El documental es el género que “a priori” más se acerca a la realidad y que suele tener la vitola de ser independiente con los hechos narrados por lo que su verosimilitud suele estar fuera de duda y es tratado casi como si de un ensayo fílmico se tratase. Sin embargo, se suele olvidar que el documental tiene unos autores como una ideología definida y por lo tanto una visión sobre lo narrado.
“No other land” no intenta reflejar una realidad sobre el conflicto árabe- israelí sino la visión de un activista palestino con un amigo, periodista israelí, crítico con su país. Y esa mirada sesgada es la que fluye en este duro documental sobre la expulsión de los habitantes palestinos de una zona de Cisjordania a manos del ejército hebreo. Como en toda obra maniquea existen unos buenos, muy buenos y unos malos, malísimos. En el primer bando están los palestinos, educados, orgullosos y luchadores y por el otro lado soldados y colonos, asesinos, abusones y malvados.
En el relato de Basel Adra y Yuval Abraham no hay grises ni términos medios. La tierra pertenece a ese pueblo aunque exista sentencia judicial que diga que esas construcciones son ilegales, existe un “apartheid” a los palestinos sin más motivo que el odio, por lo que no se menciona el terrorismo, salvo al final como consecuencia de más represión tras el 7 de octubre.
Como es natural en un tema tan candente y de tan difícil solución, un alegato así goza del favor de la mayoría de la comunidad internacional, tanto en Estados Unidos donde “No other land” ganó el Oscar aunque la tendencia es que Hollywood es controlado por el “lobby” sionista y en una Europa tradicionalmente pro- palestina un documento así goza de la simpatía de la masa pues, no en vano, la producción es Palestina pero con financiación noruega.
Y no se puede negar el sufrimiento de esas aldeas de Masafer Yatta que ven como sus construcciones son derribadas al ser declaradas sus tierras como campo de entrenamiento militar, lo que nos recuerda al mismo conflicto esgrimido al inicio de la ganadora del Goya «El 47» donde se intentaba burlar la ley para construir sus chabolas en el barrio de Torre Baró. Un litigio donde unos agregan que la tierra es suya y, por lo tanto, pueden construir con libertad sin necesidad de tribunales de otro país y el otro bando aplica la sentencia que dice que ese terreno es parte de Israel para entrenamiento armado y llegada de colonos.
Es innegable que las imágenes son duras pues podemos asistir de forma real al destrozo de casas o disparos a bocajarro sobre ciudadanos desprovistos de armas pero su visión parcial le aleja de esa búsqueda de la verdad pues no existe autocrítica ni explicaciones de por qué se llega a esa situación. Y eso echamos en falta en este, por otro lado, interesante documental.
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