Se cumplen 65 años del que, según una abrumadora mayoría de voces, es el mejor disco de la historia del jazz. Tal día como hoy, en 1959, por medio de la entonces todopoderosa Columbia Records se publicaba Kind of blue de Miles Davis. Hoy que alcanza esa mítica edad que asociamos a la jubilación, habiendo vendido más de cinco millones de copias sólo en Estados Unidos, el álbum continúa siendo reconocido desde todos los puntos como una pieza única, música imperecedera.

Es algo que cualquiera puede comprobar en pocos segundos. Basta con entrar en su buscador de Internet favorito, preguntar por los mejores discos de jazz de la historia y ahí aparecerá orgulloso, imbatible, sea quien sea el autor de la lista, Miles Davis con Kind of blue. Es casi desconcertante porque en este tipo de cosas siempre suele haber opiniones divergentes, voces disidentes que plantean otras perspectivas, que, en este particular, parecen perderse en el mar de la unanimidad y no lograr la más mínima relevancia. Cierto que si rascamos un poco podremos encontrar algún lugar donde el puesto más alto del podio lo ocupe otro, como algo muy excepcional. Pero en esos extraños casos también estará presente, quizá como número dos, o tres. Nadie osa no darle un lugar en el Olimpo del género. ¿No ha habido en 65 años tiempo, talento o posibilidades para que alguien lo destrone? ¿Cómo es posible semejante quorum cuando en la vida real parecemos abocados a ponernos cada vez menos de acuerdo y polarizar más las opiniones sobre cualquier nimiedad?

Recuerdo perfectamente la primera vez que escuché So What!, en Radio3. Inmediatamente supe una cosa: quería tocar aquel tema. Esa entrada de contrabajo, esa cadencia estática, esa simplicidad rayando lo obsceno, esos sabores musicales que se entrelazan con sutileza, me llamaban como sirenas embriagadoras a las que yo, Ulises sin encadenar, no supe como resistirme. Llegué al local de ensayo y pronto estuvimos trabajando en ello. Sobre la marcha salió a relucir la partitura de All Blues, esa extraña maravilla que se puede interpretar como un 3/4 o un 6/8 en función de como te coja el cuerpo, o incluso alternándolas, o sin hacer distingos, ese blues que no es blues que es otra cosa, que Miles Davis te obliga a que sea otra cosa, jazz, jazz modal. Meterte en esa música, en ese terreno sugerente, es una experiencia única. En el jazz, en mi experiencia como intérprete con él, a veces las cosas suceden así. Te dan una partitura y te encuentras tocando un tema que hasta hacía un instante no sabías que existía. Esa fue mi entrada a Kind of blue. Cuando volví a casa, busqué el disco y lo escuché. Ya nada fue lo mismo.

En esencia, sin saberlo, estaba repitiendo casi el proceso que siguieron los músicos de Miles Davis cuando grabaron el disco. Los convocaron para tres sesiones de grabación de tres horas cada una. Las dos primeras el 2 de marzo de 1959. De esas seis horas salieron con Freddie Frealoader, So What! y Blue in Green grabadas. La tercera, el 22 de abril del mismo año, en la cual grabaron el resto del disco, All Blues y Flamenco Sketches. De este último tema se hicieron dos tomas, algunas versiones del disco traen las dos (una de las versiones que tengo en casa, la de Columbia/Legacy, las trae), es interesante señalar ese punto sobre el que ahora entraremos, ¡hay dos tomas completas distintas de Flamenco Sketches!, todo lo demás se grabó de una sola vez. No estoy seguro de hasta qué punto es usted consciente de lo que esto implica a nivel de solvencia por parte de todos los implicados. Piense en ese despropósito llamado Chinese Democracy de lo que quería seguir siendo Guns´n´Roses, que estuvo diez años en el estudio de grabación, para dar el contrapunto a lo que estamos hablando. Para echar más leña a ese fuego, a Miles Davis y sus compinches le sobraron dos horas de estudio aquella tarde.

En aquella época era normal entre los músicos de jazz el trabajo en el estudio, grababan varios discos al año tanto con sus grupos principales como con otros en los que los llamaban. Miles Davis firmaría tres discos fechados en 1959, John Coltrane participó en cinco, Cannonball Adderley en ocho, Paul Chambers ¡diesisiete!… El estudio era para ellos como su segundo hogar, así que aquel mediodía de marzo nada hacía presagiar que algo iba a ser diferente. ¿Quién podría saberlo?

