Ya hablamos en su día del cambio a nivel emocional y cultural, sobre todo en el mundo anglosajón, que produjo el asesinato de Sharon Tate a manos de la familia Manson. El sueño hippy de paz y amor acabó abruptamente y el mundo ya nunca fue igual. Érase una vez en… Hollywood viene a ser un cuento acerca de cómo podrían haber sucedido los hechos para que tal masacre nunca se hubiera llevado a cabo. Es una fantasía muy propia de Tarantino (que ya hizo algo similar con el asesinato de Adolf Hitler en Malditos bastardos) que se imagina cómo se podría haber evitado dicha matanza.
Más allá de los homenajes a ese cine algo naif de los 60 con vaqueros y seriales televisivos, Tarantino ofrece un film irregular cuyo guión va dando tumbos sin un rumbo fijo hasta que desemboca en el inevitable estallido de violencia propio de su autor. Es curioso que Tarantino sea el amo del reciclaje moderno y cuando intenta innovar es cuando su cine más flaquea. No me malinterpretéis. Érase una vez en Hollywood no es un mal film, ni mucho menos, pero su excesiva duración le hace perder enteros. No aburre pero tampoco atrapa como este director es capaz. Una pena que en la sala de montaje nadie le dé algún consejillo a Tarantino. Érase una vez en Hollywood tiene grandes momentos como el del rancho (gran suspense resuelto de forma magistral), la lectura de guión con la niña o ese DiCaprio desbocado en la caravana. Sin embargo, en conjunto la historia resulta demasiado dispersa. Sinceramente, no sé a qué viene la escena con Bruce Lee (que no sale nada bien parado) o tanto viaje en coche escuchando música rock. Por no hablar del innecesario momento sin camiseta de Brad Pitt (hay que ver cómo se conserva este señor a sus 55 tacos).
Reconozco que este film se me hizo algo pesado, cosa que ya me había pasado antes en films como Django desencadenado o Jackie Brown. A pesar de las interpretaciones y el saber hacer de Tarantino, al film le falta ritmo y le sobran minutos. Sin ninguna duda, lo mejor de Érase una vez en… Hollywood es esa fabulosa pareja formada por Brad Pitt y Leonardo DiCaprio, ambos están en unos de los mejores personajes de su carrera y no me extrañaría que ambos estuvieran nominados al Oscar. Esta pareja formada por un actor venido a menos que intenta reflotar su carrera y su amigo especialista que le dobla en las escenas de acción (y hace de conductor, asistente y lo que se tercie) bien vale el visionado de este film. Me recordaron (salvando las distancias) a la pareja formada por Paul Newman y Robert Redford: ambos son estrellas pero también buenos actores y auténticos sex symbols. Sin embargo, otros personajes no resultan tan interesantes. No creo que esté bien desarrollado el personaje de Sharon Tate, Margot Robbie se dedica a lucir su espléndido palmito y poco más, apenas tiene líneas de diálogo. Esa larga escena en la sala de cine no aporta nada a la historia y consume bastantes minutos. Tampoco los chistes me resultaron tan graciosos como en otras ocasiones. Hay cameos que no aportan demasiado (Luke Perry en su última película o un Al Pacino cuyo personaje no para de hablar llegando a resultar cargante) y otros habituales de Tarantino que quedan simpáticos pero nada más (Kurt Russell o Michael Madsen). Sí me gustó la interpretación de Margaret Qualley (la joven actriz hija de Andie McDowell que siempre recordaré por este soberbio anuncio de Spike Jonze) a pesar de que sus pies son realmente terribles debido a los años dedicada a la danza. Ya se sabe la obsesión que tiene Tarantino de mostrar los pies de sus actrices.
Lo dicho, Tarantino busca su propio camino sin dejar de ser él mismo. Sigue con sus homenajes (más o menos evidentes) pero hace menos corta y pega, lo que le permite demostrar su propia visión del cine más allá del reciclaje y la violencia (que también los hay). Lo único malo es que se empeña en alargar demasiado una trama que no da para tanto.
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