Sobre lo que significa tener la fortuna de poder ver a Steve Vai en directo me quedo con las reflexiones de un coloso en el mundo de la guitarra como es José Carlos Sisto (a quien Laurent Berger le realizó una sensacional entrevista en su siempre recomendable sección de Mis discos y yo) quien tras su concierto en Huelva (pocos días antes del de esta reseña) afirmaba que asistir a lo que significa Vai en el mundo de la música actual es comparable a sr testigo en vivo de Mozart, Robert Johnson, Jimi Hendrix o John Coltrane. Palabras, no sé si exageradas, acertadas que simboliza la suerte de seguir pudiendo escuchar a este genio en su madurez, pues pasa de los sesenta años. Alguien que comenzó su trayectoria con Frank Zappa (lo que le llevó a seguir formándose en Berkeley) que pasó por bandas fundamentales del hard rock dejando su impronta hasta que llegó el hartazgo, variando de forma radical su camino hasta este espectáculo que nos ofrece desde hace tiempo, basado en su maestría, talento y virtuosismo a las seis cuerdas.
Su paso por Madrid fue otro buen ejemplo de ello, ante una sala La Riviera que presentaba un excelente aspecto, con tres cuartas partes del aforo. Así que a las 20:30 horas comenzaban dos horas y veinte minutos de comunión entre artistas y público, cosa no sencilla pues se prescinde de vocalista y todo el “show” se basa en temas más o menos largos, juegos malabares con los dedos y una perfección técnica brutal. Vai llegaba para presentar su último trabajo “Inviolate”, arrancando con la espectacular “Avalancha” y continuando poco después con “Little pretty”. En total interpretó seis canciones del nuevo Lp, repasando su dilatada trayectoria en quince temas más.
Y todo con un escenario minimalista con una alfombra roja en el centro y una pantalla trasera, con un Steve Vai que cambia de guitarra con frecuencia, tanto como de vestuario apareciendo con camisa verde, camisa, pantalón y botas negras para despojarse con posterioridad del color en su vestimenta y ataviarse con un sombrero. Durante una buena parte fue el único integrante del cuarteto con el que se presentó en la capital de España con cable en sus Ibanez aunque el segundo guitarra Dante Frisiello también dejó el inalámbrico en algún momento, alternando la eléctrica, con la acústica y el sintetizador. El resto de la formación la conformaban el bajista Philip Bynoe aunque con un bajo de seis cuerdas y el batería Jeremy Colson. Un Steve Vai que engrandece su leyenda con gestos con su grupo pues sin dejar de ser el protagonista absoluto de la noche cedió participación al resto de componente con solos de guitarra para Frisiello, bajo y batería, además de un magnífico duelo de guitarras como el de la película “Cruce de caminos” que aparecía en la pantalla o utilizando a los técnicos como guitarristas improvisados. Como apunte de la importancia de estas transiciones, tras el de momento de lucimiento de Jeremy Colson con las baquetas llegaba uno de los momentos estelares de la velada con “Teeth of the Hydra”, interpretada por la monstruosa guitarra del mismo nombre y tres mástiles que queda lejos de una “boutade” pues uno sirve como bajo, el otro como rítmica y otro para punteos. Colosal.
Así que fusionando el blues, el hard rock, el progresivo, sonidos orientales y contemporáneos Steve Vai dejó muestras de la elegancia de su forma de tocar y que casi lo emparenta con Zappa con esa línea entre la música clásica y la popular. No es afirmación baladí pues en la preciosa “For the love of god” apareció el vocalista Danny G. cantando en tono operístico antes de la despedida con el bis “Fire garden suite I- Bull whip” que nos dejaba un extraordinario “sabor de boca” y la sensación que ofrece ver a Steve Vai de haber asistido a algo de importancia musical.
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