Para no perdernos en detalles nos conformaremos con resaltar que el sexteto más uno, Miles Davis llevó dos pianistas para la ocasión, llegaron al estudio sin saber qué iban a tocar, les fueron dadas las partituras, o más bien las instrucciones, y tras unos leves intentos de enfrentarse a la música grabaron todos y cada uno de los temas a la primera, con la excepción ya comentada de Flamenco Sketches. Miles Davis venía de probar ese sistema de grabación en Francia donde, estando dando un concierto, lo enredaron para grabar la banda sonora de la película Ascensor al cadalso, cuestión que dejó ventilada en una noche con un trío de músicos locales que acababa de conocer. La experiencia le gustó. Es en esas primeras tomas, esos primeros enfrentamientos con la partitura, cuando el intérprete realmente improvisa e inventa sobre la marcha, donde extrae la magia que hace único el momento. De hecho volvería a hacerlo más veces a lo largo de su carrera, pero Kind of blue era algo más que eso, algo mucho más que eso.

Miles Davis fue un visionario que mantuvo siempre el objetivo de ir más allá de lo anterior. Habiendo tocado con Charlie Parker y Dizzy Gillespie pronto tuvo claro que no podría acercarse al nivel técnico que ellos habían desarrollado. Sus predecesores fueron grandísimos virtuosos pero ese no era su camino. A principios de los 50 ya cometió la osadía de grabar con algunos músicos blancos Birth of the cool que, efectivamente, sentaría las bases para el movimiento del jazz cool que se desarrolló más en la Costa Oeste. Aquí relajó los tempos desaforados y frenéticos del bebop mientras aportaba unas melodías más suaves para adaptar la música a sus posibilidades. Fueron años convulsos en la música, en 1952 John Cage dio un manotazo en la mesa con 4´33”, pieza dedicada al silencio, dejando a más de uno descolocado. Miles Davis era un tipo informado, conocedor de la música de su momento más allá del jazz, un enamorado de Rachmaninov (a lo que me permitiría añadir la pregunta de quién no lo es), no es descabellado pensar que la obra de Cage resonara en su mente y en su forma de entender las cosas. Daniel J. Levitin, en su libro Tu cerebro y la música, indaga en la forma de componer tanto sus melodías como sus solos y nos dice:

«Miles Davis hizo una descripción famosa de su técnica de improvisación paralela a la que hizo Picasso de cómo utilizaba él un lienzo: el aspecto más decisivo del trabajo, decían ambos artistas, no eran los objetos, si no el espacio entre los objetos. Miles, en concreto, describió la parte más importante de sus solos como el espacio vacío entre notas, el “aire” que introducía entre una nota y la siguiente. Saber con exactitud cuándo emitir la nota que sigue y dar tiempo al oyente para anticiparlo, es un rasgo distintivo del talento de Davis. Resulta particularmente notorio en su álbum Kind of blue.»

El bebop que imperaba en el jazz en esos días se le estaba quedando pequeño a Miles Davis, y a muchos otros. Tras haber contribuido de un modo notable al nacimiento del cool y haber colaborado en su consolidación con algunos trabajos, así como desengancharse de la heroína que siempre es buena idea, estaba preparado para nuevas aventuras. Los títulos se suceden. Walkin´, Cookin´, Relaxin´, Workin´, Steamin´, Round Midnight, Milestones, Miles Ahead…y con cada nuevo disco su prestigio se consolida. Pasa de ser un trompetista del que dicen que tiene un fraseo vacilante, que todavía está buscando su camino, a ser Miles Davis, que pisa fuerte y marca tendencias, un ídolo para la comunidad negra en unos años especialmente complicados. Es en estos años 50 cuando comienza a forjarse el mito y él, trabajador incansable, nunca para de buscar ir un paso más allá.

El encuentro con el jazz modal no es algo fortuito, de hecho no es el único en desarrollar las mismas intuiciones. Aunque por diferentes vías, Bill Evans, pianista que grabó la mayor parte de los temas de Kind of blue, llegó a conclusiones muy semejantes desde su formación de corte más clásico y academicista, no olvidemos que Miles Davis abandonó pronto sus estudios formales en la Juilliard School. Durante una temporada Evans fue el pianista del sexteto de Davis y tuvieron tiempo de compartir perspectivas. En este sentido, ese cruce de caminos junto al de otros que estaban haciendo música en sintonía con esos principios, nos recuerda a T.W. Adorno y su Filosofía de la nueva música. Si bien el jazz modal no es el dodecafonismo de Schönberg, sí que podríamos pensar que si no hubiese sido desarrollado por Miles Davis en Kind of blue alguien más lo habría hecho, quizá no igual, quizá no sería un disco con el mismo calado, pero las ideas estaban en el aire, en ese zeitgeist del que hablaba Hegel.

