour y Uma Thurman los “sex symbols” de no hace tantos años y Robert De Niro ser Robert De Niro y no este histriónico personaje que le ofrecen desde hace lustros. Aun así, “En guerra con mi abuelo” es un producto de fácil consumo, entretenido de ver y de un humor tan blanco como sus inexistentes pretensiones. Y se agradece a pesar de sus innumerables defectos.
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