«El padre» es una de las grandes sorpresas de la temporada. Un filme, en principio modesto, que se eleva por encima de la media debido a un guion que roza la perfección y a una dirección que funciona de principio a fin, sumado a unos actores en estado de gracia. Todo lo fundamental y necesario para encontrarnos ante una película soberbia. Magnífica, de principio a fin, en unos nunca mejor aprovechados cine minutos de metraje.
Su responsable es el dramaturgo francés Florian Zeller, autor de la obra teatral original. Un texto que en España sólo se ha representado en una ocasión, con Héctor Alterio en su papel protagonista. Esperemos que con el éxito de la versión cinematográfica estén pensando volver a ponerla en escena. Lo merecería. Nunca el duro tema del Alzheimer ha estado mejor representado. Un anciano que vive tranquilo, y solo, en su casa recibe la visita de su hija que parece empezar a darse cuenta de los pequeños problemas de memoria de su padre. Es necesario no revelar demasiado del argumento pero su grandeza estriba en un discurso que no juega con la pornografía sentimental y que se hibrida entre el drama y el «thriller» al ser narrada desde el original punto de vista del progenitor.
Para trasladar su ficción teatral a cine, ha contado con la inestimable ayuda del guionista Christopher Hampton. Juntos consiguen un «libreto» que absorbe al espectador desde el primer minuto, en un «crescendo» espectacular que culmina en un desenlace impecable, dejándonos la sensación de que hemos visto una genialidad filmada. Además el Zeller realizador consigue mantener la acción durante toda la trama, con una puesta en escena que, sin necesidad de alambicados planos ni portentosos planos secuencia, nos mantenga en tensión y podamos comprender el irreal sufrimiento de este hombre, perdido entre multitud de caras que se cambian, escenas que se repiten y delirios entre una cotidianidad convertida en pesadilla. Alguien culto, amante de la ópera, que ve como su vida se empieza a perder, con fantasmas del pasado que vuelven y otros que aparecen. Un onírico y surrealista microcosmos, más agobiante que el que creo Aronofsky en «Madre».
Y con un reparto estelar donde destacan la siempre eficaz Olivia Colman y un Anthony Hopkins con un papel para el recuerdo. Tanto como su Hannibal Lecter en «El silencio de los corderos», lo cual es compararlo con su mejor papel, con diferencia, dentro de una filmografía irregular. Cualquier cosa que fuese que no ganase el próximo Oscar sería una injusticia de las que se recordarían, tanto como que Morricone perdiese banda sonora por «La misión» contra «Alrededor de la medianoche» o que Hitchcock o Chaplin no ganasen nunca a la mejor dirección. Si interpretación es complejísima, llena de todo tipo de matices y recursos actorales. Emotiva y emocionante.
Y para colmo, todo transcurre en un único escenario. Un espacioso apartamento que se va transformando mediante una eficaz dirección artística, una sólida fotografía de Ben Smithard que con sus cambios de luces se convierte en un elemento más de ese terror cotidiano y la acertada banda sonora de Ludovico Einaudi que opta por un estilo clásico que hibrida bien con los extractos de ópera seleccionados.
Una lección cinematográfica que a buen seguro que se encontrará en las listas de lo mejor del año, ya que se estrenó a finales de diciembre. Todavía se encuentra en cartel, así que se recomienda que no se la pierdan. Triunfe en los Oscars o no.
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