Para cuando llegó el momento de entrar a grabar Bill Evans había sido sustituido, de hecho Wynton Kelly era el sustituto de su sustituto y a su vez había sido sustituido por Evans previamente, pero Miles Davis tenía tan claro que en esa ocasión quería hacer algo en la línea del jazz modal que tanto habían fantaseado él y su antiguo pianista que también lo convocó para las sesiones. Finalmente, Kelly grabaría sólo en Freddie Freeloader y el peso del piano, e incluso algunas composiciones, aunque esto no esté del todo claro, terminaría recayendo en Evans que fue quien aportó la aproximación más propiamente modal a sus improvisaciones.

Por supuesto aun hay más, mucho más. A todo esto hay que sumar que el sexteto no sólo contaba con Davis y Evans como nombres estelares. Era una reunión de auténticos titanes. Quizá el menos renombrado de todos sea el batería Jimmy Cobb que no es tan recordado en su instrumento como sus compañeros de grabación, lo cual no quita que fuese un gran músico con un trayectoria llena de trabajos con los mejores de todas las épocas. De Paul Chambers, el contrabajista, poco más se puede añadir. Ya se ha señalado que ese mismo año grabó otros desdieseis discos. Valga esto como mínima señal de lo cotizado que estaba, aunque sería injusto no recordar los fabulosos discos que grabó con su propio sexteto. Respecto a Cannonball Adderley y, sobre todo, John Coltrane poco se puede añadir, o mejor dicho, cada uno de ellos requeriría extenderse largo y tendido sobre sus figuras, obras y aportaciones. Si es usted amante del género bastará con nombrarlos, si no lo es pero siente interés sepa que estamos ante algunos de los nombres más relevantes de la historia del jazz y de la música en general del siglo XX. Quien escribe estas líneas no puede menos que reconocer que en su humilde opinión John Coltrane es uno de los mayores músicos de la centuria pasada, pocos llegan a su altura. Su A love Supreme es el competidor natural con Kind of blue por ese puesto de número uno en la historia del jazz. Si usted desea profundizar, sin duda sus pabellones auditivos pueden sentirse muy alegres si los expone a la música de todos los miembros del sexteto. Tiene para años de descubrir discos y discos y discos fabulosos. Buen viaje.

La música resultante de esta pléyade de circunstancias y personajes se resume en cinco temas, poco más de tres cuartos de hora, que representan, al menos para mí, algunos de los momentos musicales más hermosos que he podido escuchar en la vida. Es ahí donde empieza la magia de Kind of blue. Frente a la fastuosidad armónica y los tempos frenéticos del bebop, Miles Davis opta por la lentitud y la simplicidad. Todo un quiebro y una patada al libro de reglas. La jugada le salió ganadora.

Abre el disco So What!. Una breve y etérea intro de piano y contrabajo da paso a la melodía que toca Paul Chambers cabalgando sobre el ritmo que le marca Jimmy Cobb mientras metales y piano rematan con acordes el final de cada frase. Entonces una primera nota de Miles Davis en anacrusa y un plato, que cuenta la leyenda que no debía estar ahí pero resultó un error afortunado, da paso a los solos. La armonía es casi un escupitajo en el ojo al esquema inmaculado de acordes y acordes y acordes entrelazados del bebop. Un único acorde re menor séptima repetido hasta el paroxismo con una leve bajada de un semitono a mi bemol menor séptima en la tercera parte y volver de nuevo a re. Una estructura clásica de AABA que sin embargo subvierte todo cuanto venía siendo habitual en el género. Veo a Davis casi como el primer punk, o uno de ellos. Coltrane sigue las instrucciones y su solo se ajusta a los nuevos cánones establecidos por las mentes pensantes. Adderley es quien más se agarra sus viejos modos. El resultado de los tres solos entrelazados es espectacular. Para rematar, Bill Evans, hace la intervención que podríamos llamar más cerebral, la que más se atiene a los parámetros que el nuevo jazz modal exigía, su carácter de “ratón de biblioteca” se hace notar. A Chambers parece que le cuesta pero finalmente retoma la melodía. Fin. Ha estado usted casi diez minutos en una nube y no se ha dado cuenta.

