Estrenada en el Festival de Venecia del pasado año y en su plataforma en enero, estamos ante una interesante muestra de cómo Netflix apuesta por arriesgados largometrajes con cierta asiduidad. “Fragmentos de una mujer” es un drama descarnado, sin un ápice de comedia ni alivio, sobre una familia que intenta sobrellevar una tragedia de diferente manera. Un matrimonio que se ama pero que responde de diferente manera a la muerte de su recién nacido, intentando olvidar y pasar página o mantener el recuerdo del bebé y culpar a otros de la desgracia. A esto se suma una madre “matriarca” que intenta imponer su criterio sobre todos los aspectos vitales de su hija, comenzando por la no elección de su pareja, un obrero de la construcción, no suficientemente bueno para su preciosa descendiente.
Sin duda, esa relación materno- filial es uno de los puntos fuertes de una producción que va de más a menos, pues el comienzo es formidable con un largo plano secuencia de presentación del personaje masculino. Una persona que dirige la obra de un puente que une dos puntos, separados por un río, en Boston. Un trabajador incansable que desea que la primera persona que lo cruce sea su hija, a punto de nacer. De ahí, llegamos a la casa donde han decidido tener al retoño, pues piensan que ese tipo de parto es mejor, más natural, que en un hospital. La comadrona que asiste el nacimiento es una sustituta y a pesar de su dedicación es absoluta la niña, tras un parto complicado, fallece por una muerte súbita. A partir de ahí, vemos el duelo de la pareja, las ganas de culpar a la médico, con un juicio mediático con la opinión pública en contra de la “matrona”, de la familia y el difícil equilibrio de los diferentes caracteres, haciendo cosas más movidos por el afán de castigar y culpar a otros que asumir la pena por el inesperado fallecimiento.
A pesar de tener una puesta en escena brillante, de largas secuencias y planos, el resultado no mantiene el excepcional tono de la primera media hora, consumado por los más de veinte minutos de la escena del parto, una de las mejores nunca vistas, comparable en sufrimiento y realidad a la imponente película de Ingmar Bergman “En el umbral de la vida”, una obra maestra “menor” del director sueco, ambientada en su totalidad en la sala de maternidad de un hospital. Su responsable es el realizador húngaro Kornél Mundruczó, que no ha podido tener mejor desembarco en su primer largometraje en inglés y fuera de sus fronteras. Es gracioso que la autoría se otorgue en los títulos de crédito a la guionista Kata Weber, que escribe un buen “libreto” pero más irregular que la composición de planos y la impresionante dirección de actores, donde destaca una increíble Vanessa Kirby, confirmando las buenas sensaciones que dejó en la dos primeras temporadas de «The crown», a pesar de ser demasiado bella para el papel, bien secundada por Ellen Burstyn (una injusticia su no nominación al Oscar) y Shia LaBeouf.
Una historia que pasa de lo particular a lo universal, sirviendo la construcción del puente como elipsis narrativa de los siete meses en los que transcurre el filme, donde se rescata al excelente músico canadiense Howard Shore, otro punto brillante en el que ha contado esta producción avalada por un tótem como Martin Scorsese, trabajando últimamente para Netflix, como sucede con el hijo de Barry Levinson, Sam Levinson que hace nada también presentaba para el gigante del “streaming” «Malcolm y Marie», otra ninguneada en las nominaciones al Oscar.
Un ejercicio recomendable para los amantes de los “dramones”, donde se unen una dirección estupenda, unos técnicos de envergadura, interpretaciones fascinantes, un guion de calidad aunque algo inferior al resto y el cambiante clima de Massachusetts como un personaje más, lo mismo que sucedía con otro desolador drama como «Manchester frente al mar».
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