Una de las grandezas de ese giro en la filmografía del enorme realizador canadiense David Cronenberg que se produjo con “Una historia de violencia” fue el hecho de sorprender con una narración sobre un hombre normal, con familia, que escondía un pasado como asesino sin escrúpulos que por un hecho casual volvía a relucir su faceta anterior. En “Nadie” sucede algo similar, pues tenemos a un hombre casado con niños que vive en una casa típicamente americana de barrio residencial que por un inocente atraco deja atrás su nueva vida para volver a su anterior etapa como asesino del gobierno.
Los paralelismos con “Una historia de violencia” son evidentes pero no es el único homenaje a otras películas que hemos visto en “Nadie” pues la chispa que enciende a este bondadoso tipo en un mortal y despiadado ser tiene el mismo componente de hartazgo que aquel oficinista que encarnaba Michael Douglas en “Un día de furia” de Joel Schumacher y el espíritu de la saga de “John Wick” está presente en sus múltiples escenas de acción. Un tipo de cine que necesita un actor que represente a la perfección esa dicotomía entre la normalidad y el superhéroe, el hombre corriente y el frío asesino. Un juego en el que funcionaba Keanu Reeves pero mejor Michael Douglas o Viggo Mortensen y al que se suma un Bob Odenkirk que saltó a la fama con su divertido abogado de «Breaking bad», llevado al extremo en la grandiosa «Better call Saul» y que con “Nadie” consigue su protagonista más importante para la pantalla grande. Su físico juega a su favor, por el sentido humorístico que intenta trasmitirle su director; el ruso Ilya Naishuller que construye un relato entretenido, rodado a “toda velocidad” en una hora y media llena de violencia y humor negro que hace que el espectador pueda disfrutar del catálogo de atrocidades que muestra aunque, para ello, es fundamental que se obvie el tratamiento de un guion sin un mínimo de verosimilitud y que en cuanto se rasque un poco la superficie deja a la vista todas las costuras.
No es original ni bien escrita pero su hora y media pasa en un suspiro y al finalizar no tenemos la sensación de haber sido estafados por sus responsables al pagar la entrada, lo cual es mucho. Un ejemplo claro de cómo la dirección se encuentra por encima del “libreto”, mejor como se cuenta que lo que se cuenta. Tenemos la lucha encarnizada de un hombre solo contra la mafia rusa de Cleveland. Odenkirk monopoliza el relato y es el absoluto protagonista, con un tanto por ciento de aparición en pantalla elevadísimo aunque acompañado por Connie Nielsen o grandes actores del pasado como Christopher Lloyd o ese gran villano que ha sido siempre Michael Ironside.
Un ejercicio de cine de evasión, de entretenimiento absurdo que ahora que han finalizado los estrenos de las películas oscarizadas es buen momento para verla en las salas. Y si tenemos que confesar una maldad puede estar a la altura de la sobrevalorada «Nomadland» o la posmoderna «Una joven prometedora» en resultado porque no tiene la pretenciosidad de ambas. Aquí no hay discursos actuales sobre temas candentes que serán olvidados por otros en cuanto lo decidan los gobernantes o grupos de opinión. Sólo hay golpes, disparos, huesos quebrados o gente muriendo sin más introspección que ser los malos que merecen ese resultado por meterse con quien no deben. A veces, no pedimos más.
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