“The brutalist” es cine hecho para pasar a la historia. De otro tiempo, sea por su duración (más de tres horas y media), la utilización del intermedio, ser filmado en Vistavisión (tan propio de los cincuenta) o su temática. Pero es que además es un excepcional largometraje: una película- río, una de esas llamadas “más grandes que la vida” con un desarrollo fascinante y donde nada es dejado al azar, rodado con emoción y que a pesar de su metraje no aburre en ningún momento gracias a un ritmo portentoso y una dirección sensacional a cargo de un Brady Corbet que, hasta ahora, se había limitado a dos filmes interesantes pero incomparables a este “The brutalist”. Su manejo de los planos es soberbio pareciendo que la cámara esté siempre donde debe, ya desde el plano secuencia inicio, en un prólogo donde el ficticio artista huye de una Europa de posguerra a un Estados Unidos donde tendrá que luchar contra todo y todos. Además el hecho de que sea arquitecto le dota de un sentido de trascendencia y paso del tiempo realmente admirable para sus fines convirtiéndose en lo mejor realizado sobre este tema desde “El manantial” de King Vidor.
Y si la dirección de Corbet es apabullante no lo es menos el guion escrito por el mismo junto a Mona Fastvold dividido en un prólogo, una primera parte donde se nos ofrece el duro inicio estadounidense de Laszlo Toth hasta que conoce al señor Van Buren, una segunda con su gran proyecto vital y la llegada de su familia de Hungría y un epílogo de anciano. Durante ese tiempo comprobamos el racismo, la lucha de clases, como no cesar en el empeño, las drogas como exorcismo de fantasmas, demonios interiores y dolor, el ejercicio del poder para transformar vidas para bien o mal o el abuso y la agresión sexual de corte homosexual (tema poco tratado en el séptimo arte).
En el aspecto técnico buena banda sonora la de Daniel Blumberg, aunque en ese detalle sí queda por detrás de otros clásicos con esas pretensiones como las de Maurice Jarre para David Lean o más próximo en el tiempo la de Max Richter para «La sombra del pasado» (con la que guarda algunos paralelismos), antológica la dirección artística y la fotografía de Lol Crawley.
Y con un reparto de altura con un Adrien Brody con uno de esos papeles que marcan una carrera (a la altura del de “El pianista” de Polanski) y secundado a la perfección por Guy Pearce que nos ha vuelto a recordar el que impacto en la década de los noventa del siglo pasado con “Memento” o “L.A. Confidential” y la siempre convincente Felicity Jones. Un elenco más que solvente que consiguen elevar la obra de Brady Corbet a límites extraordinarios, y siguiendo la metáfora artística y arquitectónica (parafraseando al libro de Andrei Tarkovski), a “esculpir en el tiempo”.
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