La figura del grupo californiano y la mística de su vocalista Jim Morrison es atemporal y va mucho más allá de la moda del momento y el éxito circunstancial. Yo llegué a ellos por 2 circunstancias ajenas. Como todo aficionado a la música, siendo un adolescente había oído alguno de sus hits como “L.A. Woman” o “When the music’s over”, pero realmente fue el cine el que me acercó a ellos. Por un lado la versión que Echo & the Bunnymen hicieron para la película The Lost Boys de “People are strange” y la inclusión de “The End” en la mítica escena de “Apocalypse Now” de Francis Ford Coppola. Y finalmente, la cinta que Oliver Stone, director al que seguía fervientemente desde “Platoon”, dedicó a la banda y la figura de Jim Morrison.

Ahí caí en las redes de Jim, Ray, Robbie y John. Nada más salir del cine, con 38 de fiebre, fui a una cercana tienda de discos a hacerme con la bso. Los siguientes meses me hice con la discografía completa del grupo, directos, discos de estudio, el álbum póstumo de poemas de Jim y me aprendí hasta las comas de cada frase.

Este debut, con temas tan mágicos como “Alabama song (Whisky bar)” o “Back door man”, sobrepasa el impacto y fama de “Break on through” o “Light my fire”, temas que se hicieron muy populares en los años 60 y en el momento con el éxito de la película de Stone. Mis amigos Lu o Pepo pasaron por un trance parecido al mío y solía aparecer la figura de Jim subiéndose a alguna farola o edificio de la ciudad a las 4 de la mañana o sonando una de sus canciones a las 7 de la mañana cuando volvíamos de fiesta. Esos teclados relumbrantes y cadenciosos, esos redobles alucinógenos, esos fraseos de guitarra y punteos sobrevenidos sobre la voz de una de las figuras definitivas de la historia de la música.

Luego vas descubriendo cosas, como la versión que los Ramones hicieron de “Take it as it comes” o el seguimiento de Val Kilmer, Kyle MacLachlan, Fran Whaley o Kevin Dillon como los miembros figurados del grupo, o el éxito de Meg Ryan que hacía de Pam, o la inclusión de Michael Madsen en el clan Tarantino, recordar cada vez que ves a Michael Wincott o Kathleen Quinlan que ellos interpretaban al productor Paul Rothchild o a la periodista Patricia Kennealy, o los cameos de Billy Idol o Wes Studi.

Habrá gente que no sienta ninguna cercanía con un disco tan ecléctico, tan talentoso, místico y que es capaz de evocar tantos recuerdos. Su discografía fue tan rápida e inminente como la vida del propio Morrison, sin embargo, 53 años después de su muerte aquí seguimos hablando de él, y cumplí uno de mis sueños cuando pude ver a Ray Manzarek y Robbie Krieger con Ian Astbury, vocalista de The Cult, como impersonator de Jimbo, en directo recordando la música del cuarteto californiano y la figura del Rey Lagarto.


 

A continuación, como siempre, el resto del Staff pasará a dejar sus impresiones de este disco. Y si tú quieres, puedes dejar tu comentario más abajo. Toda aportación será bienvenida.

 

Opiniones del Staff

 

Ángel

Afortunadamente, la música siempre tiene las puertas abiertas. No necesita condiciones para meterse en el mundo de cualquiera, incluso sin su permiso.

Recuerdo algunas canciones de este magnífico disco, porque en su día entraron en mí y se quedaron dentro de una manera inconsciente, pero agradable.

Ahora, al escuchar el disco con atención, noto que se revoluciona mi memoria, y aspectos de mi vida que parecían olvidados, vuelven al presente instantáneamente. Como el hecho de recordarme de niño, alegre sin saber por qué. Ocioso en mi soledad. Entretenido sin más pretensiones que el hecho de seguir respirando. Respirando esa atmósfera cándida que desaparece por arte de magia con el paso de los años.

Y parte de la culpa de esto, creo que la tiene el característico órgano. Ya que tuve uno, un Elgam de dos pisos, por aquel entonces. En él aprendí a tocar de manera autodidacta. Y así con otros instrumentos, como la armónica, o el acordeón, la flauta. Habilidades que no seguí entrenando; que quedaron enterradas entre el lodo de unos días futuros vividos en presente.

