Arriesgada propuesta la que ha tenido una «major» como la Fox al producir la primera comedia romántica gay. Una acción rompedora con la que intenta ganar un nuevo público y conseguir una excelente taquilla normalizando una situación cada vez más habitual en nuestras ciudades y sociedad. Y así, pensando «a vuelapluma», es sorprendente como ha cambiado el tratamiento a la homosexualidad en poco tiempo, pues ya no es el tipo que frecuenta ambientes siniestros como en «A la caza» de William Friedkin o en «tarde de perros» de Sidney Lumet, asesinos psicópatas como el de «El silencio de los corderos» de Jonathan Demme, alivios cómicos, intolerables hoy en día, como el de «Loca Academia de policía» y su poco recomendable pub «La Ostra Azul», parte de humillaciones a rudos soldados «heteros» como en «Oficial y caballero» o «La chaqueta metálica» o secundarios comprensivos que ayudan a la protagonista heterosexual a enamorarse como en «La boda de mi mejor amigo». Y es que hasta hace nada, las películas de temática gay o eran producciones minoritarias, de arte y ensayo, o con un claro componente escandaloso y de trasgresión como en el cine de Derek Jarman, Greg Akari, Pedro Almodovar o algunos trabajos de Gus Van Sant, Wong Kar-Wai o James Ivory, quien confirmó esta tendencia actual con su Oscar por el guion de «Llámame por tu nombre». Pero como se puede observar, casi todo eran dramas. Por ello sorprende este «Con amor, Simon», por ser la pionera de un género que John Hughes elevó a los altares en los años ochenta con clásicos como «El club de los cinco», «La chica de rosa» o los múltiples largometrajes similares que proliferaron en esa década, como «Admiradora secreta», con la cual esta tiene ciertos paralelismos, ya que «Con amor, Simon» gira en torno a un adolescente homosexual que se enamora de un compañero de clase, cuya identidad desconoce, merced a un texto en una red social del instituto. A partir de ahí, se generarán unos equívocos que harán que el joven reconozca su identidad sexual, la comprensión del resto y la búsqueda del amor.
En su haber, hay que decir que la cinta tiene ritmo y su hora y cincuenta minutos no aburre, gracias al trabajo de Greg Berlanti, realizador que proviene del mundo de la televisión, apoyado en unos diálogos, bien trabajados de Isaac Aptaker y Elizabeth Berger que ante todo mantienen el «humor blanco» y situaciones que en más de una ocasión «entran de lleno» en el «territorio» de la cursilería. De hecho, no intentan en ningún momento un discurso con fondo o cierta madurez. Son adolescentes que actúan como tal y eso se agradece en el diseño de los personajes. Lo que sucede, es que es complicado sobreponerse ante tamaña dosis de comprensión, dulzura, almíbar y azúcar, como sucedía en los largometrajes ochenteros de temática romántica en instituto, a no ser que uno vaya predispuesto ante tal «ensalada» de sentimientos. Parafraseando a Aristóteles parece bastante más importante el «logos» de la película que el «ethos». Mucho más importante el discurso que como está contado.
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