Dejamos la cuarta temporada de “Better call Saul”, con un Jimmy Mc Gill convirtiéndose en su peligroso “alter ego”. Ese “volverse malo” del que hablaba el título de su serie matriz. Ese paso que hacía que dejase el derecho más o menos recto por una versión heterodoxa donde lo importante no es la ley sino conseguir resultados, emulando a Maquiavelo y “-el fin justifica los medios-“. El problema es que al protagonista le gustan todas esas “triquiñuelas” para ganar. Ya parece que no le interesa el respeto que nunca consiguió por el resto de abogados. Sabe que es un rábula de peor formación y estilo pero que encuentra su sitio defendiendo lo indefendible. Al principio casos más o menos justos, gente desarraigada, sin recursos o aplastadas ante las grandes multinacionales pero ahora dando ese paso más para acercarse al crimen organizado y a los cárteles de droga. Es magnífico como Peter Gould y Vince Gilligan han ofrecido suficientes aristas al personaje para que su evolución hacia el mal sea comprensible e, incluso, entendible. Alguien que buscaba la consideración que nunca obtuvo de sus colegas.
Lo curioso del mal es que es atrayente, tanto para el que lo ejerce como para los que le rodean, por eso es lógico (aunque a su vez sorprendente) como Kim Wexler también es tentada por ese “lado oscuro” de la ley. Como Saul Goodman lo desea con grandes fines, defendiendo a los que lo necesitan pero acabando en una dinámica negativa. Es uno de los giros argumentales más interesantes de este quinto año de la serie que, sin duda, tiene en sus tres episodios finales momentos de una brillantez poco vista en la televisión y que prometen una conclusión camino de la épica.
Uno de los puntos fuertes de la serie (tanto esta como “Breaking bad”) han sido sus villanos y a los conocidos Gustavo Fring, Héctor Salamanca y los “shakesperianos”, en cuanto marcados por el destino, Mike Ehrmantraut y Nacho Varga se suma ahora un espectacular Lalo Salamanca, con un importante peso dramático, sobre todo en los últimos capítulos. Además de unos cada vez más patéticos Howard y los directivos de Mesa Verde, ricos y elegantes que sufren las acciones poco legales de Saul Goodman.
Las interpretaciones siguen a un nivel altísimo por todo el reparto aunque en esta quinta, destacan Bob Odenkirk y Rhea Seehorn y todos los miembros de los cárteles y negocios ilícitos: Giancarlo Esposito, Jonathan Banks, Michael Mando y Tony Dalton. Todos consiguen que el serial de Gilligan y Gould se haya convertido en una de las mejores apuestas televisivas desde hace años. Y lo más complicado, ha conseguido que tenga categoría propia, pudiendo olvidar a “Breaking bad” en más de un momento, lo cual “a priori” parecía imposible. Episodios como el “paseo por el desierto” se convierten en “oro puro”, elevando a la pequeña pantalla casi a la categoría de cine, además de servir como un perfecto “punto de no retorno” en el carácter del leguleyo que deseaba consideración. Son los peligros del ego, del que se puede hacer analogía con Walter White. Las diferencias es que White sabía que era una persona brillante, con un talento desperdiciado que nunca fue lo suficientemente valorado mientras Saul Goodman es un tipo a la sombra de un hermano inteligente y unos abogados de importancia, licenciados en las mejores universidades y con importantes contactos. Un joven que al querer parecerse a ellos entra en una vorágine de peligro y riesgo. Fácil que suceda en personas acomplejadas. Recordamos al Griffin Dunne de la joya de Scorsese “¡Jo, qué noche!” (impresentable título de “After hours”) donde un mediocre oficinista pasaba un calvario nocturno al seducir a una mujer problemático pero atractiva. Alguien muy superior a él. Sucede lo mismo cuando Lalo Salamanca conoce a Kim Wexler, igual de inalcanzable para el Jimmy Mc Gill de la primera temporada.
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