Me gusta el sonido de este disco por esto, porque es un transporte directo a tu niñez. Y puedes, casi, saborear esa candidez de nuevo. Os dejo aquí la traducción de The Crystal Ship.


 

Santi

Confieso que me sucede algo peculiar con The Doors. Me gustan, sí, pero mi subconsciente nunca los ha puesto a la misma altura que otras bandas míticas del rock.

Quizá sea su sonido, que no abandona del todo el estilo de los 60, lo digo porque están dentro de las bandas que fueron creando los cimientos del rock. O también, que dejen la guitarra en segundo plano, quien sabe.

Aun con todo, han sonado en casa muchas veces, y tengo copia física del disco que hoy abordamos.  Esta ópera prima contiene algunos de los temas que se hicieron imperecederos, Break On Through, Light My Fire o ese The End que también quedará en el recuerdo por pertenecer a la banda sonora de Apolayspe Now.

Podemos destacar Alabama Song, que es el “bicho raro” del disco, y por lo demás, temas para lucimiento de Morrison y Manzarek. En mi opinión, Krieger y Densmore siempre fueron personajes secundarios en esta banda. Y a colación de esto, una pega que pongo, es que echo en falta algún que otro riff de guitarra. Al fin y al cabo es algo característico del rock.


 

David

Volvemos a esto de “Tu Disco Me Suena” y toca afrontar los gustos musicales de los compañeros del Staff, recomendando un disco que les haya marcado en su vida. En esta ocasión,el disco elegido es el LP homónimo con el que la banda americana The Doors revolucionó a la sociedad de aquella lejana época de 1967. Nunca he tenido mucho interés en esta banda, lógicamente la conozco y he escuchado algún que otro tema cuando lo han puesto como banda sonora de multitud de películas, y no he visto la que les hizo como homenaje Oliver Stone allá por 1991. Es un grupo que no me ha influenciado en el día a día de mi crecimiento personal ni musical, aunque admito que a la gente más mayor que yo seguro que sí.

“The Doors” es un disco para escuchar tranquilamente en casa, tal vez con unas cuantas cervezas de acompañamiento, alguno seguro que querrá añadir alguna sustancia más para recordar años mozos, pero yo me conformo con las drogas legales para divertirme y me basta.

Esto de “Tu Disco Me Suena” me ha ayudado a escuchar por fin unas cuantas veces un disco que ha significado mucho en la historia de Rock y poder reconocer alguno de esos temas míticos que tiene, pudiéndolo escuchar por fin completo en su origen, aunque debido a los 55 años que tiene de existencia, si bien los temas se compusieron unos cuantos años antes, lo lastran para que se pueda disfrutar al completo, debido a que yo nací 11 años después de su publicación.


 

Perem

Están locos en esta casa y sólo a uno se le puede pasar por la cabeza hablar de este disco. El dictamen no puede ser que estamos ante una monumental obra maestra.

Un álbum que es la carta de presentación de la perfecta unión de Jim, Ray, Robbie y John y que si no fuera por el I de los Zep, el Horses de Patti o el de Hendrix, bien pudiese ser el primer mejor trabajo de un grupo nunca grabado. Excepto el de Patti, que es de mediados de los setenta, los otros, todos, son de la segunda mitad de los 60. Sí, ya sé que soy pesado, pero nada como los sesenta y los setenta.

Pero, volvamos a The Doors y esta monumental obra de presentación. Un disco redondo de principio a fin en el que no sobra ningún segundo y donde podemos encontrar auténticas joyas como esa «Light My Fire», «Break On Through», los casi doce minutos de «The End»…

Podría estar un buen rato hablando de sus excelencias, de cómo hace cincuenta años se manufacturaba una música excelsa, pero, querido lector, lo mejor que puedes hacer es darle al play.


