“El señor de los anillos: los anillos de poder” fue presentada como la serie de televisión más cara de la historia. Se nota pues estamos ante una producción que en su vertiente formal es impecable. No original pero sí impecable pues se en fotografía o música se limita a copiar el imaginario creado por Peter Jackson para su célebre trilogía aunque no llega al nivel de lo conseguido por Andrew Lesnie ni Bear Mc Creary es Howard Shore, si bien es cierto que el compositor de cabecera de David Cronenberg se reserva el tema de los títulos de crédito. Con todo es lo mejor de la serie pues los serios problemas son de guion.
Y el capital es que intentan adaptar “El Silmarillion” sin tener los derechos de la obra pues de Tolkien, Amazon posee los de “El señor de los anillos” y sus apéndices. Por lo tanto, han decidido crear un extraño híbrido que parece querer mejorar la trama del escritor británico. Y como sucedía en otra fallida serie de fantasía de la compañía de Jeff Bezos como «La rueda del tiempo», los creadores (en este caso Patrick Mc Kay y John D. Payne) se pierden enmendando la plano a la canónica obra. Ejemplos hay a montones pero quedémonos con el prefacio del primer episodio donde en la recta y pura Valinor unos elfos se divierten molestando y humillando a Galadriel, cosa imposible en semejante espacio moral. A partir de ahí, tenemos varias tramas paralelas que avanzan a trompicones, uniendo sin sentidos con brillantes escenas, con elfos, humanos, enanos, unos hobbits a los que llaman pelosos (suponemos que será otro problema de derechos) y un mago de origen desconocido.
En el capítulo actoral nos quedamos con el permanentemente asustado mago de Daniel Weyman por su parecido físico con Daniel Day Lewis que a pesar de ser enseñado por dos pequeñas “pelosas” mantiene el tipo. Destacable por lo extraño es la interpretación de la Galadriel de Morfydd Clark, a la que han convertido en una especie de Eowyn mejorada. Una guerrera (que no bruja) que todo lo hace bien y que por lo tanto tiene un único registro que consiste en encontrarse en permanente estado de enfado y mirar a todo el mundo por encima del hombro y hablar con arrogancia y soberbia, cosa que consigue que al espectador no le caiga bien desde sus primeras escenas. Son de esas cosas que se acaban consiguiendo al evitar el “viaje del héroe” en la narración pues al no poder tener aprendizaje al saber hacer todo a la perfección sin esfuerzo, sus actos no pueden poseer épica ni emoción pues todos sabemos que por numeroso o potente que sea el enemigo lo solventará sin demasiado esfuerzo (características propias de los villanos). Paradigmático es la secuencia de la huída de las mazmorras de Numenor, digna de comedia involuntaria (a la altura de las dos persecuciones de la Princesa Leia en Obi-Wan Kenobi). Tampoco termina de funcionar toda la parte de los enanos que en Tolkien (más en Peter Jackson) servían de alivio cómico y aquí no desprenden esa sensación. Y como colofón, los “pelosos” son una versión inferior en todos los aspectos a los hobbits.
No tiene pinta que en próximas temporadas la serie mejore pues está muy tocada desde el inicio por el cariz que han querido dar a esta “marca blanca” de “El Silmarilion”. Una serie que se deja ver por la espectacularidad de los paisajes y el holgado presupuesto con el que juegan pero donde lo más importante, como es la historia, naufraga de forma ostensible tanto para los no seguidores de los libros como los amantes de novelas y películas. Una pena.
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