Leíamos no hace demasiado tiempo la tesis doctoral, en su versión publicada por Marcial Pons, de Iñigo López Simón titulada “Los olvidados: marginalidad urbana y fenómeno quinqui en España (1959- 1982)” donde, entre otros muchos temas se habla de la creación de barrios humildes del extrarradio madrileño, barcelonés y bilbaíno. Nombres como Vallecas, San Blas, Ortxarkoaga, La Mina o Campo de la Bota tan fundamentales en ese periodo de finales de los setenta y principios de los ochenta donde glosar las hazañas del Torete, del Vaquilla, del Jaro y de otros delincuentes de ese tenor.
Es cierto que “El 47” refleja ese periodo pero desde el punto de vista de un héroe anónimo que intentó llevar el transporte público a uno de esos barrios creados por la inmigración andaluza y extremeña en Cataluña y olvidados por las autoridades como es Torre Baró, al extremo de Nou Barris.
Su responsable Marcel Barrena es un director de esos comprometidos pues sus anteriores películas fueron “Cien metros” sobre la enfermedad de la ELA y “Mediterráneo” sobre el inicio de la ONG Open Arms. Ambas historias de superación donde la fuerza del individuo supera las trabas del poder colectivo. En este “El 47” mantiene las mismas constantes, lo cual es extraño pues las asambleas vecinales eran bastante poderosas en ese tiempo pero imaginamos que al estar capitaneadas por un tipo de izquierda proletaria rompería el discurso que Barrena quiere ofrecernos, más próximo a las ideas catalanistas actuales donde la mente preclara es una ex monja catalano parlante que enseña con dedicación a los ignorantes emigrantes del sur, donde en la Barcelona metropolitana todo el mundo habla y entiende el catalán y donde los únicos monolingües en español son la policía que, por supuesto, además de ser los villanos de la función laminan cualquier tipo de expresión catalana y movimiento obrero. Todo queda claro desde la primera secuencia cuando se nos informa que una Ley del Suelo franquista dejaba claro que si al amanecer una vivienda tenía techo no podía ser derribada, por lo que las fuerzas del orden esperan su momento al alba para destrozar el trabajo de unos pobres desheredados que emigran a Barcelona, huyendo de la represión falangista.
Un argumento maniqueista pero que funciona más o menos bien pues si se olvida esa interpretación complicada de la historia estamos ante un producto entretenido, con buenos momentos y una extraordinaria interpretación de Eduard Fernández. Uno de esos casos donde lo que se cuenta es mejor de cómo se cuenta pues la puesta en escena de Barrena también es irregular, alternando secuencias y escenas de gran calado tanto sentimental, emocional como de acción con otros más anodinos y repetitivos. No es ni mucho menos un mal producto pero con estos mimbres podríamos esperar un mejor cesto.
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