 

José Luis

Mi primer contacto con The Doors no fue musical sino cinematográfico. En concreto, dos películas bélicas separadas por unos cuantos años, pero que vi casi seguidas en mi etapa de adolescente cinéfilo. Se trataba del “Apocalypse Now” de Coppola y el “Platoon” de Oliver Stone. Los dos temas elegidos, eran curiosamente, el inicial y el postrero de su primer álbum de título homónimo, ya que en la banda sonora de George Delarue contenía el “Break on through (to the other side) y el inicio de la joya interpretada por Martin Sheen y Marlon Brando tenía como arranque aquellos helicópteros en cámara lenta volando en Vietnam mientas sonaba “The end”.

Ello hizo que me interesase por la banda, más tras el esperado estreno a finales de los ochenta de la película de nuevo de Oliver Stone sobre las andanzas como banda de los John Densmore, Robby Krieger, Ray Manzanek y Jim Morrison. La pena es que la cinta me aburrió sobremanera.

Fueron el tiempo donde más me interesó lo que hicieron The Doors, grupo que en esa España de finales de los ochenta y principios de los noventa tenía cierto predicamento aún (el disco es de 1968) pues incluso en bares de moda, sonaba algún tema como el anteriormente citado “Break on through”.

Disco que contiene alguno de los cortes más míticos de los estadounidenses como los mencionados con anterioridad o “Light my fire” que ha servido de modelo a toda una generación de músicos que buscaban esa filosofía de vida basada en el hedonismo y los grandes de la poesía contemporánea, como puede ser el caso de Enrique Bunbury.

Todavía mantiene su vigencia y a pesar de haber envejecido un tanto, pues todo ese éxtasis parece superado y demodé, le debo momentos de placer en un tiempo donde todo era más sencillo, con menor responsabilidad y experiencia. Fácil identificarse con ellos. La educación sentimental de la que nos hablaba Flaubert y que con el paso de los inviernos va desapareciendo. Ya saben que como escribió Gil De Biedma: “envejecer, morir… es el único argumento de la obra”. Y The Doors evoca, a título personal, el pasado.


 

Manu

La escucha del disco debut de The Doors normalmente me deja una especie de sinsabor, gracias a esa combinación de mucha genialidad y cierta pereza que demuestran dependiendo de las canciones. Sin embargo, en esa balanza en la cual penden mis preferencias, este disco se inclina más hacia el gusto que al disgusto. Hay que ubicarse, que, en 1967, en pleno desnalgue psicodélico, donde canciones como la extensa “The End” fueron la sublimación de una generación y de una cultura. Hoy quizás huelo lo añejo en esta última canción y prefiero algo menos lisérgico e igual de extenso como “When the Music Over”, del mismo año e incluida en su siguiente disco.

Luego, hay temas atemporales como “Break on Through (To the Other Side)”, Take It As It Comes” y “Light my Fire” que alimentan el mito y la grandiosidad de este disco. Yo fui atrapado por la contundencia de la primera, la melodía de la segunda, la perfección de la tercera. Sin embargo, mi extremo gusto por el grueso del disco se descarrila por momentos. ¿Cómo una maravilla como “Light my Fire” puede estar precedida por algo como “Alabama Song (Whisky Bar)”? ¿Y cómo puede continuar con la excesiva a go go “I Looked at You”? Estas son las cosas que a veces me alejan de él. Las veces que suenan esas canciones.

Sin embargo, no hay que olvidar el coctel que hace imperecedero esto. 1967, el impacto del disco debut, y unos conciertos que iban entre el despiporre del colocón, el escándalo y un vocalista con alma de líder mesiánico. Y por supuesto, la música que sale de sus surcos.


 

Félix

Corría el año 1991 cuando Oliver Stone sacó su película sobre The Doors y, de repente, la banda empezó a sonar hasta al abrir un sobre de azúcar. Todo el mundo, de la noche a la mañana, amaba a Jim Morrison, ese gran poeta que, hasta los ojos de LSD, había escrito versos tan profundos como: Mother I wanna fuck you, el cual, aparte de ser muy edípico, estimo que no necesita traducción. Una vez más nos la habían metido doblada.

