En su larga trayectoria artística, Bob Dylan ha ido errando como si de un auténtico juglar se tratara. Siempre siendo fiel a sí mismo y huyendo del encasillamiento, Dylan se ha transformado en múltiples personajes. La compleja personalidad de Dylan tiene demasiados matices como para ser plasmada de forma tradicional en un film.
Todd Haynes (Velvet Goldmine, Lejos del cielo) elaboraró en I’m not there un un singular proyecto que no es ni un biopic ni un documental sobre Bob Dylan, es más bien un film independiente que toma la figura de Bob Dylan como excusa para presentar diversas historias que podría haber protagonizado el famoso bardo de Minnesota. En I’m not there Bob Dylan fue interpretado en cada segmento por un actor diferente. Desde un niño de color a Billy el niño pasando por un cantante mujeriego, cada uno de los protagonistas del film podría haber sido Bob Dylan, pero ninguno lo fue. Todos tienen algo en común con él, trozos de su personalidad, pero no son Bob Dylan. Como bien indica el título, el escurridizo Dylan no está en esta película, pero sí su espíritu.
En general los segmentos son bastante poéticos y algo confusos para el espectador no iniciado: montaje no lineal, cambios constantes en la fotografía, disertaciones sobre el arte y la fama, etc. Desde luego las canciones son el hilo conductor que vertebra todo el conjunto. Los segmentos entrelazados son de desigual interés, yo me quedo con el del niño que huye permanentemente con su máquina asesina de fascistas (clara referencia a Woody Guthrie, una de las mayores influencias de Dylan) y con el de esa gran dama de la interpretación que es Cate Blanchett. Blanchett hace una recreación casi mimética del Dylan de mediados de los años sesenta. Su interpretación es la más creíble de todas a pesar de ser una mujer interpretando a un hombre. Sólo por ella y sus gestos, su forma de fumar y meterse en el personaje vale la pena ver el film. Christian Bale y el desaparecido Heath Ledger (que trabajarían juntos poco después en El caballero oscuro) están ajustados en sus parciales retratos de Dylan. Del resto del reparto me quedo con Charlotte Gainsbourg (Anticristo) y la siempre eficiente Julianne Moore (A ciegas).
Por otro lado, sigo sin entender qué pinta Richard Gere haciendo de Billy el niño, el cine experimental es así, aunque su segmento tiene uno de esos momentos mágicos en los que música e imagen se funden en una escena memorable (el funeral). También me gustó mucho la famosa anécdota (y la bronca posterior) de cuando Dylan se subió al escenario con una guitarra eléctrica en un festival folk.
Pues eso, arte y ensayo sobre la poliédrica y compleja figura de Bob Dylan.
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