¿Está Enrique Bunbury en el mejor momento de su carrera en solitario? Es difícil dictaminarlo. Lo que sí podemos aseverar es una cosa: su estado de forma, de un tiempo a esta parte, es sensacional. Aunque Palosanto no fuese, ni mucho menos, el mejor momento de su carrera, la espectacular gira que lo acompañó y, sobre todo, el estupendo DVD y disco en directo titulado Área 51, sí que nos mostró a un Enrique cautivador, luchador y que ronda la cincuentena con la misma ilusión y ganas que cuando editó su primer disco con Héroes del Silencio. Conserva la voz intacta, y en sus conciertos ha entrelazado a la perfección dos conceptos fundamentales en el mundo del Rock: la mitomanía -y con ello la pose consustancial al género-, y el papel de éste como espectáculo. Si con la gira de Pequeño cabaret ambulante quiso acercar el ambiente íntimo y familiar de los bohemios cafés de las principales capitales y ciudades europeas, con su última gira, el compositor maño optó por lo fastuoso y por la retórica en forma de pantallas gigantescas, para dar su visión sobre la crisis política, económica y social que se vive en España.
No todo estaba dicho: tras el álbum Hijos del pueblo, donde cantó mano a mano con Andrés Calamaro y homenajearon ambos al finado Gustavo Cerati, Bunbury tenía en mente su tercer lanzamiento: un acústico en el que, al igual que hizo, en su momento, para la cadena MTV cuando estaba con su banda matriz, sirviese de epítome de una carrera en solitario marcada por las continuas huidas hacia delante. Independientemente de cuál sea la concepción que se tenga del músico zaragozano en solitario -ningún músico en España es capaz de mover, a su vez, tanta admiración y animadversión que él-, lo cierto es que nunca repite fórmula. Él, acérrimo seguidor de David Bowie y de Bob Dylan, concibe el proceso creativo de forma metódica. Rara vez deja algo al azar cuando se trata de componer o elaborar un disco, y que cumpliese treinta años en el mundo de la música, era más que una invitación al oyente para sumergirse en ese mundo exótico a la par que clásico del artista maño.
Grabado en México, país con el que el músico guarda una estrecha relación desde los tiempos en los que con Héroes asaltó el mercado latinoamericano, diafaniza dos conceptos a la perfección: pasado y presente. Es cierto que, quizás, no sea un desenchufado propiamente dicho, ya que hay alternancia, también, de instrumentos eléctricos. Pero sí sabe captar el ambiente propio de éste. Con una suave alternancia entre colores más fríos y cálidos, en la que el negro juega un papel fundamental -apostrofando la seriedad y frialdad emocional del artista-, escogió, para la ocasión, rodearse no sólo de viejos amigos, sino también, de promesas y realidades del panorama musical español y latinoamericano. Para El libro de las mutaciones ha apostado por sincretizar la música de Héroes del Silencio -colmando las aspiraciones, en cierta medida, de los sectores partidarios de una ‘resurrección’ del combo-, con la de sus clásicos en solitario y alguna que otra persona.
El mérito del último lanzamiento del artista reside, precisamente, en la ausencia de estridencia; en demostrar que, pese a la veteranía y el prestigio nacional e internacional, todavía puede ser un aprendiz en lo tocante a nuevos y diferentes talentos. En las composiciones lo demuestra; dándoles un aire distinto, experimentando con el Jazz y el Blues, música tribal, el folclore latinoamericano y, por supuesto, las lágrimas tenues de las guitarras y el suave arrope de las voces de las coristas: cortes como La sirena varada, Avalancha, El camino del exceso, Mar adentro y La chispa adecuada tienen la personalidad del artista, a día de hoy: la de un músico que roza los cincuenta. Quien busque restos pretéritos de Héroes se va a llevar una ligera excepción. La búsqueda del pasado para justificar el presente, no va con él.
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