Nada en contra de la película, dicho sea de paso, que la recuerdo como algo aceptable. Tampoco contra su director que entonces contaba con 45 años a sus espaldas e hizo lo que muchos, con edades semejantes, han hecho después, esto es contar una historia que le marcó en sus años formativos. Ahora tenemos películas como Bohemian Rhapsody, The Dirt o Los señores del caos, donde gente, que ronda la edad que tenía entonces Stone, narra historias musicales de “principio de los 90”. Es más, sería tremendamente hipócrita si no entonase un sincero y sentido mea culpa reconociendo que yo mismo, en alguna de mis novelas, también he tirado de recuerdos e historias de la época de un modo u otro. Nada nuevo bajo el sol. Me pregunto si esto tiene algo que ver con el eterno retorno del que hablaba Nietzsche. ¿Algún filósofo en la sala para sacarme de dudas?

El caso es que en aquel lejano 1991, aunque yo sólo había visto quince primaveras, ya comenzaba a intuir que los mass media nos manejan, o lo intentan, a su antojo y que, entre otra cosa todavía más graves, escuchamos la música que nos venden sin que nuestro criterio importe. Es más, en muchas ocasiones incluso a pesar de nuestro criterio y, en otras, cambiándolo a su conveniencia. Ni que decir tiene que ahora con los algoritmos y las IAs es aún peor. Por aquel entonces lo observé con el advenimiento de Nirvana y Nevermind donde legiones de adoradores de Ducan Dhu comenzaron a amar las guitarras distorsionadas, cuando gente que dos días antes abominaba del heavy metal caían rendidos a los pies de Metallica y Enter sandman (para mí una de las canciones más odiosas de la historia), el repentino apoteosis de Queen y Freddy Mercury a la raíz de la muerte de este último… Podría poner más ejemplos pero estimo que es suficiente para contextualizar el asunto. Es una historia cíclica, de todas formas, la hemos visto más veces y la seguiremos viendo (ejem ejem, Gojira, ejem ejem). Y entonces empieza a sonar por todas partes, como ya decía al principio, The Doors. Me da pereza sólo pensar en ello. Me cerré en banda y no he hecho ningún intento significativo de escuchar su música hasta hoy.

Hoy, sin embargo, me veo impelido a escuchar su primer disco por el staff de esta nuestra querida revista para participar en una sección que a todos nos encanta. Esta sección. Tu disco me suena. A priori no me apetecía demasiado. A toda la diatriba anterior debiera añadir algunas historias de local de ensayo no muy agradables pero temo estar extendiéndome demasiado y el resultado es el mismo, mi punto de partida es la negatividad absoluta.

Siendo sincero odio Light my fire, el solo de teclado me parece insoportable y me recuerda ciertos espectáculos callejeros que incluían una cabra y un señor con un pianillo. ¿Quién quiere horror cósmico al lado de eso? De hecho, en un primer intento de escucha, llegados a ese tema mi paciencia colapsó y paré la música.

Iba a escribir una invectiva contra el disco basándome en esta escucha, no me veía con fuerzas para otra pero me parecía poco honesto y poco profesional. Tras una segunda escucha al completo puedo decir que el disco no está tan mal. Bueno, The end, que paradójicamente da la sensación de no terminar nunca, la he quitado aburrido. El disco tiene algunos momentos de sabor bluesero que me han gustado y el rollo psicodélico es bastante disfrutable. Me imagino que la experiencia ganaría si echara mano de algún tipo de droga pero ya no tengo edad ni ganas, así que lo he escuchado en seco lo que me aleja de su esencia, aunque la comprendo. También debiera haberme preocupado por los textos, cuando tantos babean por las habilidades líricas de Morrison debe ser por algo, pero no es un elemento al que le suela prestar atención normalmente cuando escucho música con lo cual ni me lo he planteado hasta ponerme a escribir esto.

En resumen me he sorprendido a mí mismo disfrutando con algunos temas y pasajes. En otros, como era de esperar, he sufrido. A parte del pianillo y sus solos horrendos ya señalados, hay momentos en los que la guitarra se sale del tema y toca arpegios que, queriendo aportar algo, están fuera de toda lógica. Un despropósito. Es lo que tienen las drogas. Morrison hace muy bien lo suyo, como precursor de Enrique Bunbury no tiene precio, ¿o será Bunbury como clon de Morrison? Bueno, en realidad me da igual, no tengo planes de volver a escuchar a corto ni medio plazo a ninguno de los dos. El disco no es tan insoportable como esperaba, aunque tiene partes que sí lo son, y mucho, pero no es de mi agrado. Todo entero para quienes sí lo disfruten. A cada uno lo suyo.


