Disney sigue con la idea de explotar sus clásicos, creando nuevos “spin off” con sus malvados. En este caso toca Cruella DeVil de “101 dálmatas”, tras el éxito de «Maléfica», con la que guarda algunos paralelismos al narrarnos sus inicios y el cambio radical al ser una joven bondadosa, que por venganza, pasa a convertirse en un ser taimado y cruel.
Más arriesgado que los comienzos de la villana de “La bella durmiente”, la historia nos lleva al Londres de los setenta, con una apertura que recuerda a las novelas de Dickens, para pasar pronto a un caleidoscopio colorista urbano en la línea de los filmes del “Swinming London” y según avanza la narración a un estilo a lo Tim Burton, lleno de grúas y movimiento de cámara imposibles, incluso con un plano secuencia espectacular. Y todo a ritmo de una banda sonora excelente llena de conocidas canciones de la época, eclipsando la parte orquestal de Nicholas Britell, punto que había utilizado en su anterior, y estupendo, largometraje «Yo, Tonya» su responsable Craig Gillespie, quien ya conocía la casa del Ratón Mickey, tras dirigir «El chico del millón de dólares».
Gillespie ofrece un trabajo pulcro y con brío, con una puesta en escena arriesgada, con multitud de secuencias en un estilo, en principio, contradictorio y lejano a los parámetros clásicos de Disney, más cercano a “El diablo se viste de Prada” pero pasado con los arabescos con la cámara de la sobrevalorada, pretenciosa y vacía «Birdman» de González Iñárritu aunque mejor integrado. A ello puede contribuir ese espíritu de película de ciudad, que ambas comparten, junto con el protagonismo de Emma Stone, de la cual no disfrutábamos desde «La favorita» de Lanthimos (pues era menor su papel en la secuela de «Zombieland») tanto como su inolvidable rol en «La La Land», tras su etapa de musa de Woody Allen. Le acompaña la siempre espléndida Emma Thompson, con la que compone un excepcional “tour de forcé” interpretativo, que consigue que ninguno de los secundarios, por otro lado correctos, destaque un mínimo y consiga hacer sombra a las dos divas de la función.
Quizás lo menos bueno sea el irregular guion de Dana Fox y Tony Mc Namara que alterna pasajes de mérito con otros infumables donde da la impresión que este “reboot” es completamente innecesario. En lo que casi ningún espectador podrá dudar es que las cerca de dos horas y cuarto de metraje son excesivas para contar una historia de auge, caída y venganza no demasiado compleja.
Y es que uno de los grandes problemas de “Cruella” es el público al que va dirigido, pues el más pequeño creo que se perderá dentro del espíritu y los diálogos del filme, llegando mejor a chicas jóvenes, amantes de la moda (entiendo que es su objetivo principal). De hecho, no pude dejar de pensar en la opinión de mi sobrina Marina, creadora del exitoso canal de youtube de Marina Ggie, que comienza este año sus estudios universitarios de gestión y diseño de moda, además de cinéfila y lectora. Una de esas mentes jóvenes que conviene escuchar para entender un mundo que como al Chateaubriand de “Memorias de ultratumba” empieza a resultarnos ajeno a los que vamos cumpliendo unos cuantos inviernos.
“Cruella” es más interesante en cómo se cuenta que en lo que se cuenta, demostrando Craig Gillespie las buenas sensaciones dejadas en varias de sus anteriores producciones, superando un “libreto” con ciertos altibajos, en un producto donde Disney parece querer mantener su público de siempre, junto con el nuevo que ha crecido. Da la impresión que no es la película a la que llevar a los niños al cine (como podría suceder con “Maléfica”), ya que seguro que los adolescentes y jóvenes disfrutan más yendo solos. Algo que inventó Spilelberg y Zemeckis, bajo la batuta de Joe Dante en los “Gremlins”, largometraje dirigido a una entidad social a la que nunca se la había tenido en cuenta y que inauguró la no recomendación a menores de trece años, hasta entonces inédita.
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