Leigh Whannell comenzó su trayectoria cinematográfica como co guionista de James Wan en películas tan importantes en el cine de terror moderno como “Saw” o “Insidious”, entre otros títulos. De hecho, su debut tras las cámaras se produjo con la tercera entrega de la saga del último largometraje antes referido. Una carrera, de momento, exigua de tres filmes cuyo mayor éxito era la estimable nueva versión de “El hombre invisible”. “Hombre lobo” es su cuarto trabajo y como los anteriores lleva el sello inconfundible de Blumhouse aunque en unión con Universal que dentro del horror intenta revitalizar sus monstruos clásicos.
Uno de ellos es el hombre lobo, el licántropo, aunque esta cinta poco tenga que ver con el argumento de la mítica “La marca del hombre lobo” donde Lon Chaney interpretaba al terrible monstruo. En esta adaptación, escrita por el propio Whannell, nos enfrentan a una lucha de una familia contra la nocturna criatura en un paraje desolado en una remota localización en el estado de Oregón. Una historia que tras un interesante prólogo nos presenta una narración ubicada treinta años después donde el protagonista regresa por un tema de herencia a su lugar de niñez. Un bello paraje dominado por el espeso bosque, bello y peligroso donde los pocos lugareños viven bajo la amenaza del desconocido ser. Un brutal híbrido entre humano y animal.
Una presencia escondida que recuerda a esos pueblos transilvanos que viven sometidos a la leyenda de Drácula. Como es natural, al atacar al padre de familia este comienza su transformación en lobo, contada con cierta parsimonia pero menos espectacular que las de “Un hombre lobo americano en Londres” de John Landis o “En compañía de lobos” de Neil Jordan. Quizás la mayor similitud pueda estar con la saga de “Aullidos”.
Entre el reparto las principales piezas son las de Christopher Abbott, Julia Garner y la joven Matilda Firth que otorgan un punto de intimismo aunque lejos de lo mostrado, por ejemplo, en “Un día tranquilo”.
Dentro de su irregularidad hay que reconocer que a partir de que se desencadenen los acontecimientos la película gana en rapidez y ritmo. Una puesta en escena ágil, con los efectos especiales intentando integrarse en la historia y no al revés, lo cuál se agradece aunque resulta excesivo toda la primera parte. Una presentación que lastra su presentación marcada por la fotografía de Stefan Duscio que consigue que sintamos temor a plena luz del día. Una solución mejor que los sustos mediante golpes de sonido (mucho tiene que ver la banda sonora de Benjamin Wallfisch) peor conseguidos que en los largometrajes de James Wan o en una parte de la producción de Blumhouse.
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