 

Pupilo Dilatado

Hacía siglos que no volvía a sumergirme en la música de Morrison, Manzarek, Krieger y Densmore, ¡SIGLOS!, y qué bendita propuesta la de ‘Tu Disco Me Suena’ para hablar de un disco absolutamente mítico, que ha pasado a los anales de la historia musical como un símbolo para toda una generación, la de finales de los 60’s y principios de los 70’s, el debut de The Doors en 1967.

No voy a hacer una crítica sesuda y pormenorizada de cada una de las canciones, ¡este disco se lo sabe todo melómano que se precie!. De lo que sí deseo hablar es de cómo llegué a ellos y sí, como muchos de mis compañeros/camaradas de Staff, llegué a ellos a través del cine. Dos películas en concreto acrecentaron mi curiosidad sobre ese tipo peligroso y su banda que en plena época hippie daban tantos quebraderos de cabeza a la sociedad bien pensante y de doble moral americana. La primera, obviamente, fue la mítica «Apocalypse Now», ¿qué queréis que os diga de la ‘espiral descendente’ en que se convierte todo el metraje y en concreto la escena en la que suena «The End»?, ufff los pelos como escarpias…

La segunda, obviamente por influencia de la peli de Francis Ford Coppola, fue «Acorralado: First Blood». Me diréis, ¡pero si aquí no sale ni un segundo de la música de The Doors!. Bueno, delante de la pantalla no, obviamente la BSO de Jerry Goldsmith y el single de Dan Hill, «It’s A Long Road», fue lo que Sylvester Stallone colocó como fondo musical a una de sus pelis definitivas… ¡¡¡pero lo que se escuchaba detrás de los focos era en todo momento los dos primeros discos de The Doors!!!. Como auténtico fanático de la carrera de Sly, pues este dato me resultó poco menos que curioso y acrecentó mi ansia de conocer quienes eran esos que lo petaban con sus legendarios «Light My Fire» y «Break On Through». La cinta TDK de 90′ no tardó en llegar con los dos discos de Morrison & Cia grabados cada uno por una cara…

Al respecto del disco en sí, ¿qué os puedo decir? Escuchado ahora en perspectiva, me sigue pareciendo una Obra Maestra, incluso a pesar de que, a veces, el órgano Fender Rhodes de Manzarek se me atragante un poco. Los temas más populares en estos días es a los que menos he prestado atención, me resultan interesantísimos temas que para la gran mayoría de gente le resultan ‘menores’ y un servidor, sin embargo, está disfrutando como nunca de las souladas psych de «The Crystal Ship» o «End Of The Night», el blues soulero de «Back Door Man», la experimentación circense de «Alabama Song (Whisky Bar)» o el garageo 60’s vacilón de «Twentieth Century Fox». Y cómo no citar la psicodelia garagera de trallazos como «I Looked At You» o «Take It As It Comes» con unos teclados de Manzarek para quitarse el sombrero. En fin, «The End», vaya composición más hipnótica, epatadora, épica, chamánica y visceral que cierra esta Opera Prima de Morrison, un auténtico viaje al centro de la mente sujeta a todo tipo de sustancias y ‘viajes’ existenciales bajo la lisérgia de la época, una canción que te mantiene atrapado en ese sillón que todavía utilizas para escuchar música, que te quiebra las neuronas con sus cambios de ritmos, desarrollos instrumentales y arrebatos bestiales de ‘El Rey Lagarto’… Uno de los cierres de disco más espectaculares que se han compuesto en la historia del Rock’N’Roll.


 

 

by: Eduardo Garrido

by: Eduardo Garrido

Roquero, cinéfilo, lector empedernido que estudió Derecho para trabajar en una biblioteca y disponer de pelis, discos y libros a mano

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