Sigue Freddie Freeloader, único tema en el que tocó el pianista Wynton Kelly. Se trata de una estructura mucho más convencional de blues en la que, por supuesto, todos ellos se mueven como pez en el agua. El blues es el principio de todo, también del jazz. Se trata, además, del primer tema en ser grabado con lo que, de algún modo, estaba sirviendo para que los músicos, que como ya se comentó llegaron al estudio sin saber qué iban a tocar, fuesen entrando en el mood apropiado para las intenciones de Davis. Al final del tema, una vez finalizados los solos de piano y metales, aún queda un espacio para que Paul Chambers haga lo suyo. A pesar de ser la pieza más tradicional del disco, se nota ese espíritu que sobrevuela la obra y es coherente con el conjunto, incluso salvando las distancias estilísticas de los dos pianistas que se disputan el asiento frente a las teclas.

Blue in Green con su piano tenue, casi impresionista y la melodía desgarradoramente bella tocada por la trompeta nos sobrecoge desde los primeros compases. Con un tono casi de balada y una estructura de diez compases que se repiten mientras los solistas murmullan más que tocan sus instrumentos, es el tema más corto y sugerente del disco. Si una palabra definiera una pieza musical, en este caso tendríamos que recurrir a hipnótico, no hay otra que resuma mejor la experiencia. Aunque, en general, es un término que le va perfecto al disco entero.

El piano toma la delantera y se revuelve en un vivace que presagia lo que viene a introducir, All Blues, que con sus peculiaridades rítmicas nos devuelve a la raíz reinterpretando cuanto la estructura clásica del blues puede dar de sí. Una vez más la armonía está trastocada y en el cuarto grado, donde debiera ir un sol séptima, Miles Davis insistía en que se tocase un sol menor. Una transgresión, una pequeña disonancia que a estas alturas nos suena de otra manera, pero en su momento fue otra de las invenciones que hicieron de este un disco que rompió esquemas. La melodía principal, una vez más de la mano de Miles Davis, entra en tu cerebro y se queda ahí para siempre con un poder perturbador, el de la belleza que hiere tus sentidos.

Termina Kind of blue con la inquietante Flamenco Sketches. Una pieza onírica y opiácea que es el cierre perfecto para ese viaje que ha sido el disco desde aquella lejana introducción de piano y contrabajo que abre So What!. El flamenco y sus texturas armónicas no eran desconocidas a la comunidad jazzística de la época que las entendían como parte de su herencia africana por tener su origen en Marruecos. Si miramos la España de los años 50 desde la óptica cosmopolita, vanguardista y neoyorkina de nuestros protagonistas no tardaremos, en comprender que nos viesen como un país exótico, atrasado, lastrado por una reciente guerra civil y una dictadura, donde pervivían (y perviven) ritos ancestrales como el toreo que se les antojaban fascinantes, nos ayudará a entender un poco el misticismo que nos rodeaba a sus ojos y que de, algún modo extraño, es captado en esta pieza.

Como decíamos al principio, tal día como hoy, en 1959, salía a la venta Kind of blue. No fue un éxito de ventas inmediato, aunque caló hondo en muchos sectores tanto de público como musicales. Tampoco fue un bombazo como lo sería, años más tarde, Bitches Brew, por poner un ejemplo, donde Miles Davis de nuevo supo dar otro paso más allá y rodearse de talentos que después serían reverenciados por todos como John McLaughlin, Joe Zawinul o Chick Corea. No, el calado de Kind of blue ha sido progresivo y las distintas generaciones lo han ido redescubriendo conforme su momento ha sido propicio. Un disco que por su aparente sencillez es una perfecta puerta de entrada al mundo del jazz, tanto para oyentes como para intérpretes, pero que por su complejidad soterrada y su belleza superlativa subyuga a quien se expone a él y ya nunca puede olvidarlo. ¿Será quizá por eso que hay esa unanimidad aplastante en considerarlo el mejor disco de jazz de la historia? ¿Quién sabe? Hoy es el día perfecto para rendirle este pequeño homenaje desde Rock, The Best Music y por eso es el protagonista de honor de Tu disco me suena. Es el momento de leer qué opinan los compañeros. Adelante con ellos.

 


 

Seguidamente, el resto del Staff, pasará a contar sus impresiones. Esperamos que os gusten y que estas declaraciones aporten algo nuevo a vuestras sensaciones particulares. Y si queréis, podéis dejar vuestro comentario más abajo.

