Nada más acabar los siete episodios de esta miniserie recordábamos aquel verso de Rilke de “-todo ángel es terrible-“, una forma de entender esta estupenda producción del cada vez mejor Mike Flanagan, un realizador que con esta “Misa de medianoche” estrena su tercer trabajo con el gigante Netflix tras la maravillosa “La maldición de Hill House” y la correcta “La maldición de Bly Manor”, situándose esta en cuanto a resultado entre ambas aunque más cercana a su primer y certero debut en la pequeña pantalla pues en la grande ha ido “in crescendo” desde sus primeros, e irregulares, acercamientos al horror moderno para desembocar en la notable “El juego de Gerald” y la estupenda pero incomprendida “Doctor Sueño”.

“Misa de medianoche”, al igual que sus otras miniseries, es una historia a la que se llega por el terror pero que se convierte en adictiva por el drama. Personajes y situaciones bien elaboradas con gente que busca la redención a su culpa, tema del que ha hecho carrera y que les emparenta con maestros de la talla de Paul Schrader o Robert Bresson, con esa idea tan jansenista de que la única forma de perdonar lo imperdonable es poco antes de morir en una catarsis aristótelica que lleva utilizando el cristianismo desde Tomás de Aquino y que en cine también podíamos ver en el impactante desenlace de “Melancolía” de Lars Von Trier, cinta con la que guarda algunos paralelismos en su final, como antes hemos descubierto al monstruo de forma similar al demonio en Tierra Santa de “El exorcista” y alguna de sus secuelas (como la precuela maldita de Paul Schrader). De hecho, Flanagan usa múltiples recursos cinematográficos donde demuestra su dominio de la técnica como en esos largos paseos filmados por el pueblo pesquero, llamado a ser maldito como el de esa joya de culto de los ochenta titulada “Muertos y enterrados”, el excelente uso de la luz y de la sombra o incluso dobles focos a lo Brian De Palma. Un ejercicio de virtuosismo a la que contribuye la magnífica fotografía de sus habituales Michael Fimognari y James Kniest, los apuntes de cello de la banda sonora de los Newton Brothers y un montaje inteligente que juega con habilidad con los flashbacks y que nos conduce al trabajado giro argumental, otro de los fuertes de “Misa de medianoche” pues el guion de Flanagan es soberbio, con un prólogo demoledor y un transita de menos a más, donde se dedica su tiempo en presentarnos la aislada comunidad rural y los problemas de sus moradores para ir generando tensión y que empaticemos o detestemos a buenos y villanos de forma tranquila, sin aspavientos comprobando sus lógicas reacciones ante los milagrosos hechos. Narrando las miserias de la condición humana desde la perspectiva del terror como sucedía en esa olvidada joya del celuloide llamada “la adicción” de Abel Ferrara con la que tampoco es difícil encontrar similitudes.

Mención aparte merece el convincente reparto con nombres conocidos en la filmografía de Flanagan como Kate Siegel, Henry Thomas, Annabeth Gish, Samantha Sloyan (espectacular como fanática) o Rahul Kohli a los que hay que sumar un convincente Zach Gilford y el sacerdote de Hamish Linklater. Todos consiguen un elenco coral donde nadie sobra y en el que en algún momento tienen su minuto de lucimiento, merced a la buena dirección de actores y el tratamiento ejercido en el “libreto” de un Mike Flanagan al que sólo se le puede criticar algún diálogo en exceso largo y algo reiterativo pero son los menos en siete horas de duración. Algo al alcance de muy pocos y que le confirma como un autor de género diferente, uno de los más dotados de su generación capaz de llevar a su terreno no sólo sus ideas originales sino lo escrito por otros como el mundo de “El resplandor” en “Doctor sueño”, donde se entendía a la perfección las obsesiones de un Stephen King al que trasladaba de forma admirable en “El juego de Gerald” (y del que también hay aquí) o a Shirley Jackson y Henry James en las dos series precedentes. Un creador cuyo nombre es suficiente reclamo y garantía de calidad.

Misa de Medianoche

by: Jose Luis Diez

by: Jose Luis Diez

Cinéfilo y cinéfago, lector voraz, amante del rock y la ópera y ensayista y documentalista con escaso éxito que intenta exorcizar sus demonios interiores en su blog personal el curioso observador

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