El cine de Yorgos Lanthimos no deja de crecer en Hollywood y sus dos últimas aportaciones así lo confirman, tanto «Langosta» como «El sacrificio de un ciervo sagrado». Ahora sin la colaboración de su co- guionista de siempre Efthymis Filippou, llega su obra más ambiciosa hasta la fecha, pues es la que cuenta con un presupuesto más holgado.
Y como hasta ahora, su puesta en escena transita entre la originalidad y el posmodernismo, entre la deuda a sus maestros y un puesta en escena alambicada pero que resulta a ratos sorprendente y maravillosa y en otros irritante. Lanthimos juega con el espectador y lo seduce con esta tragicomedia (con bastante más de drama) de intrigas palaciegas y lucha de poder.
Tomando como referente la corte de la última Estuardo, la Reina Ana, pergeña una historia donde la soberana se muestra como una persona caprichosa y de mentalidad adolescente, dominada por una noble, que además es su amante y que deberá combatir contra otra joven de apariencia reservada e inocente pero que ansía el favor de la corona al precio que sea, ideando un plan con el que siga pareciendo una inocente y desvalida criatura aunque ganando adeptos entre el círculo cercano a la reina. Un argumento que recuerda a la obra maestra de Mankiewicz «Eva al desnudo», con aquella rivalidad entre Bette Davis y Anne Baxter (Margot y Eva), donde la candidez e inocencia de la aspirante a actriz escondía un taimado plan para destronar a su ídolo. No es el único referente cinéfilo que hemos observado, pues Kubrick, como sucedía en «El sacrificio de un ciervo sagrado», también está presente, tanto en la dirección como en varias secuencias que le unirían a «Barry Lyndon». Tenemos complejas secuencias llenas de «steady cam» y algunos generales grandiosos, aunque las mejores tomas son en palacio, jugando con la luz como sucedía en la genial obra kubrikiana (que llegó a idear unas lentes creadas por la NASA para conseguir iluminación solo con velas), aunque por otro lado existen numerosos planos en escorzo o con extraños picados y, sobre todo, unas cuantas secuencias en generales con «ojo de pez», al cual no le vemos ningún sentido artístico. Una moda que se está convirtiendo en habitual pues recordamos que en la nueva versión televisiva de la bruja adolescente «Sabrina» se abusaba de los planos con buena parte de la superficie de la toma desenfocada. Manías que no terminamos de entender, aunque no es comparable el talento de Lanthimos con los de la mencionada serie. Y en otro punto donde homenajea a Kubrick es en el uso de la banda sonora, sin ningún autor original y con obras de Haendel o Schubert, aunque en alguna secuencia de danza el baile sea sorprendente con movimientos espasmódicos de los ejecutantes, escenas sorprendentes como era el caso en «orgullo y prejuicio» y «Ana Karenina» de Joe Wright, con secuencias de danza originales.
En lo que no hay irregularidad es en las interpretaciones, con tres actrices en estado de gracia, encabezadas por Olivia Colman, que si Glenn Close no lo remedia se puede convertir en la próxima gaadora del Oscar, acompañada de un brutal Rachel Weisz, en uno de sus mejores papeles y una Emma Stone magnífica. Las tres llevan el peso de la cinta y son las encargadas de mantener los ágiles diálogos ideados por el guion de Deborah Davis y Tony Mc Namara, aunque Lanthimos es el encargado con su transgresora puesta en escena de dotar de vida a estas tres inseguras, taimadas y caprichosas féminas. Una opción interesante en la cartelera que a buen seguro creará tanta admiración como rechazo.
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