 

Opiniones del Staff

 

Laurent

 

Para muchos curtidos melómanos del Jazz, el “Kind of Blue” de Miles Davis es el disco perfecto para iniciarse en la escucha de este estilo.  Si este disco no te gusta, difícilmente subirás un peldaño. ”A Love Supreme” de Coltrane o “Bitches Brew” de Miles Davis por poner los dos ejemplos más obvios.

“Kind of Blue” es tan idóneo porque es un disco realmente redondo, el “Dark Side of The Moon” y/o “Rubber Soul” de The Beatles. Son de esos discos en los que hay realmente que ser alguien con mucha tirria al artista o hacia el estilo musical, para decir algo negativo de tan magna obra de arte. Además, este disco en la carrera de Miles es simplemente una instantánea, lo que Davis tenía en mente en 1959, ya que de ninguna manera representa su camino futuro como músico, porque fue un artista siempre en movimiento.

Kind of Blue se basa enteramente en la modalidad, lejos del hard bop anterior de Davis o del Jazz más complejo al que se embaucará justo después. Es un trabajo donde la progresión de acordes se sostiene sobre una serie de bocetos modales, es decir, un sistema de organización musical basado en una sucesión ordenada de intervalos, donde a cada intérprete se le daba un conjunto de escalas que abarcaban los parámetros de su improvisación y estilo. Además, en propia palabra de Miles Davis, él solo trajo unos bocetos de lo que quería, porque deseaba que hubiera mucha espontaneidad en la interpretación de las composiciones.

Davis se rodeó de Cannonball Adderley, John Coltrane, Bill Evans, Wynton Kelly, Paul Chambers y Jimmy Cobb; es prácticamente en aquel momento y para la historia del Jazz, el mejor elenco de músicos que uno podía tener en un disco.

Para muchos, es el mejor disco de Jazz de la historia, eso no es una afirmación a tomarse a la ligera; si no es el mejor para otros muchos , lo que sí es unánime, es su valor acumulado a lo largo de décadas como disco que ha entusiasmado ¡a los no creyentes en la fe del jazz! Ningún otro tiene esa base de fans que han comenzado su viaje hacia el jazz gracias a un disco. ”Kind of Blue” se encuentra entre  las colecciones de discos de devotos tanto del Heavy como del Pop o del Country. Es tal su capacidad de seguir sonando fresco, recién creado y contemporáneo que lo hace universal y eterno.

Miles acababa de componer con unos músicos franceses la banda sonora de la película de Louis Malle “Ascensor para el Cadalso” y colaboró con Gil Evans en “Porgy and Bess” disco que se encuentra entre las grandes obras orquestales del Jazz. Ambos discos, ofrecen a Miles tanto un camino hacia la improvisación como hacia la armonía. Y hay que recordar que el trabajo que desempeñó el inconmensurable pianista Bill Evans es muy importante en “Kind of Blue”, a semejanza de Gil Evans, en las sesiones de “Birth of the Cool” en 1949 y/o Joe Zawinul en discos tan importantes y transcendentales como “In a Silent Way” y “Bitches Brew”.

Si uno quiere profundizar tras la escucha de “Kind of Blue”, es de escucha obligatoria el disco de Evans como líder, “Everybody Digs” de 1958 y su composición para piano llamada “Peace Piece”, un patrón repetido de dos acordes semejantes a los primeros cuatro compases de “Flamenco Sketches”, último tema de “Kind of Blue”.

Pero muchos que simplemente se quedan en la superficie por miedo a sumergirse en su totalidad y recuerdan sobre todo la composición que abre la cara A, “So What”, la mejor canción de apertura que haya tenido cualquier álbum, con esa memorable introducción melancólica de Bill Evans y Chambers que fue escrita por Gil Evans, seguida por una «llamada» del bajo de Paul Chambers y la»respuesta» del solo de Davis, es uno de los grandes momentos del jazz sin ninguna duda.  Es un trabajo donde sus matices intrincados y cómo se utiliza el silencio como parte integral de la música, lo convierte en algo único.

Para mí este disco junto a “Ascenceur pour L’echafaud” son perfectos para relajarse a la caída de la noche en verano, con las ventanas abiertas; antes de que te des cuenta, ya estas atrapado en una visión cinematográfica que te reconforta.

Si “Kind of Blue” está sobrevalorado o no, es algo subjetivo. Depende de los gustos, pero su duradera popularidad y elogios durante décadas sugieren que se ha ganado su lugar en el panteón de los clásicos en el mundo de la música.


