“Contrariamente a los rumores, me siento muy orgulloso del lugar de donde vengo” Bob Dylan
Hay una película que me encanta que me sirve de perfecta intro para este post. No se si la habrán visto, se trata de North Country , aquí titulada En tierra de hombres ,como no, para seguir esa nefasta tradición de traducir todo de cualquier manera. Pero volvamos a lo nuestro, en aquella película la deliciosa y bella Josey Aimes (Charlize Theron) vuelve a su pueblo natal en el norte de Minnesota.
Aquí estamos situados, en uno de los estados de América, que esta situado en la región del Midwest. Un lugar de clima extremo y conocido como la «Tierra de los 10.000 lagos». Asimismo hogar de una gran comunidad artística, lo que nos lleva a la ciudad de Duluth, que es una ciudad del norte situada al borde del lago superior. Y claro, ya sabemos que voy hablar de Dylan, si pero de Bob y su relación con la ciudad que le vio nacer, y con Hibbing la que le vio crecer. Bob tenía siete años cuando se mudó junto a su familia a Hibbing que estaba a unos 100 km de distancia. Ambas durante años no tuvieron un idilio de amor con nuestro bardo. Se sintieron despreciadas por esa afán de Dylan por mentir y contar historias rocambolescas sobre su procedencia, y sus diferentes fabulaciones sobre ser un hijo de ninguna parte.
En la calle principal de Hibbing, las paredes del Zimmy’s Bar están atiborradas de fotos del hijo predilecto de esta ciudad olvidada y arrasada por las crisis industriales. Su dueño Robert Thomas Hocking es el guía oficial del recorrido Dylaniano por la ciudad. La tienda donde compro su primera armónica, Crippa’s apenas tuvo discos de Bob en sus estanterías, y la gente del pueblo no apreció en absoluto esa falta de orgullo por su procedencia, por sus ciudadanos que compartieron aquellas calles, aquellos bosques y aquellos fríos inviernos. Aquella ciudad tardó mucho en perdonarle su desdén hacia ella. Sólo a partir del momento en que Dylan cumplió 65 años, se empezó a organizar reuniones para fans para visitar aquellas tierras por las que el joven trovador anduvo durante su adolescencia.
Fans y ciudadanos que esperan cada año en vano la venida del mesías, que algunos rumorean que se acerca de vez en cuando. Disfrazado, camuflado entre extraños ropajes y tras oscuras gafas, disimulándose entre la multitud para que nadie lo reconozca. Los fans también visitan Duluth, el pueblo que vio nacer aquel niño, hijos de inmigrantes ucranianos, que se afincaron cerca de aquel lago que les recordaba el mar negro. El abuelo Zimmerman había llegado de Rusia era un humilde zapatero. Su hijo, Abe, el padre de Bob, tuvo un ataque de polio lo que seguramente forjo en el ese carácter de hombre áspero de estilo de vida austero y formal. Seguramente Bob heredó esa naturaleza esquiva, y celosa de su intimidad.
Nació el redentor del folk bajo el nombre judío de Shabtai Zisel ben Avraham, pero se le conoció en el pueblo como Robert Allen Zimmerman. Nosotros apóstoles y fervientes de su doctrina le conocemos como Bob Dylan, ya su nombre suena a música. En Duluth un fan adinerado se permitió comprar la casa que le vio nacer por E-Bay, por la suma de 85 mil dólares, por cierto la casa de Hibbing sigue a la venta por un millón de dólares. Los fieles acuden a diario para recorrer igualmente las calles de la ciudad que le vio nacer, aunque poca cosa se encuentra allí, salvo un callejón sin salida llamado Dylan’s Way donde una vez toco Buddy Holly, y un joven Zimmerman vio la luz.
La ciudad de Duluth perdió su esplendor también hace tiempo, como tantas urbes que han visto como los tiempos de bonanza se esfumaban año tras año. Aquí poco rastro Dylanita sino es por algunos míseros guiños al genio en algunas vitrinas, el resto hay poco hay si no recorrer sus verdes bosques. Queda el gozo y el respeto de visitar la tumba de sus padres a la salida de la ciudad y observar como las piedras encima de la tumba atestiguan la visita de los familiares y allegados. Al colocar aquellas piedras, aceptamos la eternidad del alma, la adhesión al eterno, como lo será la música del judío errante que nació en estas frías tierras del norte. Pero volvamos a Hibbing , al que fue el pulmón de acero de América durante las dos guerras mundiales, y que ahora se oxida en su propia nostalgia.
Ya en “Tarantula” Bob se lamentaba que la única salida posible en aquel pueblo era ser minero y rehusaba morir de una manera tan banal y prefirió seguir el curso del río para escapar a las astillas de acero y al polvo rojo. A Dylan en su juventud no le faltó de nada. Tuvo casi de todo, hasta una Harley Davidson con la que recorría la provincia junto a Leroy Hoikkala que fue el batería de su primer grupo. Aquella banda que ensordeció a los profesores en la fiesta del instituto. Aquel teatro del Hibbing High School que le vio subir por primera vez sobre un escenario, sigue siendo un lugar de peregrinación. Hibbing tambien vio nacer también al primer amor del joven Dylan, aquella risueña Bonnie Beecher que Dylan recordó con algo de nostalgia en “Girl From The North Country Girl”. Aquella dulce chica que se convirtió en actriz y cantaba hipotéticamente el tema «Come Wander With Me», compuesto por Jeff Alexander.
Duluth tiene otros hijos predilectos, aunque de otro calibre, pero con una gran emotividad interior como es la música de Low, compuesto por Alan Sparhawk y Mimi Parker, los dos alma máter del grupo, y que son marido y mujer. Dylan ama aquella tierra del norte y aunque nunca se lo haya dicho a sus ciudadanos, si que lo ha transmitido a partir de sus composiciones. Tanto los bellos recuerdos que acunaron dulcemente su mente, como los de color a hollín que entubaron muchas tardes, y le hicieron escapar en ruta hacia la gloria, como tan bien dijo su mentor y guía espiritual. En 1959 se apuntó a la facultad de artes de la universidad de Minnesota. Durante los tres semestres que pasó allí comenzó a actuar en solitario tocando la guitarra y la armónica, en la cafetería de la universidad, la Ten O’Clock Scholar. En aquel momento decidió convertirse en BOB DYLAN.
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