En 1972 el matrimonio formado por Donella H. Meadows y Dennis L. Meadows, en colaboración con otros 15 autores, publicaron el informe Los límites del crecimiento (The Limits to Growth) cuyo principal conclusión fue «si el actual incremento de la población mundial, la industrialización, la contaminación, la producción de alimentos y la explotación de los recursos naturales se mantiene sin variación, alcanzará los límites absolutos de crecimiento en la Tierra durante los próximos cien años.» Resumiendo: en un planeta limitado, las dinámicas de crecimiento exponencial (población y producto per cápita) no son sostenibles.
Tras casi 50 años, no parece que le hayamos hecho mucho caso ni a Meadows ni a su informe. La excelente serie francesa El colapso viene a ponernos en un futuro en el que el colapso anunciado por Meadows se ha producido. El Colapso (L’Effondrement) es una excelente miniserie francesa de 8 capítulos, dirigida por el colectivo Les Parasites, un grupo de antiguos alumnos de L’ École internationale de création audiovisuelle et de réalisation (EICAR). Cada episodio consta de un único plano secuencia y una duración que ronda los 20 minutos. En cada episodio nos encontramos en una situación cotidiana, nada de grandes explosiones, aventuras ni vacíos efectos especiales de esos de los que abusan en las estúpidas producciones de Hollywood. Todo en El colapso resulta dolorosamente cercano y verosímil. La catástrofe (que no se especifica en ningún momento: bien podría ser un virus, una hecatombe nuclear, un desabastecimiento de alimentos o un apagón) se muestra en pequeños de dramas individuales. De todos es bien sabido que la necesidad saca lo mejor y lo peor del ser humano. Ya decía Sartre que El infierno son los otros. De todo ello hay en El colapso. Hay miedo y egoísmo pero también personas que luchan por lo que creen justo.
Reconozco que El colapso es una serie que me ha atrapado más por su verosimilitud que por su pericia técnica (que la tiene). Las situaciones y los personajes resultan reales y cercanos. Lo más aterrador de El colapso es su verosimilitud. La cámara al hombro y el plano secuencia involucran al espectador sobremanera convirtiéndole en testigo involuntario de lo narrado. Hay veces que quisiera apartar la mirada y hay veces que quisiera salir corriendo. Así es El colapso. No hay elipsis narrativas, ni cortes, ni sucesos fuera de foco. La cruda (futura) realidad. Por momento parece que estamos ante un ejercicio de periodismo de guerra. Y lo cierto es que, cuando los cimientos de la civilización caen, solamente queda la guerra por la supervivencia. Por mucho que nos neguemos a creerlo, nuestra sociedad y nuestro confort son bastante más débiles de lo pensábamos no hace muchos meses. Basta un pequeño ser unicelular o una bajada de temperaturas para colapsar todo un país. Lamentablemente, todos hemos visto en los últimos tiempos desabastecimiento en supermercados, peleas en gasolineras, ausencia de transporte público y residencias de ancianos en auténticos apuros.
Los episodios se centran en un lugar y un tiempo concretos desde que sucedió el colapso: un supermercado, una gasolinera, una central nuclear, etc pero siempre centrados en los dramas humanos. Yo, personalmente, que quedo con el episodio de la residencia, que me dejó totalmente machacado a pesar de ser el único que cuenta con algo similar a un héroe. A veces no basta con ser un héroe.
Estrenada en 2019, el destino ha querido que El colapso haya resultado tristemente profética.
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