 

Ángel

Nunca he asimilado el jazz, pero me doy cuenta, durante las primeras notas de este disco, que el hombre siempre quiere poseer las cosas. Nos gusta más la música predecible, con estribillos fáciles de asimilar para así saber con certeza por dónde pisamos.

Sin embargo, en el jazz, no se puede hacer esto. Más bien es al contrario. Es la música la que te posee a ti. Y así es como debe ser. La música es mucho más grande que el hombre. ¿Será la alegría incontenible de Dios? Quién sabe.

Afrontando el disco con esta actitud de desposesión, hay que enfrentarlo como un surfista de emociones. Mientras suena la música, navegamos en su onda, sin caernos. Y sin la seguridad de saber hacia dónde nos lleva.

En este abandono, quizá sí pueda disfrutar de este disco. De momento, estos sonidos me recuerdan al hecho de vivir fuera de lo establecido, incluso fuera de lo que conocemos como vida. Sí, lo que está al otro lado de la valla del Tiempo que nos rodea. Donde no sabemos qué pasa. Como un esquiador que decide deslizarse fuera de la pista.

Mientras escucho, noto cómo no puedo hacerme con las canciones. No me pertenecen a mí, parecen decir. De la misma manera que amamos bien, cuando comprendemos que nadie nos pertenece, así noto estas canciones. Les doy permiso para que entren, aunque también se van. La sensación es distinta a la de escuchar otros géneros.

Escuchar jazz, me parece igual de inseguro y sorprendente que vivir. Nosotros somos los que pertenecemos a la vida, en realidad. Así nos damos cuenta de que somos efímeros. Somos (del verbo expresarse) durante un corto espacio de tiempo. Tenemos que aceptarlo. Desapareceremos, pero el jazz no. Dios seguirá riéndose, por toda la eternidad.


 

Edu

Hablar de este disco no sé si es fácil o difícil porque el jazz es difícil, pero fue el que me abrió la puerta y empecé a bucear por un mundo ajeno y desconocido que cada vez me fascinaba más.

El nombre de Miles Davis se encontraba entre los icónicos y, siempre que se hablaba de jazz aparecía entre los elegidos. Un joven roquero entraba por el mundo del cine, una adicción tan grande como la de la música. Ahí me daba cuenta que había ciertas películas cuya música me hipnotizaba, hasta que llegó el visionado de “Ascensor para el cadalso”, una película francesa de los años 50, protagonizada por otro de los iconos de la época, Jeanne Moreau, y dirigida por Louis Malle. La cinta me había encantado, pero la música me había vuelto loco y ahí descubrí a Miles.

Acabé llegando a un disco fascinante, con una atmósfera especial, que llevaba tu mente a lugares que no sabías que existían y cualquiera de las composiciones que lo forman me conquistaron. La dulzura y melancolía que imprimía a sus notas eran magia en unas manos privilegiadas. La inicial “So what” o “All blues” o cualquier otra, todas servían de ejemplo a lo que intento explicar.

Pero, además, gracias a ello, descubrí a John Coltrane, Cannonball Adderley o Bill Evans, algunos de los músicos que acompañaron a Miles en la grabación, y me abrieron un universo inabarcable que, todavía hoy, intento alcanzar y comprender. Solo por eso, este hombre y este disco ya es algo más que un álbum en la estantería de casa, ocupando un lugar privilegiado en mi memoria.


 

Bernardo

En un determinado momento de mi vida, decidí establecer restricciones en cuanto al arte musical de cualquier género que se tratase. No podía con todo y todos.

Tomé duras decisiones y dejé de escuchar algún estilo y género básicamente por cuanto sabía, que, si seguía investigando, no tendría tiempo para vivirlos.

Uno de los estilos que dejé de escuchar es el jazz. Nunca entendí el jazz. No comprendía nada de lo que sucedía. Ni los motivos, ni las formas, por lo que desistí, abandoné, o más bien dejé de pelearme con él. Me rendí.

El kind Of Blue se salvó de la quema, o, mejor dicho, todavía suena ocasionalmente en mi tocadiscos. Y si es así, es porque es asequible, precioso y no requiere esfuerzo alguno para amarlo. Para qué voy a decir más sobre un trabajo del que se ha escrito todo y además, está en un pedestal; pues no tengo nada que añadir, solo recomendarlo, aunque no tenga la mejor formación para recomendar discos de jazz.


