A veces es muy complicado hablar de ciertos artistas, de ciertas bandas. La música no es un ente cuadriculado con unas fórmulas magistrales que la delimiten. Tiene mas que ver con sentimientos que con conceptos por mucho negocio al que acabe reducida al final. Las canciones se retienen en tu memoria porque si. Muchas llegan pero son muy pocas las que se quedan para siempre. Es una historia vivida que se repite al ritmo de unos acordes. A veces una vivencia marca más tu querencia por un disco que su propio contenido y aunque venda millones de copias no estas obligado a compartirlo con el resto. Cada canción es única cuando suscita tiempos a flor de piel. Es una relación cómplice con su intérprete. Un guiño imaginario entre corcheas. Con Bryan Adams mantengo esa promesa de fe basada en unas canciones que llevo marcadas a fuego y otras que he perdonado con paciencia. Por eso enfrentarme cara a cara con la reseña del nuevo disco del canadiense «Shine a light» me resulta complicada.
Reconozco que he retrasado la escucha de este disco todo lo posible, miedo al desengaño quizás. Pero llega la hora. Me niego a ser indulgente con Adams porque su carrera no lo merece, el puñado de canciones inolvidables que atesora obligan a no serlo. Tampoco quiero que la sangre se huela a varias millas a la redonda. Aún así le he otorgado varias escuchas, con la esperanza de encontrar ese rincón sin conquistar donde more la respuesta. Si por cada maldición que he soltado escuchando estas canciones hubiese tomado un chupito, ahora estaría desparramado inconsciente por el suelo. Y creedme que no me es grato. Abre el disco con cierta esperanza. La canción que da nombre al disco tiene muy buena predisposición para el directo tan solo con que apriete un poco más la fuerza y potencia. Incluso reconozco que termino canturreando el estribillo pero el fuelle amigo, algo más de fuelle. Se marca un dueto con Jennifer Lopez, «That’s how strong our love is» totalmente insulsa que me temo que no va a interesar ni a los fans del canadiense ni a los de la Lopez.
Abro la ventana y arrojo sin miramientos por ella cualquier frase preconcebida tipo cualquier tiempo fue mejor o las comparaciones son odiosas. Intento centrarme en este disco y percibo una media sonrisa al escuchar «Part Friday Night, part Sunday Morning» pero en parte porque me recuerda más a mi también adorado Rod Stewart y siendo sinceros, a la hora de intentar ser un crooner hortera al escocés se le da mucho mejor. Cuando Adams se deja de historias y pisa el pedal de la distorsión le salen rocanroles (toma ya palabro) como «Driving under the influence of love» que me hace recobrar la alegría y comenzar a ver la botella medio llena. La cosa parece resucitar cuando al escuchar «All or nothing» con la que los ecos del viejo Bryan se colocan al principio de la pole position. Sigue el rock and roll de frente con la rítmica «No time for love». Tres seguidas que consiguen mantener el nivel y me digo a mi mismo, ves tío, como eres demasiado exagerado. Pero «I could get used to this» es un coitus interruptus en toda regla. Aquello se me viene abajo. Incluso esos uhh uhh me recuerdan a los U2 más vulgares.
«Talk to me» tiene un rollo entre The Beatles y Lenny Kravitz que tira para atrás. Si, que a Bryan le gustan los Four Fabs y a mi también, pero me deja frío y mucho. ¡Con las baladas que se ha marcado este hombre!. «The last night on earth» es el acabose, en serio Bryan tío. Una especie de pop facilón de guitarras que se olvida rápido. «Nobody girl» es un buen intento, pero tan solo eso aunque al menos el estribillo merezca la pena. «Dont’ look back» me vuelve a animar un poco el final del disco, armonías muy suyas para terminar con un cover de «Whiskey in the jar» que si, que lo se, pero para mi siempre será de Thin Lizzy que no deja de ser una anécdota. Lo siento, tan solo por los viejos tiempos aprobaría este disco por los pelos pero manteniéndolo en la cuerda floja. Y ya dije más arriba que no me iba a agarrar a la nostalgia.
Totalmente de acuerdo, Carlos. Por problemas físicos tenía pendiente escuchar el disco y, tras conocer el single con la López, lo estaba retrasando. Yo he llegado un punto que a Bryan le perdono (casi) todo porque luego vas al concierto y flipas: digan lo que digan eso es rock’n’roll de verdad (no es el sonido de ACDC, pero es tan rock’n’roll como el de los aussies). Me viene pasando con los últimos discos (11, Tracks y Get up) aunque reconozco que el toque rockabilly des este último tiene un punto. Pero, un poco como te ha pasado, escucho All or nothing y me sale una sonrisa que me dura todo el día porque no se me va la canción de la cabeza. Ya me pondré luego Cuts, Somebody o incluso Before the night y volveré a amar a mi canadiense favorito (con permiso de Neil y, por supuesto, de mi amada Alanis).