Sorprende el contraste existente al llegar a la Alquería del Pou pues a sólo quinientos metros se encuentra el imponente complejo de la Ciudad de las Artes y las Ciencias de Valencia. Modernidad y tradición separados por una calle, así que tras dejar los edificios de Calatrava se toma un estrecho camino de tierra rodeado de huertas para llegar a tan insigne y señero local especializado en los platos populares de la cocina valenciana, elaborados con productos de calidad y con la sabiduría que le ofrecen el llevar cocinando tantos años con lo mejor que les ofrece la huerta y el mar. Todo producto de proximidad.
El local es una amplia alquería, edificio donde vivían los trabajadores de las tierras adyacentes, convertido en un restaurante con todas las comodidades, dos plantas y una cómoda terraza. Su éxito es tal que abre en horario de comidas y cierra los domingos. Aun así se encuentra lleno todos los días y es imprescindible reservar (incluso en día laborable). Una vez sentados en la mesa situada en la terraza pero en la parte acristalada nos sorprende el buen servicio de su personal, lo cual no debe ser sencillo con tantísima gente (nos comentaron que en ese día había un par de bajas de última hora y se celebraban tres comuniones, lo que hace una idea de las dimensiones de la Alquería del Pou). Eso sí, debido a eso los tiempos se fueron alargando algo más de lo debido pero es razonable visto el número de comensales y el exiguo servicio de sala ese día.
Comenzamos con las primeras cervezas mientras pensábamos que íbamos a comer pero al elegir una mezcla de mariscos, pescados y verduras la decisión con el vino era clara. Deseábamos un blanco seco local para todo el maridaje. Elegimos el Mestizaje, vino que recordaba algo al cava compuesto de uvas Merseguera (uva predominante), Viogner y Malvasía.
Un acierto porque combinó a la perfección la mayoría de los platos que comenzaron con una cazuela de gambas al ajillo, de tamaño adecuado, frescas y de buen sabor.Ante productos de la cercana costa así de buenos poco (o nada malo) se puede decir.
Otra joya cercana son sus verduras y todo deben ser parabienes ante el tomate valenciano presentado con ventresca de atún, un plato de temporada que sirven mientras exista en el mercado con su piel fina y su enorme carnosidad presentado con cebolla morada y unos trozos de la conserva del túnido de gran sabor.
Para rematar los entrantes atacamos a otra de las especialidades marítimas de la Alquería del Pou como son las frituras. En este caso unos calamares de playa, de magnífica textura (nada duros o correosos), buen sabor y ligeramente sosos. Aun así muy buenos.
Pero si por algo se caracteriza la cocina valenciana y, por ende, la Alquería del Pou es por los arroces. Y aquí se sabe que el dominio que tienen sobre el cocinado es soberbio. Hay días mejores y peores pero se nota el punto perfecto, respetando los tiempos y las proporciones en la paella. Pedimos la seca de mariscos. Nos recomendaron que solicitásemos una ración menos de los comensales presentes. Y en su momento llegó el codiciado principal, perfecto de punto el arroz pues a pesar de que en su centro tenía algo más del dedo de grosor no se pasó en ningún momento. Suelto y magnífico de textura, acompañado de unas buenas cigalas, langostinos, sepionet y mejillones. Quizás el único debe es algo pasada de sal pero nos la comimos a gusto desde la propia paella. Nos quedamos con ganas de probar más arroces (seguro que en próximas visitas).
Tras el fantástico ágape rematamos con una torrija de leche merengada con horchata (servida en un chupito) de la que nada malo podemos decir. Y con los cafés tienen el detalle de obsequiar a sus clientes con un vaso de mistela y un trozo de coca de llanda. Más típico no lo puede haber. Fantástica cocina la de la Alquería del Pou aunando calidad, clase y la dicotomía entre tradición y modernidad. Y a pesar de su extraordinaria cocina el precio es más que adecuado. Todo son ventajas.
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