 

José Luis

Hubo un tiempo en mi vida, en que el jazz se convirtió en algo fundamental. Contaba con veintipocos y un futuro lleno de sueños. Tan imposibles como perfectos. Una perfección que englobaba el jazz en buena parte de sus facetas, en noches sórdidas, en un Madrid de tanto mediados como finales de los noventa y principios del presente milenio.

Como todo tiene un principio, el mío fue el “Kind of Blue” de Miles Davis y el “Blue Train” de John Coltrane. Luego llegaron Django Reinhardt con Stephane Grapelli, Thelonius Monk, Charlie Parker, Wynton Marsalis hasta llegar incluso al “free jazz” de Albert Ayler o Gato Barbieri. Lo que sucede, es que el primer amor no se olvida nunca y el mío fue Miles Davis.

Quizás “Kind of blue” no sea mi álbum favorito de Miles Davis, pues ese honor es para la banda sonora de “Ascensor para el cadalso”, otra de las muchas improvisaciones de este genio de la trompeta que superaba con este “Kind of Blue” el precedente “be bop”.

Un disco que se convirtió en el más vendido de la historia del jazz, con una banda de antología; con tipos como Coltrane al saxo y Bill Evans al piano —y nueve temas que son parte de mi educación sentimental—, parafraseando a Flaubert. Un LP que nos lleva a los rincones más insospechados de nuestra psique, a recuerdos de un ayer que no volverá. Tanto como el jazz, que desde que perdió su componente de lugar cerrado, con mucho humo, alcohol, de noche y junto a tipos no recomendables, pasó a sonar en grandes recintos burgueses, intelectuales y universitarios.


 

Manu

Para un desconocedor del jazz, “Kind of Blue” puede ser simplemente un disco más. Un disco que suena maravillosamente bien, que te atrapa en su vaivén, en su desarrollo casi sin barreras bajo la influencia de sus improvisaciones. Suena a Piano Bar, a música de otra época, aunque creo que ese desconocedor ni así se pudiese imaginar que está grabado en 1959. Saber el contexto, hace mucho para entender cómo un disco grabado a finales de la década de los 50, pudo influenciar a diferentes generaciones de músicos.

Para un amante del rock en toda su extensión, “Kind of Blue” resuena en los largos jams blueseros, en el progresivo más libre, en el art rock. Allí es donde confluye tanto arte, tanta belleza; es donde mejor identifico su influencia. Disfruto “Kind of Blue”, pero agradezco más aún su legado.


 

Carlos Tizón

Que Félix me meta en el brete de tener que hablar de un disco de jazz me parece algo edificante a la vez que algún pensamiento tenebroso cruce mi mente cuando me pongo a ello. Durante mucho tiempo renegué del jazz, lo percibía como algo excesivamente elitista, clasista, y no voy a negar, que mi devoción por la película The Commitments y una de escenas, reafirmó mi prejuicio. Pero, uno en la vida evoluciona, o involuciona si te pones a leer artículos de opinión o sencillamente prestar algo de atención a las RR.SS. y lo que la gente escribe en ellas, y un día abrí mis ventanas al jazz. La culpa la tuvo un músico, Jose Gallardo, bajista de Saurom, que me regaló un disco de Chick Corea y además se empeñó en que escuchase en grandes cantidades, a Jaco Pastorius, quizás por aquello de que la cabra tira al monte. Y mira, como cuando un balón viene directo hacia tu rostro, y solo eres consciente de ello en el justo momento en que es imposible realizar algún movimiento que evite el impacto, así me sentí yo con aquellas melodías. Lógicamente, una vez que uno comienza el camino, ya no mira atrás.

Si partimos de la base, de que el jazz me hace sentirme extraño en un tren, con esa pecaminosa sensación que nos tatuó en el pensamiento por fuerza la idiosincracia teológica de nuestra sociedad, de no saber a ciencia cierta que decir pero estar seguro de que me gusta, con el jazz me encuentro en la salvación de estos tiempos modernos en los que es obligatorio tener una opinión de algo -aunque no versada, ¡qué cosas!- sino que puedo dejarme llevar como niño que corre hacia la orilla sin importarle si el agua estará fría. Coltrane, Basie, Rollins y Davis son mis reglas fundamentales. «Kind of Blue» ese tipo de discos «sencillos» para introducirse en el jazz, porque aunque «Bitches Brew» es el disco de Davis que me vuela la cabeza y me compra un billete sin retorno al mundo de Nunca Jamás, seguramente resulte excesivamente «retorcido» para el oido virgen. Sin embargo, «Kind of Blue» es un manual de páginas abiertas, un remanso de calma en el que convive la tormenta, la confesión de un músico excepcional capaz de revolver tus entrañas con una mezcla de belleza y desasosiego difícil de describir, pero hermosamente sencilla de sentir. No voy a entrar en detalles sobre el disco, que seguramente el resto de mis compañeros ofrecerán con mucha mayor destreza que yo. Simplemente, me voy a servir una copa de vino, voy a volver a dar al play y poner punto y final a este texto.


