El Restaurante Los Galayos es un pedazo de la historia de Madrid. Una taberna centenaria, fundada en 1894 y situada en pleno centro de la capital de España, en la calle Botoneras esquina con la Plaza Mayor.
Local inmenso con dos plantas y salones privados de todo tipo. A nosotros nos ubicaron en el Duque, de madera rústica, techo labrado y unos hermosos ventanales a la calle. No podemos quejarnos por la luminosa mesa.
Tanta tradición e historia no podía ofrecer otra cosa que cocina castellana. De la de toda la vida. Su especialidad es el cochinillo, asado durante ocho horas del que sólo podemos hablar cosas buenas pero en esta visita decidimos comer su famoso cocido, quizá no tan afamado como otros pero más que aceptable. Además a pesar de encontrarse en uno de los enclaves más visitados por los turistas su relación calidad- precio es ajustada y merece la pena la visita de vez en cuando.
Antes del cocido madrileño, nos ofrecieron unos aperitivos junto con el pan (cosa necesaria ante este invernal plato): unas chistorras pasadas el tiempo suficiente por la sartén, lo que las convertía en apetitosas y las típicas aceitunas gordales sin hueso con un buen aliño. Con eso no hace falta muchos más entrantes para una persona de apetito normal.
Para el maridaje no se arriesgó y solicitamos un Marqués de Cáceres, crianza de Rioja con el que se sabe que no se va a fallar. Como era de esperar funcionó bien con el segundo vuelco, pues esa es una de las novedades del cocido de Los Galayos, ya que se sirve en puchero de barro con los garbanzos, la verdura y las carnes unidas como en la Taberna La Bola, otro local centenario.
Antes traen una sopa de fideos, con sustancia y bastante desgrasada. Uno de los alimentos más reconfortantes que nos ofrece la cocina invernal. Se nota el tiempo de cocción en cada cucharada pues era plena de sabor. Sin duda, lo que más nos gustó.
Tras la sopa, aparece el puchero de barro con todo el cocido en su interior. Se sirve para cada dos personas pero la cantidad es generosa y, por lo tanto, complicado comerlo en su totalidad. Es probable que los haya mejores (también más caros) pero la calidad es media. Y se nota el tiempo en la olla pues estaba bien de punto. Además el buen añadido de un plato de piparras (¡que bueno es el contraste del vinagre!), cebolla morada y tomate frito natural con comino.
El garbanzo algo duro pero aceptable, la verduras ricas con buenos trozos de zanahoria, patata y repollo y dentro de las carnes los clásicos morcillo de ternera, codillo de jamón, gallina, tocino, chorizo, morcilla y ese toque que otorga la bola de relleno. Más madrileño imposible.
Además sólo se sirve en el servicio de comidas, lo cual encontramos normal pues jamás he comido un cocido madrileño (ni ningún otro) para cenar pues sería demasiado contundente. Tanto que dejamos algún trozo de carne y garbanzos y nos encontrábamos tan llenos que fue imposible pedir postre. Eso sí, como remate nos ofrecieron como cortesía de la casa unos chupitos de licor de albaricoque con canela. A pesar de lo que digan las corrientes gastronómicas actuales sigue siendo un perfecto digestivo y un acertado colofón a otro templo de la gastronomía típica de Castilla y Madrid.
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