Paul Greengrass tuvo un inicio brillante en el cine, sabiendo conjugar a la perfección el exitoso cine de acción con “El mito de Bourne”, saga de la que ha dirigido un par de películas más con historias de mayor impacto social, como “Domingo sangriento”, interesante acercamiento al conflicto norirlandés (que le valió el Oso de Oro en Berlín, ex-aequo con “El viaje de Chihiro”) o “United 93”, el mejor largometraje de cuantos se han hecho sobre el 11-S. Su carrera ha ido transitando entre las aventuras y la denuncia social, teniendo como ejemplos su anterior “22 de julio”, trabajo para Netflix sobre la masacre de la isla de Utoya o la anterior “Capitán Phillips”, donde ya contó como protagonista con Tom Hanks.
En este nuevo trabajo sigue con la constante de mezclar géneros, pues, por un lado, tenemos un western más o menos revisionista y, por otro, un retrato de los abusos, el racismo y la diferencia de clases en el sur de los Estados Unidos tras la Guerra de Secesión. Un antiguo oficial que viaja de pueblo en pueblo, leyendo las noticias de los periódicos (a todo aquel que quiera escuchar y tenga diez centavos). En ese peregrinar encuentra a una niña pequeña, secuestrada de bebé por los indios Kiowa y criada por ellos. Ambos buscarán a algún familiar con vida de la pequeña, mientras intentan comunicarse y hacerse entender pues al ser cuidada por los habitantes originarios no sabe hablar inglés. En este viaje iniciático se nos cuenta la lucha por la supervivencia de los emigrantes alemanes que fueron a América luchando contra la pobreza, el racismo imperante entre los sureños, el trato degradante de los vencedores, la nula moral de los cazadores de bisontes y como el progreso llevó a aislar a los indios, privándoles y expulsándoles de sus tierras. Todo bien desarrollado en algo menos de dos horas, con un guion del propio Greengrass, junto a Luke Davies, con momentos de gran tensión como la persecución de los tres pistoleros, buscando secuestrar a la niña para prostituirla o la arenga, al más puro estilo “Enrique V” antes de la batalla de Agincourt, de Tom Hanks ante un cacique local que tiene sometido a su pequeño pueblo. Y todo, visto desde la perspectiva de un solitario vagabundo y una pequeña extranjera, hija de ninguna parte, lo que hace que recordemos “Centauros del desierto” o “Valor de ley”.
La puesta en escena de Greengrass es más reflexiva y menos aparatosa, con un Tom Hanks, en uno de esos papeles que borda, de tipo corriente en situaciones extraordinarias, acompañado de la menor alemana Helena Zengel que resulta convincente. El mensaje no es del todo agradable y en buena parte pesimista, ayudado por la triste, pero efectiva, fotografía de Darius Wolski y la banda sonora de James Newton Howard. Un mundo, donde los nuevos habitantes que conquistan las tierras, expulsan a los indios y exterminan y saquean los animales y las grandes praderas. Una analogía con estos tiempos posmodernos pero donde es fácil hacer paralelismos de esa América profunda, semi analfabeta, racista, violenta y blanca que votó a Trump, cosa que se llevaba al paroxismo en cintas como en la estimable «El diablo a todas horas» de Antonio Campos. “Noticias del gran mundo” no llega a esos límites de demagogia y Paul Greengrass es un realizador que sabe dotar a sus filmes de un toque personal, esa dicotomía tan complicada de aunar como es el éxito de taquilla con la calidad artística. Y más en un estilo que ha dado tantas obras maestras como es el oeste. Un largometraje interesante, bien realizado y con muchos más argumentos positivos que negativos aunque no pasará a la historia como unos cuantos de los clásicos de Hawks, Ford, Walsh o Esatswood, por citar unos pocos ejemplos de absolutos maestros dentro del género americano por antonomasia.
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