 

David

Continuamos con “Tu Disco Me Suena”, y uno de los miembros del sector más bruto de nuestra revista nos sorprende con este maravilloso disco que justo ahora cumple 65 años desde que se publicó allá por 1959. Ha llovido bastante desde entonces y la música ha evolucionado o involucionado según se mire.

No podemos negar que “Kind Of Blue” es una obra maestra creada por un gran artista como fue Miles Davis, que supo rodearse de otros ases en la materia para grabar este disco. Y si encima te sumerges en la historia de la grabación del mismo, descubres muchas más cosas sorprendentes que pueden ayudar a disfrutar más a la hora de escuchar estos cinco temas que componen el disco, aunque en sucesivas reediciones se han ido añadiendo alguno más.

Pero no voy a ponerme a contar la historia del disco, para eso está el responsable de proponernos este disco a los demás. Estoy aquí para dar mi opinión sobre el mismo y es lo que viene a continuación.

Kind Of Blue es uno de esos discos necesarios para entender cómo ha ido evolucionando la música que tenemos desde que surgió allá en la Edad Media con los cantos gregorianos. Este es un paso más en la historia de la música que lamentablemente no se llega a estudiar ni en los conservatorios de música y muchas veces es por falta de tiempo para dar toda la materia. A la hora de analizar toda la armonía que contiene en su interior, es una pasada.

Temas como “So What” y “All Blues”, los puedes seguir escuchando en los músicos actuales que navegan y disfrutan con el jazz, siendo un género poco comprendido por el amplio público, debido a que no sigue unos cánones establecidos y rígidos, dejando una total libertad al intérprete, que debe de saber empastar lo que hace con sus compañeros.

La pega que le pongo a la elección de este disco para esta sección, es que no creo que salga una opinión negativa de este disco de la gente de esta revista, es un disco tan bueno, que todo serán alabanzas por su calidad musical y es un placer escucharlo de vez en cuando, para relajar los oídos de esta música moderna que nos llega actualmente, con tantos elementos artificiales.

Pero es una excusa perfecta para sumergirte en la atmósfera que se va creando con cada nota, disfrutando de un sonido auténtico, que surgió en pleno directo, sin los numerosos ensayos que las bandas suelen hacer a la hora de meterse en un estudio para grabar su disco.

Dedícate una hora para escucharlo y disfrutar mientras lees esta sección que tanto está gustando. Muchas gracias a todos y nos vemos en la próxima. Veremos a qué nos enfrentamos entonces.


 

 

by: Felix Morales

by: Felix Morales

Otro que pasó por la universidad para nada, como tantos. Culo inquieto, curioso insaciable, músico inclasificable y escritor para minorías. Nihilista nato. Autor de La senda del hipopótamo y Crisis de identidad. Mente perturbada tras ((((L)))) FAN ((((T)))). Toco en un grupo pero no me dejan decir cuál es. ¡Qué puta es la vida!

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Tu disco me suena: Never mind the bollocks – Sex Pistols

Por aclamación popular -del staff de la revista, no nos vengamos arriba- recupero una sección que se mantenía en la tensa espera del purgatorio por culpa de servidor desde hace ya demasiado tiempo. Cuando me propusieron elegir un disco para que mis compañeros de...

Tu disco me suena – Dissection – Storm Of The Light’s Bane

Tu disco me suena – Dissection – Storm Of The Light’s Bane

En los años 90, una manera muy habitual de descubrir un grupo nuevo, era gracias a algún amigo que te recomendaba algún disco que se había comprado y si tenías mucha confianza con él, pues te lo grababa en una casete para poder escucharlo también, y esa fue la manera...

Tu disco me suena – Close To The Edge – Yes

Tu disco me suena – Close To The Edge – Yes

El rock progresivo, a semejanza de su majestuosidad, es como una catedral. Y como todo edificio señorial, se sostiene sobre unos pilares vigorosos. Indiscutiblemente, uno de ellos es el “Close to the Edge” de YES. El cual tenéis traducido aquí. Un disco que contiene...

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