El tipo que canta navega Pompeya en «Thorugh The Our Glass», flotando, entre escombros, residuos de espíritu, ecos de sonido rosa, fluyendo, celeste en crepúsculo casi negro, derritiéndose, o es oscuro…su mente hacia atrás, su cuerpo adelante, la voz se despega, o nunca estuvo con él, se distancia, le pertenece pero queriendo ser otra…parece Jim Morrison, o su espectro, más joven, reconstruido, difuso, poseyendo matices, algún otro instinto, más ingenuo, menos dañado y estúpido, entre imágenes o flashes de un tiempo que no logra encontrar. La melodía que recrea, dramática, monótona, sumergida en una poción de espejismos que impulsan la mente hacia el sueño, o es el sueño la imagen lo que genera la atmósfera…las Puertas, aquellas del fin, del amor dos veces, las que rompían la noche o la cerraban al mundo, se abren…el fluido aún es rosa y levita, el espectro divaga, como si fuese alimaña espacial, algún tipo de ser movido en intermitencias galácticas, apoderándose de recuerdos quizás ajenos a través de su nuevo shacra de regresión…algo extraño…ya contemplado, una y mil veces…canta al pasado o susurra entre nubes, enrarecido, prisionero de él..una buena excusa para detener el tiempo, remodelarlo, descomprimirlo, a cámara lenta, todo en un flash.
Lo nuevo de MONDO DRAG arranca la coraza bruta del grupo en ciertos aspectos, su firmeza eléctrica, ojos en rayos X, visión que traspasa la epidermis, como aquella que Ray Millan tenía para mirar a través de la realidad de la carne en aquella película de Corman, la que viéndolo todo terminó cegandole, torturando su espíritu, mirada de Cosmos que al igual que un parásito que devora el alma, le impulsó a saltar a un vacío repleto de asombro, nada de todo o todo de nada, psicodélico bajo una lluvia de estrellas fugaces.
Música de reinvención o descripción subsconciente, pueda ser que dueña de si misma o abandonada a la deriva, interesante en cualquier caso, aunque nada nuevo reporte para las mentes de autonomía progresista que viajaron entre discos triposos de los 60. PINK FLOYD, y el tipo que contiene al MORRISON que nunca fue MORRISON cuando canta sin ser otra cosa que lo que él quiera ser, algo de Kraut cuando el disco despega y «La luz del día quema», Alemania en expansión… clichés, memorabila de sonido y estética que hacen de la obra variante magnética para un grupo que crece, se dilata o simplemente desaparece dentro de su propia deconstrucción…curioso, con independencia de lo que la curiosidad suponga para cada cual.
Editado por EASY RECORDS, su casa de aposento terrenal para un catálogo lleno de referencias fiables, el álbum contiene fotogramas distantes de un Rock de progresión que por edad ya no lo es, brillando como un cometa tecnicolor que pretendiese órbitas preconcebidas, líquido y subterráneo, anfibio si es que así se reconoce, sofisticado y sensorial porque se adapta a las corrientes de fenomenología oculta que muestran las imágenes contemporáneas que retratan el arte pop que endureció guitarras y volumen a finales de los 60 dejando espacio al mismo Espacio…via de acción estroboscópica.
Pincha el disco, busca absenta, derrite el azúcar y quema el veneno, al viejo uso de los poetas del tercer ojo, de aquellos bardos que MORRISON, extraviado dentro de su excéntrico personaje, jamás consiguió alcanzar.
Creíbles mientras el subidón, la escucha a la luz de la luna, «dirijan sus controles hacia el Sol».
Adicto al Rock, las guitarras, los cómics Marvel de los 70, el cine mudo alemán, los libros que no puede entender y la tortilla de patatas de la venta Quemada.
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